Miguel de Cervantes
POESÍAS SUELTAS
ÍNDICE DE PRIMEROS VERSOS
A la guerra me
lleva (Q,
II-xxiv, 749).
A los hierros de una reja (CE,
714).
¿A quién irá mi doloroso canto
(suelta, 1370).
¿A quién volveré los ojos
(G,
V, 303).
Afuera el fuego, el lazo, el yelo y flecha (G,
I, 60).
Agora que calla el viento (G,
V, 287).
Al dulce son de mi templada lira (G,
VI, 347).
Almas dichosas que del mortal velo (Q,
I-xl, 421).
Alzo la vista a la más noble parte (G,
V, 297).
Amarili, ingrata bella (G,
VI, 387).
Amor, cuando yo pienso (Q,
II-lxviii, 1065).
Amoroso pensamiento (G,
I, 33).
¿Ángel de humana figura (G,
VI, 405).
Ante la luz de unos serenos ojos (G,
II, 108).
Antes que de la mente eterna fuera (PS,
III-v, 1229).
Aquí el valor de la española tierra
(suelta, 1367).
Aquí yace el caballero (Q,
I-lii, 534).
Árbol preciosísimo (Git.,
444).
Árboles, yerbas y plantas (Q,
I-xxvi, 274).
Aunque es el bien que poseo (G,
V, 280).
¡Ay, de cuán ricas esperanzas vengo (G,
II, 106).
¡Ay, que al alto designio que se cría (G,
II, 109).
Bate, Fama veloz, las prestas alas (suelta,
1395).
Bien donado sale al mundo (suelta, 1392).
Bien puse yo
valor a la defensa (G,
VI, 391).
Blanda, suave, reposadamente (G,
I, 38).
Busco en la muerte la vida (Q,
I-xxxiii, 362).
Cabecita, cabecita (Git.,
474).
Cielo sereno, que con tantos ojos (G,
III, 152).
Cintia, si desengaños no son parte (PS,
II-iii, 1102).
Como cuando el sol asoma (AL,
536).
¡Con las rodillas en el suelo hincadas (G,
VI, 316).
Crece el dolor y crece la vergüenza (Q,
I-xxxiii, 354).
Crezcan las simples ovejuelas mías (G,
I, 80).
¿Cuál es aquel poderoso (G,
VI, 394).
¿Cuál es la dama polida (G,
VI, 396).
Cual si estuviera en la arenosa Libia (G,
V, 314).
Cual vemos del rosado y rico oriente (suelta, 1393).
Cual vemos que renueva (suelta, 1390).
¡Cuán
fácil cosa es llevarse (G,
VI, 384).
Cuando dejaba la guerra (suelta, 1368).
Cuando un
estado dichoso (suelta, 1368).
Cuando Preciosa el panderete toca
(Git.,
473).
Chinelas
de mis entrañas
(GC,
943).
Dadme, señora, un término que siga
(Q,
II-xii, 648).
De entre esta tierra estéril, derribada (Q,
I-xl, 421).
De la dulce mi enemiga (Q,
II-xxxviii, 852).
De la Virgen sin par, santa y bendita (suelta,
1394).
De príncipe que en el suelo (G,
II, 123).
De Turia el cisne más famoso hoy canta (suelta,
1418).
¡Desconocido, ingrato amor, que asombras (G,
III, 169).
¿Dónde estás, que no pareces (IF,
774).
¡Dulce amor, ya me arrepiento (G,
V, 324).
Dulce esperanza mía (Q,
I-xliii, 457).
El agua de por San Juan (VC,
1016).
El calvatrueno que adornó a la Mancha (Q,
I-lii, 531).
El casto ardor de una amorosa llama (suelta, 1391).
El cielo a la iglesia ofrece (suelta, 1406).
El muro rompe la
doncella hermosa (Q,
I-xviii, 697).
El pastor que te ha entregado (G,
III, 162).
El que quisiere ver la hermosura (G,
IV, 265).
El que subió por sendas nunca usadas (suelta,
1412).
El vano imaginar de nuestra mente (G,
IV, 221).
En áspera, cerrada, escura noche (G,
I, 73).
En el mal que me lastima (G,
VI, 385).
En el silencio de la noche, cuando (Q,
I-xxxiv, 368).
En el soberbio trono diamantino (Q,
I-lii, 532).
En esta empresa amorosa (Git.,
496).
En la memoria vive de las gentes (suelta, 1412).
En los estados de amor
(G,
II, 86).
En tan notoria simpleza (G,
V, 276).
En tanto que en sí vuelve Altisidora (Q,
II-lxix, 1069).
En vuestra sin igual, dulce armonía
(suelta, 1418).
Entre casados de honor (JD,
896).
Es de vidrio la mujer (G,
I-xxxiii, 357).
Es muy escura y es clara (G,
VI, 397).
Escucha, mal caballero (Q,
II-lvii, 985).
Esta que veis de rostro amondongado (Q,
I-lii, 532).
Gitanica, que de hermosa (Git.,
453).
Gracias al cielo doy, pues he escapado (G,
V, 312).
Haga señales el cielo (G,
III, 199).
Hermosita, hermosita (Git.,
457).
Hoy el famoso Padilla (suelta, 1388).
Huye el rigor de
la invencible mano (PS,
I-xviii, 1063).
Huyendo
va la esperanza (G,
III, 197).
Jamás en el jardín de Falerina
(suelta, 1414).
Jugando está a las tablas don Gaiferos (Q,
II-xxvi, 763).
La amarillez y la flaqueza mía (G,
II, 107).
Las cosas de admiración (PS,
III-xvi, 1294).
La
mujer más avisada
(VF,
970).
Libre voluntad esenta (G,
VI, 392).
Ligeras horas del ligero tiempo (G,
V, 279).
Madre de los valientes de la guerra (suelta,
1399).
Madre, la mi madre (CE,
729).
Mar sesgo, viento largo, estrella clara (PS,
I-ix, 1027).
Marinero soy de amor (Q,
I-xliii, 456).
Más blando fui que no la blanda cera (G,
II, 109).
Meresce quien
en el suelo (G,
I, 77).
Mientras que al triste, lamentable acento (G,
I, 31).
Mira, Clemente, el estrellado velo (Git.,
494).
Muerde el fuego, y el bocado (G,
VI, 399).
Muestra su ingenio el que es pintor curioso (suelta,
1391).
Nadie las mueva (Q,
I-xiii, 140; II-lxvi, 1954).
Nísida, con quien el cielo
(G,
II, 125).
No ha menester el que tus hechos canta (suelta, 1407).
Nunca fuera caballero (Q,
I-ii, 55; I-xiii, 136; II-xxxi, 797).
O le falta al amor
conocimiento (Q,
I-xxiii, 239).
¡Oh alma venturosa (G,
I, 44).
¡Oh cuán claras señales habéis
dado (suelta, 1376).
¡Oh Blanca, a quien rendida está
la nieve (G,
II, 134).
¡Oh grande, oh poderosa, oh sacrosanta! (PS,
IV-iii, 1336).
¡Oh, mi primo Montesinos! (Q,
II-xxiii, 739).
¡Oh, tú, que estás en tu
lecho (Q,
II-xliv, 892).
¡Oh venturosa, levantada pluma (suelta,
1387).
Oigan los que poco saben (CS,
1001).
Pastora en quien la belleza (G,
II, 90).
Pastorcillo, tú que vienes (Q,
II-lxxiii, 1095).
Por ásperos caminos voy siguiendo (G,
V, 309).
Por bienaventurada (G,
II, 137).
Por lo imposible peleo (G,
VI, 382).
Por medio de los filos de la muerte (G,
II, 110).
Por un sevillano, rufo a lo valón (RC,
595).
Pues veis que no me han dado algún soneto (VP,
1225).
Que,
donde hay fuerza de hecho
(GC,
950).
¿Qué laberinto es éste do se encierra
(G,
II, 132).
¿Quién de amor venturas halla? (IF,
780).
¿Quién dejará del verde prado umbroso
(G,
VI, 401).
¿Quién es quien pierde el color (G,
VI, 395).
¿Quién es [el] que a su pesar (G,
VI, 398).
¿Quién la que es toda ojos (G,
VI, 396).
¿Quién menoscaba mis bienes? (Q,
I-xxvii, 283).
¿Quién mi libre pensamiento (G,
V, 273).
¿Quién te impele, crüel? ¿Quién
te desvía? (G,
VI, 402).
Raro, humilde sujeto, que levantas (IF,
757).
Rendido a un amoroso pensamiento (G,
II, 102).
Reposa aquí Dulcinea (Q,
I-lii, 534).
Rica y dichosa prenda que adornaste (G,
V, 276).
Rompió el desdén tus cadenas (G,
VI, 389).
Sabido he por mi mal adónde llega (G,
II, 95).
Sacristán
de mi vida (GC,
944).
Sale el aurora y de su fértil manto (G,
II, 107).
Salga del limpio enamorado pecho (G,
IV, 253).
Salga la hermosa Argüello (IF,
770).
Salid de lo hondo del pecho cuitado (G,
III, 172).
Salió a misa de parida (Git.,
447).
Salud te envía aquél que no la tiene (G,
III, 144).
Sancho Panza es aquéste, en cuerpo chico (Q,
I-lii, 533).
Santa amistad, que con ligeras alas (Q,
I-xxvii, 284).
Señor Gómez Arias (VC,
1005).
Serenísima reina, en quien se halla (suelta, 1367).
Si a las veces desespera (G,
VI, 386).
Si, ansí como de nuestro mal se canta (suelta,
1376).
Si el áspero furor del mar airado (G,
V, 283).
Si el bajo son de la zampoña mía (suelta,
1377).
Si el lazo, el fuego, el dardo, el puro yelo (suelta,
1384).
