Miguel de Cervantes Saavedra
VIAJE
DEL
PARNASO
LICENCIA
Por
mandado y comisión de los señores del Consejo, he visto
El
viaje del Parnaso,
de Miguel de Cervantes Saavedra; y, después de no tener cosa
contra lo que tiene y enseña nuestra santa fee católica
ni buenas costumbres, tiene muchas muy apacibles y entretenidas, y
muy conformes a las que del mismo autor honran la nación y
celebra el mundo. Este es mi parecer, salvo &c. En Madrid, a 20
de setiembre, 1614.
El
maestro Joseph de Valdivielso.
PRIVILEGIO
Por
cuanto por parte de vos, Miguel de Cervantes Saavedra, nos fue fecha
relación que habíades compuesto un libro intitulado
Viaje
del Parnaso,
de que hacíades presentación, y, porque os había
costado algún trabajo y ser curioso y deleitable, nos
suplicasteis vos mandásemos dar licencia para le imprimir y
privilegio por veinte años, o como la nuestra merced fuese; lo
cual visto por los del nuestro Consejo, por cuanto en el dicho libro
se hizo la diligencia que la premática por nos sobre ello
fecha dispone, fue acordado que debíamos de mandar dar esta
nuestra cédula en la dicha razón, y nos tuvímoslo
por bien. Por la cual vos damos licencia y facultad para que, por
tiempo y espacio de seis años cumplidos primeros siguientes,
que corran y se cuenten desde el día de la fecha desta nuestra
cédula en adelante, vos, o la persona que para ello vuestro
poder hubiere, y no otra alguna, podáis imprimir y vender el
dicho libro que desuso se hace mención. Y por la presente
damos licencia y facultad a cualquier impresor de nuestros reinos que
nombráredes, para que durante el dicho tiempo le pueda
imprimir por el original que en el nuestro Consejo se vio, que va
rubricado y firmado al fin de Hernando de Vallejo, nuestro Escribano
de Cámara, y uno de los que en él residen, con que
antes y primero que se venda lo traigáis ante ellos,
juntamente con el dicho original, para que se vea si la dicha
impresión está conforme a él, o traigáis
fee en pública forma, como por corretor por nos nombrado se
vio y corrigió la dicha impresión por el dicho
original. Y mandamos al dicho impresor que ansí imprimiere el
dicho libro, no imprima el principio y primer pliego dél, ni
entregue más de un solo libro con el original al autor y
persona a cuya costa lo imprimiere, ni a otro alguno, para efeto de
la dicha correción y tasa, hasta que, antes y primero, el
dicho libro esté corregido y tasado por los del nuestro
Consejo. Y estando hecho, y no de otra manera, pueda imprimir el
dicho principio y primer pliego, en el cual inmediatamente ponga esta
nuestra licencia y la aprobación, tasa y erratas; ni lo podáis
vender ni vendáis vos, ni otra persona alguna, hasta que esté
el dicho libro en la forma susodicha, so pena de caer e incurrir en
las penas contenidas en la dicha premática y leyes de nuestros
reinos que sobre ello disponen. Y mandamos que durante el dicho
tiempo persona alguna, sin vuestra licencia, no le pueda imprimir ni
vender, so pena que el que lo imprimiere y vendiere haya perdido y
pierda cualesquiera libros, moldes y aparejos que dél tuviere,
y más incurra en pena de cincuenta mil maravedís por
cada vez que lo contrario hiciere; de la cual dicha pena sea la
tercera parte para nuestra Cámara y la otra tercia parte para
el juez que lo sentenciare, y la otra tercia parte para el que lo
denunciare. Y mandamos a los del nuestro Consejo, presidente y
oidores de las nuestras Audiencias, alcaldes, alguaciles de la
nuestra Casa y Corte y Chancillerías, y otras cualesquiera
justicias de todas las ciudades, villas y lugares de los nuestros
reinos y señoríos, y a cada uno en su jurisdición,
ansí a los que agora son como a los que serán de aquí
adelante, que vos guarden y cumplan esta nuestra cédula y
merced que así vos hacemos, y contra ella no vayan, ni pasen,
ni consientan ir ni pasar en manera alguna, so pena de la nuestra
merced y de diez mil maravedís para la nuestra Cámara.
Fecha en Ventosilla, a diez y ocho días del mes de otubre de
mil y seiscientos y catorce años.
YO, EL REY.