Si deste herviente mar y golfo insano (G,
VI, 410).
Si han sido el cielo, amor y la fortuna (G,
II, 111).
¡Si mi fue
tornase a es
(Q,
II-xviii, 695).
Si yo dijere el bien del pensamiento (G,
IV, 216).
Sin que me pongan miedo el hielo y fuego (G,
IV, 241).
Suelen las fuerzas de amor (Q,
II-xlvi, 904).
Tal cual es la ocasión de nuestro
llanto (G,
VI, 337).
Tal secretario formáis (suelta, 1413).
Tan
bien fundada tengo la esperanza (G,
V, 283 y 312).
Tanto cuanto el amor convida y llama (G,
VI, 391).
¡Tate, tate, folloncicos! (Q,
II-lxxiv, 1102).
Tirsi qu'el solitario cuerpo alejas (G,
II, 97).
Tres hijos que de una madre (G,
VI, 399).
Tú, que con nuevo y sin igual decoro (suelta,
1394).
Un vano, descuidado pensamiento (G,
I, 76).
Vea yo los ojos bellos (G,
II, 139).
Ven, muerte, tan escondida (Q,
II-xxxviii, 852).
Vimos en julio otra semana santa (suelta,
1408).
Virgen fecunda, madre venturosa (suelta, 1415).
Volverán
en su forma verdadera (CP,
939 y 947).
Vosotros, mezquinos, que en la carbonera (CS,
999).
¡Voto a Dios que me espanta esta grandeza (suelta,
1408).
Voy contra la opinión de aquél que jura (G,
V, 313).
Y tanto el vencedor es más honrado (Q,
II-xix, 659).
Ya la
esperanza es perdida (G,
I, 63).
Ya que del ciego dios habéis cantado (suelta,
1387).
Ya que quieres, cruel, que se publique (Q,
I-xiii, 144).
Ya que se ha llegado el día (suelta, 1409).
Yace aquí de un amador (Q,
I-xiv, 153).
Yace aquí el Hidalgo fuerte (Q,
II-lxxiv, 1101).
Yace en la parte que es mejor de España
(suelta, 1411).
Yace donde el sol se pone (suelta, 1404).
Yela,
enciende, mira y habla (PS,
III-iv, 1222).
Yo sé, Olalla, que me adoras (Q,
I-xi, 123).
Yo sé que muero; y si no soy creído (Q,
I-xxxiv, 369).
Yo soy el dios poderoso (Q,
II-xx, 713).
Yo soy Merlín, aquél que las historias
(Q,
II-xxxv, 832).
Soneto
a la reina Doña
Isabel 2ª
Serenísima reina, en quien se
halla
lo que Dios pudo dar a un ser humano;
amparo universal
del ser cristiano,
de quien la santa fama nunca calla;
arma
feliz, de cuya fina malla
se viste el gran Felipe soberano,
ínclito rey del ancho suelo hispano
a quien Fortuna y
Mundo se avasalla:
¿cuál ingenio podría
aventurarse
a pregonar el bien que estás mostrando,
si
ya en divino viese convertirse?
Que, en ser mortal, habrá
de acobardarse,
y así, le va mejor sentir callando
aquello que es difícil de decirse.
Epitafio
Aquí el valor de la española tierra,
aquí
la flor de la francesa gente,
aquí quien concordó
lo diferente,
de oliva coronando aquella guerra;
aquí
en pequeño espacio veis se encierra
nuestro claro lucero
de occidente;
aquí yace enterrada la excelente
causa
que nuestro bien todo destierra.
Mirad quién es el mundo y
su pujanza,
y cómo, de la más alegre vida,
la
muerte lleva siempre la victoria;
también mirad la
bienaventuranza
que goza nuestra reina esclarescida
en el
eterno reino de la gloria.
Redondilla
castellana
Cuando dejaba la guerra
libre nuestro
hispano suelo,
con un repentino vuelo
la mejor flor de la
tierra
fue trasplantada en el cielo;
y, al cortarla de su
rama,
el mortífero accidente
fue tan oculto a la gente
como el que no ve la llama
hasta que quemar se siente.
Cuatro redondillas castellanas
a la muerte de Su
Majestad
Cuando un estado dichoso
esperaba nuestra
suerte,
bien como ladrón famoso
vino la invencible
muerte
a robar nuestro reposo;
y metió tanto la mano
aqueste fiero tirano,
por orden del alto cielo,
que nos
llevó deste suelo
el valor del ser humano.
¡Cuán
amarga es tu memoria,
oh dura y terrible faz!
Pero en aquesta
victoria,
si llevaste nuestra paz,
fue para dalle más
gloria;
y, aunqu'el dolor nos desvela,
una cosa nos consuela:
ver que al reino soberano
ha dado un vuelo temprano
nuestra
muy cara Isabela.
Una alma tan limpia y bella,
tan
enemiga de engaños,
¿qué pudo merecer ella,
para que en tan tiernos años
dejase el mundo de vella?
Dirás, Muerte, en quien se encierra
la causa de
nuestra guerra,
para nuestro desconsuelo,
que cosas que son
del cielo
no las merece la tierra.
Tanto de punto
subiste
en el amor que mostraste,
que, ya que al cielo te
fuiste,
en la tierra nos dejaste
las prendas que más
quesiste.
¡Oh Isabela Eugenia Clara,
Catalina, a todos
cara,
claros luceros las dos,
no quiera y permita Dios
se
os muestre Fortuna avara!
La elegía que, en nombre de todo el estudio, el sobredicho
[Cervantes] compuso, dirigida al Ilustrísimo y
Reverendísimo Cardenal don Diego de Espinosa, etc.,
en la cual con bien elegante estilo se ponen
cosas dignas de memoria
¿A quién irá mi doloroso canto,
o
en cúya oreja sonará su acento,
que no deshaga el
corazón en llanto?
A ti, gran cardenal, yo le presento,
pues vemos te ha cabido tanta parte
del hado secutivo
vïolento.
Aquí verás qu'el bien no tiene
parte:
todo es dolor, tristeza y desconsuelo
lo que en mi
triste canto se reparte.
¿Quién dijera, señor,
que un solo vuelo
de una ánima beata al alta cumbre
pusiera en confusión al bajo suelo?
Mas, ¡ay!,
que yace muerta nuestra lumbre:
el alma goza de perpetua gloria,
y el cuerpo de terrena pesadumbre.
No se pase, señor,
de tu memoria
cómo en un punto la invincible muerte
lleva
de nuestras vidas la victoria.
Al tiempo que esperaba nuestra
suerte
poderse mejorar, la sancta mano
mostró por
nuestro mal su furia fuerte.
Entristeció a la tierra su
verano,
secó su paraíso fresco y tierno,
el
ornato añubló del ser cristiano.
Volvió la
primavera en frío invierno,
trocó en pesar su gusto
y alegría,
tornó de arriba abajo su gobierno.
Pasóse ya aquel ser que ser solía
a nuestra
obscuridad claro lucero,
sosiego del antigua tiranía.
A
más andar el término postrero
llegó, que
dividió con furia insana
del alma sancta el corazón
sincero.
Cuanto ya nos venía la temprana
dulce fruta
del árbol deseado,
vino sobre él la frígida
mañana.
Quien detuvo el poder de Marte airado
que no
pasase más el alto monte,
con prisiones de nieve
aherrojado,
no pisará ya más nuestro horizonte,
que a los campos Elíseos es llevada
sin ver la obscura
barca de Caronte.
A ti, fiel pastor de la manada
seguntina,
es justo y te conviene
aligerarnos carga tan pesada.
Mira el
dolor que el gran Filipo tiene:
allí tu discreción
muestre el alteza
que en tu divino ingenio se contiene.
Bien
sé que le dirás que a la bajeza
de nuestra
humanidad es cosa cierta
no tener solo un punto de firmeza,
y
que, si yace su esperanza muerta
y el dolor vida y alma le
lastima,
que a do la cierra, Dios abre otra puerta.
Mas, ¿qué
consuelo habrá, señor, que oprima
algún
tanto sus lágrimas cansadas
si una prenda perdió de
tanta estima?
Y más si considera las amadas
prendas
que le dejó en la dulce vida
y con su amarga muerte
lastimadas.
Alma bella, del cielo merescida,
mira cuál
queda el miserable suelo
sin la luz de tu vista esclarescida:
verás que en árbor verde no hace vuelo
el ave
más alegre, antes ofresce
en su amoroso canto triste
duelo.
Contino en grave llanto se anochece
el triste día
que te imaginamos
con aquella virtud que no perece;
mas deste
imaginar nos consolamos
en ver que merescieron tus deseos
que
goces ya del bien que deseamos.
Acá nos quedarán
por tus trofeos
tu cristiandad, valor y gracia estraña,
de alma sancta sanctísimos arreos.
De hoy más,
la sola y afligida España,
cuando más sus clamores
levantare
al summo Hacedor y alta compaña,
cuando más
por salud le importunare
al término postrero que perezca
y en el último trance se hallare,
sólo podrá
pedirle que le ofrezca
otra paz, otro amparo, otra ventura
qu'en
obras y virtudes le parezca.
El vano confiar y la hermosura,
¿de
qué nos sirve si en pequeño instante
damos en manos
de la sepultura?
Aquel firme esperar sancto y constante,
que
concede a la fe su cierto asiento
y a la querida hermana ir
adelante,
adonde mora Dios en su aposento
nos puede dar lugar
dulce y sabroso,
libre de tempestad y humano viento.
Aquí,
señor, el último reposo
no puede perturbarse, ni la
vida
temer más otro trance doloroso;
aquí con
nuevo ser es conducida
entre las almas del inmenso coro
nuestra
Isabela, reina esclarescida;
con tal sinceridad guardó el
decoro,
do al precepto divino más se aspira,
que
meresce gozar de tal tesoro.