Por
mandado del rey nuestro señor:
Jorge
de Tovar.
TASA
Yo,
Hernando de Vallejo, escribano de Cámara del rey nuestro
señor, de los que residen en su Consejo, doy fe que,
habiéndose visto por los señores dél un libro
que compuso Miguel de Cervantes Saavedra, intitulado Viaje
del Parnaso,
que con su licencia fue impreso, le tasaron a cuatro maravedís
el pliego, el cual tiene once pliegos, que al dicho respeto suma y
monta cuarenta y cuatro maravedís cada volumen en papel; y
mandaron que a este precio se haya de vender y venda, y no a más,
y que esta tasa se ponga al principio de cada volumen del dicho
libro, para que por él se sepa y entienda lo que se ha de
pedir y llevar, sin que se haya de exceder ni exceda della en manera
alguna. Y, para que dello conste, de pedimiento del dicho Miguel de
Cervantes y mandamiento de los dichos señores del Consejo, di
la presente en la villa de Madrid, a diez y siete días del mes
de noviembre, de mil y seiscientos y catorce años.
Hernando
de Vallejo.
ERRATAS
Fojas
4, plana 1, terceto tercero: donde dice y
cen,
diga y
con.
Fojas 11, plana 2, terceto 6: donde dice inceso,
diga Enciso.
Fojas 14, plana 1, terceto 6: donde dice palma
lleva,
diga y
palma lleva.
Fojas 14, plana 2, terceto primero: donde dice cuenta,
diga quinta.
Este libro, intitulado Viaje
del Parnaso,
compuesto por Miguel de Cervantes Saavedra, con estas erratas,
corresponde con su original. Dada en Madrid, a diez días del
mes de noviembre de 1614.
El
licenciado Murcia de la Llana.
DEDICATORIA
Dirijo
a vuesa merced este Viaje
que hice al
Parnaso,
que no desdice a su edad florida, ni a sus loables y estudiosos
ejercicios. Si vuesa merced le hace el acogimiento que yo espero de
su condición ilustre, él quedará famoso en el
mundo y mis deseos premiados. Nuestro Señor, &c.
Miguel
de Cervantes Saavedra.
PRÓLOGO AL LECTOR
Si
por ventura, lector curioso, eres poeta y llegare a tus manos (aunque
pecadoras) este Viaje;
si te hallares en él escrito y notado entre los buenos poetas,
da gracias a Apolo por la merced que te hizo; y si no te hallares,
también se las puedes dar. Y Dios te guarde.
D. AUGUSTINI DE CASANATE ROJAS
Epigramma
Excute cæruleum, proles Saturnia, tergum,
verbera
quadrigæ sentiat alma Tetis.
Agmen Apollineum, noua sacri
iniuria ponti,
carmineis ratibus per freta tendit iter.
Proteus
æquoreas pecudes, modulamina Triton,
monstra cauos latices
obstupefacta sinunt.
At caueas tantæ torquent quæ
mollis habenas,
carmina si excipias nulla tridentis opes.
Hesperiis Michael claros conduxit ab oris
in pelagus vates;
delphica castra petit.
Imo age, pone metus, mediis subsiste
carinis,
Parnasi in litus vela secunda gere.
EL AUTOR A SU PLUMA
Soneto
Pues
veis que no me han dado algún soneto
que ilustre deste
libro la portada,
venid vos, pluma mía mal cortada,
y
hacedle, aunque carezca de discreto.
Haréis que escuse el
temerario aprieto
de andar de una en otra encrucijada,
mendigando alabanzas, escusada
fatiga e impertinente, yo os
prometo.
Todo soneto y rima allá se avenga,
y adorne
los umbrales de los buenos,
aunque la adulación es de ruin
casta.
Y dadme vos que este Viaje
tenga
de sal un panecillo por lo menos,
que yo os le marco
por vendible, y basta.
Capítulo
primero
del
Viaje
del Parnaso
Un
quídam Caporal italïano,
de patria perusino, a lo que
entiendo,
de ingenio griego y de valor romano,
llevado de un
capricho reverendo,
le vino en voluntad de ir a Parnaso, 5
por
huir de la Corte el vario estruendo.
Solo y a pie partióse,
y paso a paso
llegó donde compró una mula antigua,
de color parda y tartamudo paso.