¡Ay muerte!, ¿contra
quién tu amarga ira
quesiste ejecutar para templarme
con
profundo dolor mi triste lira?
Si nos cansáis, señor,
ya descucharme,
anudaré de nuevo el roto hilo,
que la
ocasión es tal que ha d'esforzarme;
lágrimas pediré
al corriente Nilo,
un nuevo corazón al alto cielo,
y a
las más tristes musas triste estilo.
Diré que al
duro mal, al grave duelo
que a España en brazos de la
muerte tiene,
no quiso Dios dejarle sin consuelo:
dejóle
al gran Filipo, que sostiene,
cual firme basa al alto firmamento,
el bien o desventura que le viene.
De aquesto, vos lleváis
el vencimiento,
pues deja en vuestros hombros él la carga
del cielo y de la tierra, y pensamiento.
La vida que en la
vuestra ansí se encarga
muy bien puede vivir leda y
segura,
pues de tanto cuidado se descarga;
gozando, como
goza, tal ventura
el gran señor del ancho suelo hispano,
su mal es menos y nuestra desventura.
Si el ánimo
real, si el soberano
tesoro le robó en un solo día
la muerte airada con esquiva mano,
regalos son qu'el summo
Dios envía
a aquél que ya le tiene aparejado
sublime asiento en l'alta jerarquía.
Quien goza
quïetud siempre en su estado,
y el efecto le acude a la
esperanza
y a lo que quiere nada le es trocado,
argúyese
que poca confianza
se puede tener d'él que goce y vea
con
claros ojos bienaventuranza.
Cuando más favorable el mundo
sea,
cuando nos ría el bien todo delante
y venga al
corazón lo que desea,
tiénese de esperar que en un
instante
dará con ello la Fortuna en tierra,
que no
fue ni será jamás constante.
Y aquel que no ha
gustado de la guerra,
a do se aflige el cuerpo y la memoria,
paresce Dios del cielo le destierra,
porque no se coronan en
la gloria
si no es los capitanes valerosos
que llevan de sí
mesmos la victoria.
Los amargos sospiros dolorosos,
las
lágrimas sin cuento que ha vertido
quien nos puede su
vista hacer dichosos,
el perder a su hijo tan querido,
aquel
mirarse y verse cuál se halla
de todo su placer
desposeído,
¿qué se puede decir sino batalla
adonde l'hemos visto siempre armado
con la paciencia, qu'es
muy fina malla?
Del alto cielo ha sido consolado
[con]
concederle acá vuestra persona,
que mira por su honra y
por su estado.
De aquí saldrá a gozar de una corona
más rica, más preciosa y muy más clara
que
la que ciñe al hijo de Latona.
Con él vuestra
virtud, al mundo rara,
se tiene de estender de gente en gente,
sin poderlo estorbar Fortuna avara;
resonará el valor
tan excelente
que os ciñe, cubre, ampara y os rodea,
de
donde sale el sol hasta occidente,
y allá en el alto
alcázar do pasea
en mil contentos nuestra reina amada,
si
puede desear, sólo desea
que sea por mil siglos levantada
vuestra grandeza, pues que se engrandece
el valor de su
prenda deseada,
que [en] vuestro poderío se paresce
del
católico rey la summa alteza,
que desde un polo al otro
resplandesce.
De hoy más, deje del llanto la fiereza
el
afligida España, levantando
con verde lauro ornada la
cabeza,
que, mientra fuere el cielo mejorando
del soberano
rey la larga vida,
no es bien que se consuma lamentando;
y,
en tanto que arribare a la subida
de la inmortalidad vuestra alma
pura,
no se entregue al dolor tan de corrida;
y más,
qu'el grave rostro de hermosura,
por cuya ausencia vive sin
consuelo,
goza de Dios en la celeste altura.
¡Oh trueco
glorïoso, oh sancto celo,
pues con gozar la tierra has
merecido
tender tus pasos por el alto cielo!
Con esto cese el
canto dolorido,
magnánimo señor, que, por mal
diestro,
queda tan temeroso y tan corrido
cuanto yo quedo,
gran señor, por vuestro.
Soneto
¡Oh cuán
claras señales habéis dado,
alto Bartholomeo de
Ruffino,
que de Parnaso y Ménalo el camino
habéis
dichosamente paseado!
Del siempre verde lauro coronado
seréis,
si yo no soy mal adivino,
si ya vuestra fortuna y cruel destino
os saca de tan triste y bajo estado,
pues, libre de cadenas
vuestra mano,
reposando el ingenio, al alta cumbre
os podéis
levantar seguramente,
oscureciendo al gran Livio romano,
dando
de vuestras obras tanta lumbre
que bien merezca el lauro vuestra
frente.
Si, ansí
como de nuestro mal se canta
en esta verdadera, clara
historia,
se oyera de cristianos la victoria,
¡cuál
fuera el fruto d'esta rica planta!
Ansí cual es, al cielo
se levanta
y es digna de inmortal, larga memoria,
pues, libre
de algún vicio y baja escoria,
al alto ingenio admira, al
bajo espanta.
Verdad, orden, estilo claro y llano
cual a
perfecto historiador conviene,
en esta breve summa está
cifrado.
¡Felice ingenio, venturosa mano,
que, entre
pesados yerros apretado,
tal arte y tal virtud en sí
contiene!
Si el bajo son de la
zampoña mía,
a M. Vázquez, mi señor
Si el bajo son de la zampoña mía,
señor,
a vuestro oído no ha llegado
en tiempo que sonar mejor
debía,
no ha sido por la falta de cuidado
sino por
sobra del que me ha traído
por estraños caminos
desvïado.
También, por no adquirirme de atrevido
el
nombre odioso, la cansada mano
ha encubierto las faltas del
sentido.
Mas ya que el valor vuestro sobrehumano,
de quien
tiene noticia todo el suelo,
la graciosa altivez, el trato llano
aniquilan el miedo y el recelo
que ha tenido hasta aquí
mi humilde pluma
de no quereros descubrir su vuelo,
de
vuestra alta bondad y virtud summa
diré lo menos, que lo
más no siento
quién de cerrarlo en verso se
presuma.
Aquél que os mira en el subido asiento
do el
humano favor puede encumbrarse,
y que no cesa el favorable
viento,
y él se ve entre las ondas anegarse
del mar de
la privanza, do procura,
o por fas
o por nefas,
levantarse,
¿quién duda que no dice: «La
ventura
ha dado en levantar este mancebo
hasta ponerle en la
más alta altura:
ayer le vimos inesperto y nuevo
en
las cosas que agora mide y trata
tan bien que tengo envidia y las
apruebo»?
D'esta manera se congoja y mata
el envidioso,
que la gloria ajena
le destruye, marchita y desbarata.
Pero
aquél que con mente más serena
contempla vuestro
trato y vida honrosa
y del alma dentro, de virtudes llena,
no
la inconstante rueda presurosa
de la falsa fortuna, suerte o
hado,
signo, ventura, estrella ni otra cosa
dice qu'es causa
que en el buen estado
que agora poseéis os haya puesto,
con esperanza de más alto grado,
mas solo el modo del
vivir honesto,
la virtud escogida que se muestra
en vuestras
obras y apacible gesto,
ésta dice, señor, que os da
su diestra
y os tiene asido con sus fuertes lazos
y a más
y a más subir siempre os adiestra.
¡Oh sanctos, oh
agradables dulces brazos
de la sancta virtud, alma y divina,
y
sancto quien recibe sus abrazos!
Quien con tal guía, como
vos, camina,
¿de qué se admira el ciego vulgo bajo
si a la silla más alta se avecina?
Y, puesto que no
hay cosa sin trabajo,
quien va sin la virtud va por rodeo,
y
el que la lleva va por el atajo.
Si no me engaña la
experiencia, creo
que se ve mucha gente fatigada
de un solo
pensamiento y un deseo:
pretenden más de dos llave dorada,
muchos un mesmo cargo, y quien aspira
a la fidelidad de una
embajada.
Cada qual por sí mesmo al blanco tira
donde
asestan otros mil, y sólo es uno
cuya saeta dio do fue la
mira;
y éste quizá, qu'a nadie fue importuno
ni
a la soberbia puerta del privado
se halló, después
de vísperas, ayuno,
ni dio ni tuvo a quien pedir prestado:
sólo con la virtud se entretenía
y en Dios y en
ella estaba confiado.
Vos sois, señor, por quien decir
podría
(y lo digo y diré sin estar mudo)
que
sola la virtud fue vuestra guía,
y que ella sola fue
bastante y pudo
levantaros al bien do estáis agora,
privado humilde, de ambición desnudo.
¡Dichosa y
felicísima la hora,
donde tuvo el real conoscimiento
noticia del valor que anida y mora
en vuestro reposado
entendimiento,
cuya fidelidad, cuyo secreto
es de vuestras
virtudes el cimiento!
Por la senda y camino más perfecto
van vuestros pies, que es la que el medio
tiene y la que
alaba el seso más discreto;
quien por ella camina, vemos
viene
a aquel dulce, süave paradero
que la felicidad en
sí contiene.
Yo, que el camino más bajo y grosero
he caminado en fría noche escura,
he dado en manos del
atolladero,
y en la esquiva prisión, amarga y dura,
adonde agora quedo, estoy llorando
mi corta, infelicísima
ventura,
con quejas tierra y cielo importunando,
con suspiros
el aire escuresciendo,
con lágrimas el mar acrescentando.
Vida es ésta, señor, do estoy muriendo,
entre
bárbara gente descreída
la mal lograda juventud
perdiendo.