Nunca a medroso pareció
estantigua 10
mayor, ni menos buena para carga,
grande en los
huesos y en la fuerza exigua,
corta de vista, aunque de cola
larga,
estrecha en los ijares, y en el cuero
más dura
que lo son los de una adarga. 15
Era de ingenio cabalmente
entero:
caía en cualquier cosa fácilmente,
así
en abril como en el mes de enero.
En fin, sobre ella el poetón
valiente
llegó al Parnaso, y fue del rubio Apolo 20
agasajado con serena frente.
Contó, cuando volvió
el poeta solo
y sin blanca a su patria, lo que en vuelo
llevó
la fama deste al otro polo.
Yo, que siempre trabajo y me desvelo
25
por parecer que tengo de poeta
la gracia que no quiso
darme el cielo,
quisiera despachar a la estafeta
mi alma, o
por los aires, y ponella
sobre las cumbres del nombrado Oeta, 30
pues, descubriendo desde allí la bella
corriente de
Aganipe, en un saltico
pudiera el labio remojar en ella,
y
quedar del licor süave y rico
el pancho lleno, y ser de allí
adelante 35
poeta ilustre, o al menos magnifico.
Mas mil
inconvenientes al instante
se me ofrecieron, y quedó el
deseo
en cierne, desvalido e ignorante.
Porque [en] la piedra
que en mis hombros veo, 40
que la Fortuna me cargó pesada,
mis mal logradas esperanzas leo.
Las muchas leguas de la gran
jornada
se me representaron, que pudieran
torcer la voluntad
aficionada, 45
si en aquel mesmo istante no acudieran
los
humos de la fama a socorrerme,
y corto y fácil el camino
hicieran.
Dije entre mí: «si yo viniese a verme
en
la difícil cumbre deste monte, 50
y una guirnalda de
laurel ponerme,
no envidiaría el bien decir de Aponte,
ni
del muerto Galarza la agudeza,
en manos blando, en lengua
Rodomonte».
Mas, como de un error otro se empieza, 55
creyendo a mi deseo, di al camino
los pies, porque di al
viento la cabeza.
En fin, sobre las ancas del Destino,
llevando
a la Elección puesta en la silla,
hacer el gran vïaje
determino. 60
Si esta cabalgadura maravilla,
sepa el que no
lo sabe que se usa
por todo el mundo, no sólo en Castilla.
Ninguno tiene o puede dar escusa
de no oprimir desta gran
bestia el lomo, 65
ni mortal caminante lo rehúsa.
Suele
tal vez ser tan ligera como
va por el aire el águila o
saeta,
y tal vez anda con los pies de plomo.
Pero, para la
carga de un poeta, 70
siempre ligera, cualquier bestia puede
llevarla, pues carece de maleta;
que es caso ya infalible
que, aunque herede
riquezas un poeta, en poder suyo
no
aumentarlas, perderlas le sucede. 75
Desta verdad ser la ocasión
arguyo
que tú, ¡oh gran padre Apolo!, les infundes
en sus intentos el intento tuyo.
Y, como no le mezclas ni
confundes
en cosas de
agibílibus
rateras, 80
ni en el mar de ganancia vil le hundes,
ellos, o
traten burlas o sean veras,
sin aspirar a la ganancia en cosa,
sobre el convexo van de las esferas,
pintando en la palestra
rigurosa 85
las acciones de Marte, o entre las flores
las de
Venus, más blanda y amorosa.
Llorando guerras o cantando
amores,
la vida como en sueño se les pasa,
o como
suele el tiempo a jugadores. 90
Son hechos los poetas de una masa
dulce, süave, correosa y tierna,
y amiga del hogar de
ajena casa.
El poeta más cuerdo se gobierna
por su
antojo baldío y regalado, 95
de trazas lleno y de
ignorancia eterna.
Absorto en sus quimeras, y admirado
de sus
mismas acciones, no procura
llegar a rico como a honroso estado.
Vayan, pues, los leyentes con letura, 100
cual dice el vulgo
mal limado y bronco,
que yo soy un poeta desta hechura:
cisne
en las canas, y en la voz un ronco
y negro cuervo, sin que el
tiempo pueda
desbastar de mi ingenio el duro tronco; 105
y
que en la cumbre de la varia rueda
jamás me pude ver sólo
un momento,
pues cuando subir quiero, se está queda.
Pero, por ver si un alto pensamiento
se puede prometer feliz
suceso, 110
seguí el viaje a paso tardo y lento.
Un
candeal con ocho mis de queso
fue en mis alforjas mi repostería,
útil al que camina y leve peso.