No fue la causa aquí de mi venida
andar
vagando por el mundo acaso
con la vergüenza y la razón
perdida:
diez años ha que tiendo y mudo el paso
en
servicio del gran Filipo nuestro,
ya con descanso, ya cansado y
laso;
y, en el dichoso día que siniestro
tanto fue el
hado a la enemiga armada
cuanto a la nuestra favorable y diestro,
de temor y de esfuerzo acompañada,
presente estuvo mi
persona al hecho,
más de speranza que de hierro armada.
Vi el formado escuadrón roto y deshecho,
y de bárbara
gente y de cristiana
rojo en mil partes de Neptuno el lecho;
la
muerte airada con su furia insana
aquí y allí con
priesa discurriendo,
mostrándose a quién tarda, a
quién temprana;
el son confuso, el espantable estruendo,
los gestos de los tristes miserables
que entre el fuego y
agua iban muriendo;
los profundos sospiros lamentables
que
los heridos pechos despedían,
maldiciendo sus hados
detestables.
Helóseles la sangre que tenían
cuando, en el son de la trompeta nuestra,
su daño y
nuestra gloria conoscían;
con alta voz, de vencedora
muestra,
rompiendo el aire claro, el son mostraba
ser
vencedora la cristiana diestra.
A esta dulce sazón yo,
triste, estaba
con la una mano de la espada asida,
y sangre
de la otra derramaba;
el pecho mío de profunda herida
sentía llagado, y la siniestra mano
estaba por mil
partes ya rompida.
Pero el contento fue tan soberano
qu'a mi
alma llegó, viendo vencido
el crudo pueblo infiel por el
cristiano,
que no echaba de ver si estaba herido,
aunque era
tan mortal mi sentimiento,
que a veces me quitó todo el
sentido.
Y en mi propia cabeza el escarmiento
no me pudo
estorbar que el segundo año
no me pusiese a discreción
del viento,
y al bárbaro, medroso pueblo estraño
vi recogido, triste, amedrentado
y con causa temiendo de su
daño,
y al reino tan antiguo y celebrado,
a do la
hermosa Dido fue rendida
al querer del troyano desterrado,
también, vertiendo sangre aún la herida
mayor,
con otras dos, quise hallarme
por ver ir la morisma de vencida.
¡Dios sabe si quisiera allí quedarme
con los que
allí quedaron esforzados
y perderme con ellos, o ganarme!
Pero mis cortos, implacables hados,
en tan honrosa empresa no
quisieron
que acabase la vida y los cuidados,
y al fin por
los cabellos me trujeron
a ser vencido por la valentía
de
aquellos que después no la tuvieron.
En la galera Sol,
que escurescía
mi ventura su luz, a pesar mío,
fue
la pérdida de otros y la mía.
Valor mostramos al
principio y brío,
pero después, con la esperiencia
amarga,
conoscimos ser todo desvarío.
Sentí de
ajeno yugo la gran carga,
y en las manos sacrílegas
malditas
dos años ha que mi dolor se alarga.
Bien sé
que mis maldades infinitas
y la poca atrición qu'en mí
se encierra
me tiene entre estos falsos ismaelitas.
Cuando
llegué vencido y vi la tierra
tan nombrada en el mundo,
qu'en su seno
tantos piratas cubre, acoge y cierra,
no pude
al llanto detener el freno,
que a mi despecho, sin saber lo que
era,
me vi el marchito rostro de agua lleno.
Ofrescióse
a mis ojos la ribera
y el monte donde el grande Carlo tuvo
levantada en el aire su bandera,
y el mar que tanto esfuerzo
no sostuvo,
pues, movido de envidia de su gloria,
airado
entonces más que nunca estuvo.
Estas cosas, volviendo en
mi memoria,
las lágrimas trujeron a los ojos,
movidas
de desgracia tan notoria.
Pero si el alto cielo en darme enojos
no está con mi ventura conjurado,
y aquí no
lleva muerte mis despojos,
cuando me vea en más alegre
estado,
si vuestra intercesión, señor, me ayuda
a
verme ante Filipo arrodillado,
mi lengua balbuciente y cuasi muda
pienso mover en la real presencia,
de adulación y de
mentir desnuda,
diciendo: «Alto señor, cuya potencia
sujetas trae mil bárbaras naciones
al desabrido yugo
de obediencia,
a quien los negros indios con sus dones
reconoscen honesto vasallaje,
trayendo el oro acá de
sus rincones:
despierte en tu real pecho el gran coraje,
la
gran soberbia con que una bicoca
aspira de contino a hacerte
ultraje.
La gente es mucha, mas su fuerza es poca,
desnuda,
mal armada, que no tiene
en su defensa fuerte, muro o roca;
cada
uno mira si tu armada viene
para dar a sus pies el cargo y cura
de conservar la vida que sostiene.
Del amarga prisión
triste y escura,
adonde mueren veinte mil cristianos,
tienes
la llave de su cerradura.
Todos, cual yo, de allá, puestas
las manos,
las rodillas por tierra, sollozando,
cercados de
tormentos inhumanos,
valeroso señor, te están
rogando
vuelvas los ojos de misericordia
a los suyos, que
están siempre llorando;
y, pues te deja agora la
discordia,
que hasta aquí te ha oprimido y fatigado,
y
gozas de pacífica concordia,
haz, ¡oh buen rey!, que
sea por ti acabado
lo que con tanta audacia y valor tanto
fue
por tu amado padre comenzado.
Sólo el pensar que vas
pondrá un espanto
en la enemiga gente, que adevino
ya
desde aquí su pérdida y quebranto».
¿Quién
dubda que el real pecho begnino
no se muestre, escuchando la
tristeza
en que están estos míseros contino?
Bien
paresce que muestro la flaqueza
de mi tan torpe ingenio, que
pretende
hablar tan bajo ante tan alta alteza,
pero el justo
deseo la defiende.
Mas a todo silencio poner quiero,
que temo
que mi pluma ya os ofende,
y al trabajo me llaman donde muero.
Si el lazo, el fuego, el dardo, el puro
yelo
Al señor Antonio Veneziani
Si el
lazo, el fuego, el dardo, el puro yelo
que os tiene, abrasa,
hiere y pone fría
vuestra alma, trae su origen desde el
cielo,
ya que os aprieta, enciende, mata, enfría,
¿qué
nudo, llama, llaga, nieve o celo
ciñe, arde, traspasa o
yela hoy día,
con tan alta ocasión como aquí
muestro,
un tierno pecho, Antonio, como el vuestro?
El cielo,
que el ingenio vuestro mira,
en cosas que son d'él quiso
emplearos
y, según lo que hacéis, vemos que aspira
por Celia al cielo empíreo levantaros;
ponéis
en tal objecto vuestra mira,
que dais materia al mundo de
envidiaros:
¡dichoso el desdichado a quien se tiene
envidia de las ansias que sostiene!
En los conceptos que la
pluma
de la alma en el papel ha trasladado
nos dais no sólo
indicio pero muestra
de que estáis en el cielo sepultado,
y allí os tiene de amor la fuerte diestra
vivo en la
muerte, a vida reservado,
que no puede morir quien no es del
suelo,
teniendo el alma en Celia, que es un cielo.
Sólo
me admira el ver que aquel divino
cielo de Celia encierre un vivo
infierno
y que la fuerza de su fuerza y sino
os tenga en pena
y llanto sempiterno;
al cielo encamináis vuestro camino,
mas, según vuestra suerte, yo dicierno
que al cielo
sube el alma y se apresura,
y en el suelo se queda la ventura.
Si con benino y favorable aspecto
a alguno mira el cielo acá
en la tierra,
obra ascondidamente un bien perfeto
en el que
cualquier mal de sí destierra;
mas si los ojos pone en el
objeto
airados, le consume en llanto y guerra
ansí
como a vos hace vuestro cielo:
ya os da guerra, ya paz, y[a]
fuego y yelo.
No se ve el cielo en claridad serena
de tantas
luces claro y alumbrado
cuantas con rica habéis y fértil
vena
el vuestro de virtudes adornado;
ni hay tantos granos de
menuda arena
en el desierto líbico apartado
cuantos
loores creo que merece
el cielo que os abaja y engrandece.
En
Scitia ardéis, sentís en Libia frío,
contraria
operación y nunca vista;
flaqueza al bien mostráis,
al daño brío;
más que un lince miráis,
sin tener vista;
mostráis con discreción un
desvarío,
que el alma prende, a la razón conquista,
y esta contrariedad nace de aquella
que es vuestro cielo,
vuestro sol y estrella.
Si fuera un caos, una materia unida
sin
forma vuestro cielo, no espantara
de que del alma vuestra
entristecida
las continuas querellas no escuchara;
pero,
estando ya en partes esparcida
que un fondo forman de virtud tan
rara,
es maravilla tenga los oídos
sordos a vuestros
tristes alaridos.
Si es lícito rogar por el amigo
que
en estado se halla peligroso,
yo, como vuestro, desde aquí
me obligo
de no mostrarme en esto perezoso;
mas si me he de
oponer a lo que digo
y conducirlo a término dichoso,
no
me deis la ventura, que es muy poca,
mas las palabras sí
de vuestra boca.
Diré: «Celia gentil, en cuya mano
está la muerte y vida y pena y gloria
de un mísero
captivo que, temprano
ni aun tarde, no saldrás de su
memoria:
vuelve el hermoso rostro blando, humano,
a mirar de
quien llevas la victoria;
verás el cuerpo en dura cárcel
triste
del alma que primero tú rendiste.
Y, pues un
pecho en la virtud constante
se mueve en casos de honra y muestra
airado,
muévale al tuyo el ver que de delante
te han
un firme amador arrebatado;
y si quiere pasar más adelante
y hacer un hecho heroico y estremado,
rescata allá su
alma con querella,
que el cuerpo, que está acá, se
irá tras ella.
El cuerpo acá y el alma allá
captiva
tiene el mísero amante que padece
por ti,
Celia hermosa, en quien se aviva
la luz que al cielo alumbra y
esclarece;
mira que el ser ingrata, cruda, esquiva
mal con
tanta beldad se compadece:
muéstrate agradecida y amorosa
al que te tiene por su cielo y diosa».
Soneto
Ya que del ciego
dios habéis cantado
el bien y el mal, la dulce fuerza y
arte,
en la primera y la segunda parte,
donde está de
amor el todo señalado,
ahora, con aliento descansado
y
con nueva virtud que en vos reparte
el cielo, nos cantáis
del duro Marte
las fieras armas y el valor sobrado.
Nuevos
ricos mineros se descubren
de vuestro ingenio en la famosa mina
que al más alto deseo satisfacen;
y, con dar menos de
lo más que encubren,
a este menos lo que es más se
inclina
del bien que Apolo y que Minerva hacen.
Soneto
¡Oh venturosa,
levantada pluma
que en la empresa más alta te ocupaste
que el mundo pudo, y al fin mostraste
al recibo y al gasto
igual la suma!,
calle de hoy más el escriptor de Numa,
que nadie llegará donde llegaste,
pues en tan raros
versos celebraste
tan raro capitán, virtud tan summa.
¡Dichoso el celebrado, y quien celebra,
y no menos
dichoso todo el suelo,
que tanto bien goza en esta historia,
en
quien envidia o tiempo no harán quiebra;
antes hará
con justo celo el cielo
eterna más que el tiempo su
memoria!
Redondillas
al hábito de Fray
Pedro de Padilla
Hoy el famoso Padilla
con las
muestras de su celo
causa contento en el cielo
y en la tierra
maravilla,
porque, llevado del cebo
de amor, temor y consejo,
se despoja el hombre viejo
para vestirse de nuevo.
Cual
prudente sierpe ha sido,
pues, con nuevo corazón,
en
la piedra de Simón
se deja el viejo vestido,
y esta
mudanza que hace
lleva tan cierto compás
que en ella
asiste lo más
de cuanto a Dios satisface.
Con las
obras y la fe
hoy para el cielo se embarca
en mejor jarciada
barca
que la que libró a Noé;
y, para hacer tal
pasaje,
ha muchos años que ha hecho,
con sano y
cristiano pecho,
cristiano matalotaje,
y no teme el mal
tempero
ni anegarse en el profundo
porque en el mar d'este
mundo
es plático marinero,
y ansí, mirando el
aguja
divina, cual se requiere,
si el demonio a orza diere,
él dará al instante a puja.
Y llevando este
concierto
con las ondas d'este mar,
a la fin vendrá a
parar
a seguro y dulce puerto,
donde, sin áncoras ya,
estará la nave en calma
con la eternidad del alma,
que nunca se acabará.
En una verdad me fundo,
y mi
ingenio aquí no yerra,
qu'en siendo sal de la tierra,
habéis de ser luz del mundo:
luz de gracia rodeada
que alumbre nuestro horizonte,
y sobre el Carmelo monte
fuerte ciudad levantada.
Para alcanzar el trofeo
d'estas
santas profecías,
tendréis el carro de Elías
con el manto de Eliseo,
y, ardiendo en amor divino,
donde
nuestro bien se fragua,
apartando el manto al agua,
por el
fuego haréis camino;
porqu'el voto de humildad
promete
segura alteza
y castidad y pobreza,
bienes de divinidad,
y
ansí los cielos serenos
verán, cuando acabarás,
un cortesano allá más
y en la tierra un sabio
menos.
Cual vemos que
renueva
a Fray Pedro de Padilla
Cual vemos que
renueva
el águila real la vieja y parda
pluma y con
otra nueva
la detenida y tarda
pereza arroja y con subido
vuelo
rompe las nubes y se llega al cielo:
tal, famoso
Padilla,
has sacudido tus humanas plumas,
porque con
maravilla
intentes y presumas
llegar con nuevo vuelo al alto
asiento
donde aspiran las alas de tu intento.
Del sol el rayo
ardiente
alza del duro rostro de la tierra,
con virtud
excelente,
la humidad que en sí encierra,
la cual
después, en lluvia convertida,
alegra al suelo y da a los
hombres vida:
y d'esta mesma suerte
el sol divino te regala y
toca
y en tal humor convierte
que, con tu pluma, apoca
la
sequedad de la ignorancia nuestra
y a sciencia santa y santa vida
adiestra.
¡Qué sancto trueco y cambio:
por las
humanas, las divinas musas!
¡Qué interés y
recambio!
¡Qué nuevos modos usas
de adquirir en
el suelo una memoria
que dé fama a tu nombre, al alma
gloria!;
que, pues es tu Parnaso
el monte del Calvario y son
tus fuentes
de Aganipe y Pegaso
las sagradas corrientes
de
las benditas llagas del Cordero,
eterno nombre de tu nombre
espero.
Soneto
al mismo santo,
Muestra su
ingenio el que es pintor curioso
cuando pinta al desnudo una
figura,
donde la traza, el arte y compostura
ningún
velo la cubra artificioso:
vos, seráfico padre, y vos,
hermoso
retrato de Jesús, soys la pintura
al desnudo
pintada, en tal hechura
que Dios nos muestra ser pintor famoso.
Las sombras de ser mártir descubristes,
los lejos, en
que estáis allá en el cielo
en soberana silla
colocado;
las colores, las llagas que tuvistes
tanto las
suben que se admira el suelo,
y el pintor en la obra se ha
pagado.
El casto ardor de una
amorosa llama,
El casto ardor de una amorosa llama,
un sabio pecho a su rigor subjeto,
un desdén sacudido
y un afecto
blando, que al alma en dulce fuego inflama,
el
bien y el mal a que convida y llama
de amor la fuerza y poderoso
efecto,
eternamente, en son claro y perfecto,
con estas rimas
cantará la fama,
llevando el nombre único y famoso
vuestro, felice López Maldonado,
del moreno etíope
al cita blanco,
y hará que en balde de laurel honroso
espere alguno verse coronado
si no os imita y tiene por su
blanco.
Bien donado sale al
mundo
Bien donado sale al mundo
este libro, do se
encierra
la paz de amor y la guerra,
y aquel fruto sin
segundo
de la castellana tierra;
que, aunque le da Maldonado,
va tan rico y bien donado
de sciencia y de discreción,
que me afirmo en la razón
de decir que es bien donado.
El sentimiento amoroso
del pecho más encendido
en fuego de amor, y herido
de su dardo ponzoñoso
y
en la red suya cogido,
el temor y la esperanza
con que el
bien y el mal se alcanza
en las empresas de amor:
aquí
muestra su valor,
su buena o su mala andanza.
Sin flores, sin
praderías
y sin los faunos silvanos,
sin ninfas, sin
dioses vanos,
sin yerbas, sin aguas frías
y sin
apacibles llanos,
en agradables conceptos
profundos, altos,
discretos,
con verdad llana y distinta,
aquí el sabio
autor nos pinta
del ciego dios los efetos.
Con declararnos la
mengua
y el bien de su ardiente llama,
ha dado a su nombre
fama
y enriquecido su lengua,
que ya la mejor se llama,
y
hanos mostrado que es solo
favorecido de Apolo
con dones tan
infinitos,
que su fama en sus escritos
irá d'éste
al otro polo.
Soneto
Cual vemos del rosado y rico oriente
la blanca y dura
piedra señalarse
y en todo, aunque pequeña,
aventajarse
a la mayor del Cáucaso eminente,
tal este
(humilde al parecer) presente
puede y debe mirarse y admirarse,
no por la cantidad, mas por mostrarse
ser en su calidad tan
excelente.
El que navega por el golfo insano
del mar de
pretensiones verá al punto
del cortesano laberinto el
hilo.
¡Felice ingenio y venturosa mano
qu'el deleite y
provecho puso junto
en juego alegre, en dulce y claro estilo!
Soneto
De la Virgen sin par, santa y bendita
(digo, de sus
loores), justamente
haces el rico, sin igual presente
a la
sin par cristiana Margarita.
Dándole, quedas rico, y queda
escrita
tu fama en hojas de metal luciente,
que, a despecho y
pesar del diligente
tiempo, será en sus fines infinita:
¡felice en el sujeto que escogiste,
dichoso en la
ocasión que te dio el cielo
de dar a Virgen el virgíneo
canto;
venturoso también porque heciste
que den las
musas del hispano suelo
admiración al griego, al tusco
espanto.
Soneto
Tú, que con nuevo y sin igual decoro
tantos
remedios para un mal ordenas,
bien puedes esperar d'estas arenas,
del sacro Tajo, las que son de oro,
y el lauro que se debe al
que un tesoro
halla de ciencia, con tan ricas venas
de raro
advertimiento y salud llenas,
contento y risa del enfermo lloro;
que por tu industria una deshecha piedra
mil mármoles,
mil bronces a tu fama
dará sin invidiosas competencias;
daráte el cielo palma, el suelo yedra,
pues que el uno
y el otro ya te llama
espíritu de Apolo en ambas ciencias.
Canción nacida de las varias nuevas que han venido
de la católica armada que fue sobre Inglaterra,
Bate, Fama
veloz, las prestas alas,
rompe del norte las cerradas nieblas,
aligera los pies, llega y destruye
el confuso rumor de nuevas
malas
y con tu luz desparce las tinieblas
del crédito
español, que de ti huye;
esta preñez concluye
en
un parto dichoso que nos muestre
un fin alegre de la ilustre
empresa,
cuyo fin nos suspende, alivia y pesa,
ya en
contienda naval, ya en la terrestre,
hasta que, con tus ojos y
tus lenguas,
diciendo ajenas menguas,
de los hijos de España
el valor cantes,
con que admires al cielo, al suelo espantes.