«Adiós»,
dije a la humilde choza mía; 115
«adiós,
Madrid; adiós tu Prado y fuentes,
que manan néctar,
llueven ambrosía;
adiós, conversaciones suficientes
a entretener un pecho cuidadoso
y a dos mil desvalidos
pretendientes; 120
adiós, sitio agradable y mentiroso,
do
fueron dos gigantes abrasados
con el rayo de Júpiter
fogoso;
adiós, teatros públicos, honrados
por
la ignorancia, que ensalzada veo 125
en cien mil disparates
recitados;
adiós, de San Felipe el gran paseo,
donde
si baja o sube el turco galgo,
como en gaceta de Venecia leo;
adiós, hambre sotil de algún hidalgo, 130
que
por no verme ante tus puertas muerto,
hoy de mi patria y de mí
mismo salgo».
Con esto, poco a poco llegué al puerto
a quien los de Cartago dieron nombre,
cerrado a todos vientos
y encubierto; 135
a cuyo claro y sin igual renombre
se
postran cuantos puertos el mar baña,
descubre el sol y ha
navegado el hombre.
Arrojóse mi vista a la campaña
rasa del mar, que trujo a mi memoria 140
del heroico don Juan
la heroica hazaña;
donde con alta de soldados gloria,
y
con propio valor y airado pecho
tuve, aunque humilde, parte en la
vitoria.
Allí, con rabia y con mortal despecho, 145
el
otomano orgullo vio su brío
hollado y reducido a pobre
estrecho.
Lleno, pues, de esperanzas y vacío
de temor,
busqué luego una fragata
que efetuase el alto intento mío,
150
cuando por la, aunque azul, líquida plata
vi venir
un bajel a vela y remo,
que tomar tierra en el gran puerto trata.
Del más gallardo y más vistoso estremo
de
cuantos las espaldas de Neptuno 155
oprimieron jamás, ni
más supremo,
cual éste, nunca vio bajel alguno
el
mar, ni pudo verse en el armada
que destruyó la vengativa
Juno;
no fue del vellocino a la jornada 160
Argos tan bien
compuesta y tan pomposa,
ni de tantas riquezas adornada.
Cuando
entraba en el puerto, la hermosa
Aurora por las puertas del
Oriente
salía en trenza blanda y amorosa. 165
Oyóse un estampido de repente,
haciendo salva la real
galera,
que despertó y alborotó la gente.
El
son de los clarines la ribera
llenaba de dulcísima
armonía, 170
y el de la chusma alegre y placentera.
Entrábanse las horas por el día,
a cuya luz,
con distinción más clara,
se vio del gran bajel la
bizarría.
Áncoras echa, y en el puerto para, 175
y
arroja un ancho esquife al mar tranquilo
con música, con
grita y algazara.
Usan los marineros de su estilo:
cubren la
popa con tapetes tales,
que es oro y sirgo de su trama el hilo.
180
Tocan de la ribera los umbrales;
sale del rico esquife un
caballero
en hombros de otros cuatro principales,
en cuyo
traje y ademán severo
vi de Mercurio al vivo la figura,
185
de los fingidos dioses mensajero;
en el gallardo talle y
compostura,
en los alados pies, y el caduceo,
símbolo
de prudencia y de cordura,
digo que al mismo paraninfo veo, 190
que trujo mentirosas embajadas
a la tierra del alto Coliseo.
Vile, y apenas puso las aladas
plantas en las arenas,
venturosas
por verse de divinos pies tocadas, 195
cuando yo,
revolviendo cien mil cosas
en la imaginación, llegué
a postrarme
ante las plantas por adorno hermosas.
Mandóme
el dios parlero luego alzarme,
y, con medidos versos y sonantes,
200
desta manera comenzó a hablarme:
«¡Oh
Adán de los poetas, oh Cervantes!
¿Qué
alforjas y qué traje es éste, amigo,
que así
muestra discursos ignorantes?»
Yo, respondiendo a su
demanda, digo: 205
«Señor: voy al Parnaso, y, como
pobre,
con este aliño mi jornada sigo».
Y él
a mí dijo: «¡Oh sobrehumano y sobre
espíritu
cilenio levantado,
toda abundancia y todo honor te sobre! 210
Que, en fin, has respondido a ser soldado
antiguo y valeroso,
cual lo muestra
la mano de que estás estropeado.