Di con firme verdad, firme y sigura:
¿hizo el
que pudo la victoria vuestra?
¿Sentenciado ha su causa el
Padre eterno?
¿Bañada queda en roja sangre y pura
la católica espada y fuerte diestra?
En fin, de aquel
que asiste a su gobierno,
¿poblado ha el hondo infierno
de nuevas almas, y de cuerpos lleno
el mar, que a los
despojos y banderas
de las naciones pertinaces, fieras,
apenas
dio lugar su inmenso seno,
del pirata mayor del occidente
ya
inclinada la frente,
y puesto al cuello altivo y indomable
del
vencimiento el yugo miserable?
Di (que al fin lo dirás):
«allí volaron
por el aire los cuerpos, impelidos
de
las fogosas máquinas de guerra;
aquí las aguas su
color cambiaron,
y la sangre de pechos atrevidos
humedecieron
la contraria tierra»;
cómo huye, o si afierra,
este
y aquel navío; en cuántos modos
se aparecen las
sombras de la muerte;
cómo juega Fortuna con la suerte,
no mostrándose igual ni firme a todos,
hasta que, por
mil varios embarazos,
los españoles brazos,
rompiendo
por el aire, tierra y fuego,
declararon por suyo el mortal juego.
Píntanos ya un diluvio con razones,
causado de
un conflicto temeroso
y que le pinta la contraria parte:
mil
cuerpos sobreaguados y en montones
confusos, otros naden
cobdiciosos
d'entretener la vida en cualquier parte;
al
descuido, y con arte,
pinta rotas entenas, jarcias rotas,
quillas sentidas, tablas desclavadas,
y, de impaciencia y de
rigor armadas,
las dos (y no en valor) iguales flotas.
Exprime
los gemidos excesivos
de aquellos semivivos
que, ardiendo, al
agua fría se arrojaban
y, en la muerte del fuego, muerte
hallaban.
Después d'esto dirás: «en
espaciosas,
concertadas hileras va marchando
nuestro
cristiano ejército invencible,
las cruzadas banderas
victoriosas
al aire con donaire tremolando,
haciendo vista
fiera y apacible.
Forma aquel son horrible
que el cóncavo
metal despide y forma,
y aquel del atambor que engendra y cría
en el cobarde pecho valentía
y el temor natural trueca
y reforma»;
haz los reflejos y vislumbres bellas
que,
cual claras estrellas,
en las luchas armas el sol hace
cuando
mirar este escuadrón le place.
Esto dicho,
revuelve presurosa
y en los oídos de los dos prudentes
famosos generales luego envía
una voz que les diga la
gloriosa
estirpe de sus claros ascendientes,
cifra de más
que humana valentía:
al que las naves guía
muéstrale sobre un muro un caballero,
más que
de yerro, de valor armado,
y entre la turba mora un niño
atado,
cual entre hambrientos lobos un cordero,
y al segundo
Abrahán que dé la daga
con que el bárbaro
haga
el sacrificio horrendo que en el suelo
le dio fama y
imortal gloria en el cielo;
dirás al otro, que en
sus venas tiene
la sangre de Austria, que con esto sólo
le dirás cien mil hechos señalados
que, en
cuanto el ancho mar cerca y contiene,
y en lo que mira el uno y
otro polo,
fueron por sus mayores acabados.
Éstos ansí
informados,
entra en el escuadrón de nuestra gente
y
allá verás, mirando a todas partes,
mil Cides, mil
Roldanes y mil Martes,
valiente aquél, aquéste más
valiente;
a estos solos les dirás que miren
para que
luego aspiren
a concluir la más dudosa hazaña:
«Hijos, mirad que es vuestra madre España!,
la
cual, desde que al viento y mar os disteis,
cual viuda llora
vuestra ausencia larga,
contrita, humilde, tierna, mansa y justa,
los ojos bajos, húmidos y tristes,
cubierto el cuerpo
de una tosca sarga,
que de sus galas poco o nada gusta
hasta
ver en la injusta
cerviz inglesa puesto el suave yugo
y sus
puertas abrir, de herror cargadas,
con las romanas llaves
dedicadas
[a] abrir el cielo como al cielo plugo.
Justa es la
empresa, y vuestro brazo fuerte;
aun de la misma muerte
quitara
la vitoria de la mano,
cuanto más del vicioso luterano».
Muéstrales, si es posible, un verdadero
retrato
del católico monarca,
y verán de David la voz y el
pecho,
las rodillas por el suelo y un cordero
mirando, a
quien encierra y guarda un arca,
mejor que aquélla
quisier[a haber hecho],
puestos de trecho a trecho
doce
descalzos ángeles mortales
en quien tanta virtud el cielo
encierra
que con humilde voz desde la tierra
pasan del mismo
cielo los umbrales.
Con tal cordero, tal monarca y luego
de
tales doce el ruego,
diles que está siguro el triunfo y
gloria,
y que ya España canta la victoria.
Canción,
si vas despacio do te envío,
en todo el cielo fío
que has de cambiar por nuevas de alegría
el nombre de
canción y profecía.
canción
segunda, de la pérdida de la armada
que fue a Inglaterra
Madre de los valientes de la guerra,
archivo de
católicos soldados,
crisol donde el amor de Dios se apura,
tierra donde se vee que el cielo entierra
los que han de ser
al cielo trasladados
por defensores de la fee más pura:
no te parezca acaso desventura,
¡Oh España,
madre nuestra!,
ver que tus hijos vuelven a tu seno
dejando
el mar de sus desgracias lleno,
pues no los vuelve la contraria
diestra:
vuélvelos la borrasca i[n]contrastable
del
viento, mar, y el cielo que consiente
que se alce un poco la
enemiga frente,
odiosa al cielo, al suelo detestable,
porque
entonces es cierta la caída
cuando es soberbia y vana la
subida.
Abre tus brazos y recoge en ellos
los que
vuelven confusos, no rendidos,
pues no se escusa lo que el cielo
ordena,
ni puede en ningún tiempo los cabellos
tener
alguno con la mano asidos
de la calva ocasión en suerte
buena,
ni es de acero o diamante la cadena
con que se enlaza
y tiene
el buen suceso en los marciales casos,
y los más
fuertes bríos quedan lasos
del que a los brazos con el
viento viene,
y esta vuelta que vees desordenada
sin duda
entiendo que ha de ser la vuelta
del toro para dar mortal
revuelta
a la gente con cuerpos desalmada,
que el cielo,
aunque se tarda, no es amigo
de dejar las maldades sin castigo.
A tu león pisado le han la cola;
las vedijas
sacude, ya revuelve
a la justa venganza de su ofensa,
no sólo
suya, que si fuera sola,
quizá la perdonara: sólo
vuelve
por la de Dios, y en restaurarla piensa.
Único
es su valor, su fuerza imensa,
claro su entendimiento,
indignado
con causa, y tal que a un pecho
cristiano, aunque de mármol
fuese hecho,
moviera a justo y vengativo intento.
Y más,
que el galo, el tusco, el moro mira,
con vista aguda y ánimos
perplejos,
cuáles son los comienzos y los dejos,
y
dónde pone este león la mira,
porque entonces su
suerte está lozana
en cuanto tiene este león
cuartana.
Ea pues, ¡oh Felipe, señor
nuestro,
Segundo en nombre y hombre sin segundo,
coluna de la
fee segura y fuerte!,
vuelve en suceso más felice y
diestro
este designio que fabrica el mundo,
que piensa manso
y sin coraje verte,
como si no bastasen a moverte
tus puertos
salteados
en las remotas Indias apartadas,
y en tus casas tus
naves abrasadas,
y en la ajena los templos profanados;
tus
mares llenos de piratas fieros,
por ellos tus armadas encogidas,
y en ellos mil haciendas y mil vidas
sujetos a mil bárbaros
aceros,
cosas que cada cual por sí es posible
a hacer
que se intente aun lo imposible.
Pide, toma, señor,
que todo aquello
que tus vasallos tienen se te ofrece
con
liberal y valerosa mano
a trueco que al inglés pérfido
cuello
pongas el justo yugo que merece
su injusto pecho y
proceder insano;
no sólo el oro que se adora en vano,
sino sus hijos caros
te darán, cual el suyo dio don
Diego,
que, en propria sangre y en ajeno fuego,
acrisoló
los hechos siempre raros
de la casa de Córdoba, que ha
dado
catorce mayorazgos a las lanzas
moriscas, y, con firmes
confianzas,
sus obras y su nombre han dilat[ado]
por la
espaciosa redondez del suel[o],
que el que así muere vive
y gana el cie[lo].
En tanto que los brazos levantares,
gran capitán de Dios, espera, [espera]
ver vencedor tu
pueblo, y no vencido;
pero si de cansado los bajares,
los
suyos alzará la gente fiera,
que para el mal el malo es
atrevido;
y en tu perseverancia está inclüido
un
felice suceso
de la empresa justísima que tomas,
y no
con ella un solo reino domas,
que a muchos pones de temor el
peso;
aseguras los tuyos, fortaleces
lo que la buena fama de
ti canta,
que eres un justo horror que al malo espanta
y mano
que a los justos favoreces;
alza los brazos, pues, Moisés
cristiano,
y pondrálos por tierra el luterano.
Vosotros
que, llevados de un deseo
justo y honroso, al mar os entregastes
y el ocio blando y el regalo huistes,
puesto que os imagino
ahora y veo
entre el viento y el mar que contrastastes
y los
mortales daños que sufristes,
d'entre Scila y Caribdis no
tan tristes
salís que no se vea
en vuestro bravo,
varonil semblante
que romperéis por montes de diamante
hasta igualar la desigual pelea;
que los bríos y
brazos españoles
quilatan su valor, su fuerza y brío
con la hambre, sed, calor y frío
cual se quilata el
oro en los crisoles,
y, apurados así, son cual la planta
que al cielo con la carga se levanta.
El diestro
esgrimidor, cuando le toca
quien sabe menos que él, se
enciende en ira
y con facilidad se desagravia;
y en la orilla
del mar la fuerte roca,
mientras su furia a deshacerla aspira,
muy poco o nada su rigor la agravia;
y es común
opinión de gente sabia
que cuanto más ofende
el
malo al bueno, tanto más aumenta
el temor del alcance de
la cuenta,
que siempre es malo del que mal espende.
Triunfe
el pirata, pues, agora y haga
júbilo y fiestas, porque el
mar y el viento
han respondido al justo de su intento
sin
acordarse si el que debe paga,
que, al sumar de la cuenta, en el
remate
se hará un alcance que le alcance y mate.
¡Oh
España, oh rey, oh mílites famosos!,
ofrece, manda,
obedeced, que el cielo
en fin ha de ayudar al justo celo,
puesto
que los principios sean dudosos,
y en la justa ocasión y
en la porfía
encierra la vitoria su alegría.
[Romance]
Yace donde el sol se pone,
entre dos tajadas peñas,
una entrada de un abismo,
quiero decir, una cueva
profunda,
lóbrega, escura,
aquí mojada, allí seca,
propio albergue de la noche,
del horror y las tinieblas.
Por
la boca sale un aire
que al alma encendida yela,
y un fuego,
de cuando en cuando,
que el pecho de yelo quema.
Óyese
dentro un rüido
como crujir de cadenas
y unos ayes
luengos, tristes,
envueltos en tristes quejas.
Por las
funestas paredes,
por los resquicios y quiebras
mil víboras
se descubren
y ponzoñosas culebras.
A la entrada tiene
puesto[s],
en una amarilla piedra,
huesos de muerto encajados
de modo que forman letras,
las cuales, vistas del fuego
que
arroja de sí la cueva,
dicen: «Ésta es la
morada
de los celos y sospechas».
Y un pastor contaba a
Lauso
esta maravilla cierta
de la cueva, fuego y yelo,
aullidos, sierpes y piedra,
el cual, oyendo, le dijo:
«Pastor, para que te crea,
no has menester juramentos
ni hacer la vista esperiencia.
Un vivo traslado es ése
de lo que mi pecho encierra,
el cual, como en cueva escura,
no tiene luz, ni la espera.
Seco le tienen desdenes
bañado
en lágrimas tiernas;
aire, fuego y los suspiros
le
abrasan contino y yelan.
Los lamentables aullidos,
son mis
continuas querellas,
víboras mis pensamientos
que en
mis entrañas se ceban.
La piedra escrita, amarilla,
es
mi sin igual firmeza,
que mis huesos en la muerte
mostrarán
que son de piedra.
Los celos son los que habitan
en esta
morada estrecha,
que engendraron los descuidos
de mi querida
Silena».
En pronunciando este nombre,
cayó como
muerto en tierra,
que de memorias de celos
aquestos fines se
esperan.
Hacia donde el sol se pone,
entre dos
partidas peñas,
una entrada de un abismo,
quiero
decir, una cueva
oscura, lóbrega y triste,
aquí
mojada, allí seca,
propio albergue de la noche,
del
terror y de tinieblas.
Por su boca sale un aire
que al alma
encendida yela,
y un fuego, de cuando en cuando,
que al pecho
de nieve quema.
Óyese dentro un rüido
con crujir
de cadenas
y unos ayes luengos, tristes,
envueltos en tristes
quejas;
y en las funestas paredes,
por los resquicios y
quiebras
mil víboras se descubren
y ponzoñosas
culebras.
A la boca tiene puestos,
en una amarilla piedra,
güesos de muerto encajados
de modo que forman letras,
las cuales, vistas al fuego
que sale de la caverna,
dicen:
«Ésta es la morada
de los celos y sospechas».
Un pastor contaba a Lauso
esta maravilla cierta
de la
cueva, fuego y yelo,
aullidos, sierpes y piedras,
el cual,
viéndole, le dijo:
«Pastor, para que te crean,
no
has menester jurallo
ni hacer della esperiencia.
El mismo
traslado es ése
de lo que mi pecho encierra,
el cual,
como en cueva oscura,
ni siente luz, ni la espera.
Seco, le
tienen desdenes
bañando lágrimas tiernas;
aire
y fuego en los suspiros
arrójase, abrasa y yela.
Los
lamentables aullidos,
son mis continuas endechas,
víboras
mis pensamientos
que en mis entrañas se ceban.
La
piedra escrita, amarilla,
es mis sin igual firmezas,
que los
fuegos en mi muerte
dirán cómo fui de piedra.
Los
celos son los que avisan
en esta morada estrecha,
que
causaron los descuidos
cuidados de Silena».
En
pronunciando este mal,
cayó como muerto en tierra,
que
de memorias de celos
tales sucesos se esperan.
El cielo a la iglesia ofrece
hoy una piedra tan fina
que en la corona divina
del mismo Dios resplandece.
Glosa
Tras los dones primitivos
que, en el fervor de su
celo,
ofreció la iglesia al cielo,
a sus edificios
vivos
dio nuevas piedras el suelo;
estos dones agradece
a
su esposa y la ennoblece,
pues, de parte del esposo,
un
Hiacinto, el más precioso,
el
cielo a la iglesia ofrece.
Porque el hombre de su gracia
tantas veces se retira,
y
el Jacinto, al que le mira,
es tan grande su eficacia
que le
sosiega la ira,
su misma piedad lo inclina
a darlo por
medicina,
que, en su jüicio profundo,
ve que ha menester
el mundo,
hoy una
piedra tan fina.
Obró
tanto esta virtud,
viviendo Jacinto en él,
que, a los
vivos rayos d'él,
en una y otra salud
se restituyó
por él.
Crezca gloriosa la mina
que de su luz
jacintina
tiene el cielo y tierra llenos,
pues no mereció
estar menos
que en la
corona divina.
Allá
luce ante los ojos
del mismo autor de su gloria,
y acá
en gloriosa memoria
de los triunfos y despojos
que sacó
de la vitoria,
pues si otra luz desfallece
cuando el sol la
suya ofrece,
¿qué tan viva y rutilante
será
aquésta si delante
del
mismo Dios resplandece?
Soneto
No ha menester el que tus hechos canta,
¡oh
gran marqués!, el artificio humano,
que a la más
sutil pluma y docta mano
ellos le ofrecen al que al orbe espanta;
y éste que sobre el cielo se levanta,
llevado de tu
nombre soberano,
a par del griego y escritor toscano,
sus
sienes ciñe con la verde planta;
y fue muy justa
prevención del cielo
que a un tiempo ejercitases tú
la espada
y él su prudente y verdadera pluma,
porque,
rompiendo de la invidia el velo,
tu fama, en sus escritos
dilatada,
ni olvido o tiempo o muerte la consuma.
El capitán Becerra vino a Sevilla a enseñar lo que habían
de hacer los soldados, y a esto y a la entrada del
duque de Medina en Cádiz hizo Cervantes este
soneto
Vimos en julio otra semana santa,
atestada de ciertas
cofradías
que los soldados llaman compañías,
de quien el vulgo, y no el inglés, se espanta;
hubo de
plumas muchedumbre tanta
que en menos de catorce o quince días
volaron sus pigmeos y Golías,
y cayó su
edificio por la planta.
Bramó el Becerro y púsolos
en sarta;
tronó la tierra, escurecióse el cielo,
amenazando una total rüina;
y al cabo, en Cádiz,
con mesura harta,
ido ya el conde, sin ningún recelo,
triunfando entró el gran duque de Medina.
Al
túmulo del rey que se hizo en Sevilla
«¡Voto
a Dios que me espanta esta grandeza
y que diera un doblón
por describilla!;
porque, ¿a quién no suspende y
maravilla
esta máquina insigne, esta braveza?
¡Por
Jesucristo vivo, cada pieza
vale más que un millón,
y que es mancilla
que esto no dure un siglo, ¡oh gran
Sevilla,
Roma triunfante en ánimo y riqueza!
¡Apostaré
que la ánima del muerto,
por gozar este sitio, hoy ha
dejado
el cielo, de que goza eternamente!»
Esto oyó
un valentón y dijo: «¡Es cierto
lo que dice
voacé, seor soldado,
y quien dijere lo contrario miente!»
Y luego encontinente
caló el chapeo, requirió
la espada,
miró al soslayo, fuese, y no hubo nada.
Miguel de Cervantes, autor de Don Quixote:
Unas
décimas
Ya que se ha llegado el día,
gran rey, de tus
alabanzas,
de la humilde musa mía
escucha, entre las
que alcanzas,
las llorosas que te envía;
que, puesto
que ya caminas
pisando las perlas finas
de las aulas
soberanas,
tal vez palabras humanas
oyen orejas divinas.
¿Por dónde comenzaré
a exagerar
tus blasones,
después que te llamaré
padre de
las religiones
y defensor de la fe?
Sin duda habré de
llamarte
nuevo y pacífico Marte,
pues en sosiego
venciste
lo más en cuanto quisiste,
y es mucha la
menor parte.
Tembló el cita en el oriente,
el
bárbaro al mediodía,
el luterano al poniente,
y
en la tierra siempre fría
temió la indómita
gente;
Arauco vio tus banderas
vencedoras, y las fieras
ondas del sangriento Egeo
te dieron como en trofeo
las
otomanas banderas.
Las virtudes en su punto
en tu
pecho se hallaron,
y el poder y el saber junto,
y jamás
no te dejaron,
aun casi el cuerpo difunto;
y lo que más
tu valor
sube al extremo mayor
es que fuiste, cual se
advierte,
bueno en vida, bueno en muerte
y bueno en tu
sucesor.