Bien
sé que en la naval dura palestra
perdiste el movimiento de
la mano 215
izquierda, para gloria de la diestra;
y sé
que aquel instinto sobrehumano
que de raro inventor tu pecho
encierra
no te le ha dado el padre Apolo en vano.
Tus obras
los rincones de la tierra, 220
llevándola[s] en grupa
Rocinante,
descubren y a la envidia mueven guerra.
Pasa, raro
inventor, pasa adelante
con tu sotil disinio, y presta ayuda
a
Apolo, que la tuya es importante, 225
antes que el escuadrón
vulgar acuda
de más de veinte mil sietemesinos
poetas
que de serlo están en duda.
Llenas van ya las sendas y
caminos
desta canalla inútil contra el monte, 230
que
aun de estar a su sombra no son dignos.
Ármate de tus
versos luego, y ponte
a punto de seguir este vïaje
conmigo,
y a la gran obra disponte;
conmigo, segurísimo pasaje 235
tendrás, sin que te empaches, ni procures
lo que
suelen llamar matalotaje;
y, porque esta verdad que digo apures,
entra conmigo en mi galera, y mira
cosas con que te asombres
y asegures». 240
Yo, aunque pensé que todo era
mentira,
entré con él en la galera hermosa
y vi
lo que pensar en ello admira:
de la quilla a la gavia, ¡oh
estraña cosa!,
toda de versos era fabricada, 245
sin
que se entremetiese alguna prosa;
las ballesteras eran de
ensalada
de glosas, todas hechas a la boda
de la que se llamó
malmaridada;
era la chusma de romances toda, 250
gente
atrevida, empero necesaria,
pues a todas acciones se acomoda;
la
popa, de materia estraordinaria,
bastarda, y de legítimos
sonetos,
de labor peregrina en todo y varia; 255
eran dos
valentísimos tercetos
los espalderes de la izquierda y
diestra,
para dar boga larga muy perfectos;
hecha ser la
crujía se me muestra
de una luenga y tristísima
elegía, 260
que no en cantar sino en llorar es diestra
(por ésta entiendo yo que se diría
lo que suele
decirse a un desdichado
cuando lo pasa mal: "pasó
crujía");
el árbol, hasta el cielo levantado,
265
de una dura canción prolija estaba
de canto de
seis dedos embreado;
él y la entena que por él
cruzaba,
de duros estrambotes la madera
de que eran hechos
claro se mostraba; 270
la racamenta, que es siempre parlera,
toda la componían redondillas,
con que ella se
mostraba más ligera;
las jarcias parecían
seguidillas
de disparates mil y más compuestas, 275
que
suelen en el alma hacer cosquillas;
las rumbadas, fortísimas
y honestas
estancias eran, tablas poderosas
que llevan un
poema y otro a cuestas.
Era cosa de ver las bulliciosas 280
banderillas que al aire tremolaban,
de varias rimas algo
licenciosas;
los grumetes, que aquí y allí
cruzaban,
de encadenados versos parecían,
puesto que
como libres trabajaban. 285
Todas las obras muertas componían
o versos sueltos, o sestinas graves,
que a la galera más
gallarda hacían.
En fin, con modos blandos y süaves,
viendo Mercurio que yo visto había 290
el bajel, que
es razón, lector, que alabes,
junto a sí me sentó,
y su voz envía
a mis oídos en razones claras
y
llenas de suavísima armonía,
diciendo: «Entre
las cosas que son raras 295
y nuevas en el mundo y peregrinas,
verás, si en ello adviertes y reparas,
que es una este
bajel de las más dignas
de admiración, que llegue a
ser espanto
a naciones remotas y vecinas. 300
No le formaron
máquinas de encanto,
sino el ingenio del divino Apolo,
que puede, quiere y llega y sube a tanto.
Formóle, ¡oh
nuevo caso!, para sólo
que yo llevase en él cuantos
poetas 305
hay desde el claro Tajo hasta Pactolo.
De Malta el
gran maestre, a quien secretas
espías dan aviso que en
Oriente
se aperciben las bárbaras saetas,
teme, y
envía a convocar la gente 310
que sella con la blanca cruz
el pecho,
porque en su fuerza su valor se aumente;
a cuya
imitación, Apolo ha hecho
que los famosos vates al Parnaso
acudan, que está puesto en duro estrecho. 315
Yo,
condolido del doliente caso,
en el ligero casco, ya instrüido
de lo que he de hacer, aguijo el paso:
de Italia las riberas
he barrido;
he visto las de Francia y no tocado, 320
por
venir sólo a España dirigido.