Esta memoria nos dejas,
que es la que el
bueno cudicia,
que, amigables y sin quejas,
misericordia y
justicia
corrieron en ti parejas,
como la llana humildad
al
par de la majestad,
tan sin discrepar un tilde
que fuiste el
rey más humilde
y de mayor gravedad.
Quedar
las arcas vacías,
donde se encerraba el oro
que dicen
que recogías,
nos muestra que tu tesoro
en el cielo lo
escondías;
desde ahora en los serenos
Elíseos
campos amenos
para siempre gozarás,
sin poder desear
más
ni contentarte con menos.
Yace en
la parte que es mejor de España
Yace en la
parte que es mejor de España
una apacible y siempre verde
Vega
a quien Apolo su favor no niega,
pues con las aguas de
Helicón la baña;
Júpiter, labrador por
grande hazaña,
su ciencia toda en cultivarla entrega;
Cilenio, alegre, en ella se sosiega,
Minerva eternamente la
acompaña;
las Musas su Parnaso en ella han hecho;
Venus,
honesta, en ella aumenta y cría
la santa multitud de los
amores.
Y así, con gusto y general provecho,
nuevos
frutos ofrece cada día
de ángeles, de armas, santos
y pastores.
«Este soneto hice a la muerte de Fernando de Herrera;
y, para entender el primer cuarteto, advierto que
él celebraba en sus versos a una señora
debajo deste nombre de Luz.
Creo que es de los
buenos que he hecho en mi vida»
El que subió
por sendas nunca usadas
del sacro monte a la más alta
cumbre;
el que a una Luz se hizo todo lumbre
y lágrimas,
en dulce voz cantadas;
el que con culta vena las sagradas
de
Helicón y Pirene en muchedumbre
(libre de toda humana
pesadumbre)
bebió y dejó en divinas transformadas;
aquél a quien invidia tuvo Apolo
porque, a par de su
Luz, tiene su fama
de donde nace a donde muere el día:
el
agradable al cielo, al suelo solo,
vuelto en ceniza de su
ardiente llama,
yace debajo desta losa fría.
A don Diego de
Mendoza y a su fama
En la memoria vive de las gentes,
varón famoso, siglos infinitos,
premio que le merecen
tus escritos
por graves, puros, castos y excelentes.
Las
ansias en honesta llama ardientes,
los Etnas, los Estigios, los
Cocitos
que en ellos suavemente van descritos,
mira si es
bien, ¡oh Fama!, que los cuentes,
y aun que los lleves en
ligero vuelo
por cuanto ciñe el mar y el sol rodea,
y
en láminas de bronce los esculpas;
que así el suelo
sabrá que sabe el cielo
que el renombre inmortal que se
desea
tal vez le alcanzan amorosas culpas.
Al secretario Gabriel
Pérez del Barrio Angulo
Tal secretario
formáis,
Gabriel, en vuestros escritos,
que por siglos
infinitos
en él os eternizáis;
de la ignorancia
sacáis
la pluma, y en presto vuelo
de lo más
bajo del suelo
al cielo la levantáis.
Desde
hoy más, la discreción
quedará puesta en su
punto,
y el hablar y escribir junto
en su mayor perfección,
que en esta nueva ocasión
nos muestra, en breve
distancia,
Demóstenes su elegancia
y su estilo
Cicerón.
España os está obligada,
y
con ella el mundo todo,
por la subtileza y modo
de pluma tan
bien cortada;
la adulación defraudada
queda, y la
lisonja en ella;
la mentira se atropella,
y es la verdad
levantada.
Vuestro libro nos informa
que sólo
vos habéis dado
a la materia de estado
hermosa y
cristiana forma;
con la razón se conforma
de tal
suerte que en él veo
que, contentando al deseo,
al que
es más libre reforma.
Soneto
a don Diego Rosel y Fuenllana,
inventor de nuevos artes,
hecho por Miguel de
Cervantes
Jamás en el jardín de Falerina
ni en la Parnasa, excesible cuesta,
se vio Rosel ni rosa cual
es ésta,
por quien gimió la maga Dragontina;
atrás
deja la flor que se recrina
en la del Tronto archiducal floresta,
dejando olor por vía manifesta
que a la región
del cielo la avecina.
Crece, ¡oh muy felice planta!, crece,
y ocupen tus pimpollos todo el orbe,
retumbando, crujiendo y
espantando;
el Betis calle, pues el Po enmudece,
y la muerte,
que a todo humano sorbe,
sola esta rosa vaya eternizando.
A los éxtasis de nuestra beata madre
Teresa de Jesús
Virgen fecunda, madre venturosa,
cuyos hijos,
criados a tus pechos,
sobre sus fuerzas la virtud alzando,
pisan
ahora los dorados techos
de la dulce región maravillosa
que está la gloria de su Dios mostrando:
tú,
que ganaste obrando
un nombre en todo el mundo
y un grado sin
segundo,
ahora estés ante tu Dios prostrada,
en rogar
por tus hijos ocupada,
o en cosas dignas de tu intento santo,
oye mi voz cansada
y esfuerza, ¡oh madre!, el desmayado
canto.
Luego que de la cuna y las mantillas
sacó
Dios tu niñez, diste señales
que Dios para ser suya
te guardaba,
mostrando los impulsos celestiales
en ti, con
ordinarias maravillas,
que a tu edad tu deseo aventajaba;
y
si se descuidaba
de lo que hacer debía,
tal vez luego
volvía
mejorado, mostrando codicioso
que el haber
parecido perezoso
era un volver atrás para dar salto,
con
curso más brïoso,
desde la tierra al cielo, que es
más alto.
Creciste, y fue creciendo en ti la gana
de obrar en proporción de los favores
con que te
regaló la mano eterna,
tales que, al parecer, se alzó
a mayores
contigo alegre Dios en la mañana
de tu
florida edad humilde y tierna;
y así tu ser gobierna
que
poco a poco subes
sobre las densas nubes
de la suerte mortal,
y así levantas
tu cuerpo al cielo, sin fijar las plantas,
que ligero tras sí el alma le lleva
a las regiones
santas
con nueva suspensión, con virtud nueva.
Allí
su humildad te muestra santa;
acullá se desposa Dios
contigo,
aquí misterios altos te revela.
Tierno amante
se muestra, dulce amigo,
y, siendo tu maestro, te levanta
al
cielo, que señala por tu escuela;
parece se desvela
en
hacerte mercedes;
rompe rejas y redes
para buscarte el Mágico
divino,
tan tu llegado siempre y tan contino
que, si algún
afligido a Dios buscara,
acortando camino
en tu pecho o en tu
celda le hallara.
Aunque naciste en Ávila, se
puede
decir que Alba fue donde naciste,
pues allí nace
donde muere el justo;
desde Alba, ¡oh madre!, al cielo te
partiste:
alba pura, hermosa, a quien sucede
el claro día
del inmenso gusto.
Que le goces es justo
en éxtasis
divinos
por todos los caminos
por donde Dios llevar a un alma
sabe,
para darle de sí cuanto ella cabe,
y aun la
ensancha, dilata y engrandece
y, con amor süave,
a sí
y de sí la junta y enriquece.
Como las
circunstancias convenibles
que acreditan los éxtasis, que
suelen
indicios ser de santidad notoria,
en los tuyos se
hallaron, nos impelen
a creer la verdad de los visibles
que
nos describe tu discreta historia;
y el quedar con vitoria,
honroso triunfo y palma
del infierno, y tu alma
más
humilde, más sabia y obediente
al fin de tus arrobos, fue
evidente
señal que todos fueron admirables
y
sobrehumanamente
nuevos, continuos, sacros, inefables.
Ahora,
pues, que al cielo te retiras,
menospreciando la mortal riqueza
en la inmortalidad que siempre dura,
y el visorrey de Dios
nos da certeza
que sin enigma y sin espejo miras
de Dios la
incomparable hermosura,
colma nuestra ventura:
oye, devota y
pía,
los balidos que envía
el rebaño
infinito que crïaste
cuando del suelo al cielo el vuelo
alzaste,
que no porque dejaste nuestra vida
la caridad
dejaste,
que en los cielos está más estendida.
Canción, de ser humilde has de preciarte
cuando
quieras al cielo levantarte,
que tiene la humildad naturaleza
de
ser el todo y parte
de alzar al cielo la mortal bajeza.
De Turia el cisne más
famoso hoy canta,
De Turia el cisne más famoso
hoy canta,
y no para acabar la dulce vida,
que en sus divinas
obras escondida
a los tiempos y edades se adelanta:
queda por
él canonizada y santa
Teruel, vivos Marcilla y su
homicida;
su pluma, por heroica conocida,
en quien se admira
el cielo, el suelo espanta.
Su dotrina, su voz, su estilo raro,
que por tuyos, ¡oh Apolo!, reconoces,
según el
vuelo de sus bellas alas,
grabadas por la Fama en mármol
paro
y en láminas de bronce, harán que goces
siglo
de eternidad, Yagüe de Salas.
A la señora doña Alfonsa González, monja profesa
en el monasterio de Nuestra Señora de Constantinopla,
en la dirección
deste libro de la Sacra
Minerva
En
vuestra sin igual, dulce armonía,
hermosísima
Alfonsa, nos reserva
la nueva, la sin par sacra Minerva
cuanto
de bueno y santo el cielo cría.
Llega el felice punto,
llega el día
en que, si os oye la infernal caterva,
huye
gimiendo al centro y, de la acerva
región, suspiros a la
tierra envía.
En fin, vos convertís el suelo en
cielo
con la voz celestial, con la hermosura
que os hacen
parecer ángel divino;
y así, conviene que tal vez
el velo
alcéis, y descubráis esa luz pura
que
nos pone del cielo en el camino.