Aquí, con
dulce y con felice agrado,
hará fin mi camino, a lo que
creo,
y seré fácilmente despachado.
Tú,
aunque en tus canas tu pereza veo, 325
serás el paraninfo
de mi asumpto
y el solicitador de mi deseo.
Parte, y no te
detengas sólo un punto,
y a los que en esta lista van
escritos
dirás de Apolo cuanto aquí yo apunto».
330
Sacó un papel, y en él casi infinitos
nombres
vi de poetas, en que había
yangüeses, vizcaínos
y coritos.
Allí famosos vi de Andalucía,
y
entre los castellanos vi unos hombres 335
en quien vive de
asiento la poesía.
Dijo Mercurio: «Quiero que me
nombres
desta turba gentil, pues tú lo sabes,
la
alteza de su ingenio, con los nombres».
Yo respondí:
«De los que son más graves 340
diré lo que
supiere, por moverte
a que ante Apolo su valor alabes».
Él
escuchó. Yo dije desta suerte.
Del
Viaje
del Parnaso,
capítulo
segundo
Colgado
estaba de mi antigua boca
el dios hablante, pero entonces mudo
(que al que escucha, el guardar silencio toca),
cuando di de
improviso un estornudo,
y, haciendo cruces por el mal agüero,
5
del gran Mercurio al mandamiento acudo.
Miré la
lista, y vi que era el primero
el licenciado Juan de Ochoa, amigo
por poeta y cristiano verdadero;
deste varón en su
alabanza digo 10
que puede acelerar y dar la muerte
con su
claro discurso al enemigo,
y que si no se aparta y se divierte
su ingenio en la gramática española,
será
de Apolo sin igual la suerte; 15
pues de su poesía, al
mundo sola,
puede esperar poner el pie en la cumbre
de la
incostante rueda o varia bola.
Éste que de los cómicos
es lumbre,
que el licenciado Poyo es su apellido, 20
no hay
nube que a su sol claro deslumbre;
pero, como está siempre
entretenido
en trazas, en quimeras e invenciones,
no ha de
acudir a este marcial rüido.
Éste que en lista por
tercero pones, 25
que Hipólito se llama de Vergara,
si
llevarle al Parnaso te dispones,
haz cuenta que en él
llevas una jara,
una saeta, un arcabuz, un rayo
que contra la
ignorancia se dispara. 30
Éste que tiene como mes de mayo
florido ingenio, y que comienza ahora
a hacer de sus comedias
nuevo ensayo,
Godínez es.Y estotro que enamora
las
almas con sus versos regalados, 35
cuando de amor ternezas canta
o llora,
es uno que valdrá por mil soldados
cuando a
la estraña y nunca vista empresa
fueren los escogidos y
llamados;
digo que es don Francisco, el que profesa 40
las
armas y las letras con tal nombre,
que por su igual Apolo le
confiesa;
es de Calatayud su sobrenombre;
con esto queda
dicho todo cuanto
puedo decir con que a la invidia asombre. 45
Éste que sigue es un poeta santo,
digo famoso: Miguel
Cid se llama,
que al coro de las Musas pone espanto.
Estotro
que sus versos encarama
sobre los mismos hombros de Calisto, 50
tan celebrado siempre de la fama,
es aquel agradable, aquel
bienquisto,
aquel agudo, aquel sonoro y grave
sobre cuantos
poetas Febo ha visto;
aquel que tiene de escribir la llave 55
con gracia y agudeza en tanto estremo,
que su igual en el
orbe no se sabe:
es don Luis de Góngora, a quien temo
agraviar en mis cortas alabanzas,
aunque las suba al grado
más supremo. 60
¡Oh tú, divino espíritu,
que alcanzas
ya el premio merecido a tus deseos
y a tus bien
colocadas esperanzas;
ya en nuevos y justísimos empleos,
divino Herrera, tu caudal se aplica, 65
aspirando del cielo a
los trofeos!
Ya de tu hermosa Luz, y clara, y rica,
el bello
resplandor miras seguro,
en la que [el] alma tuya beatifica;
y,
arrimada tu yedra al fuerte muro 70
de la inmortalidad, no
estimas cuanto
mora en las sombras deste mundo escuro.
Y tú,
Don Juan de Jáurigui, que a tanto
el sabio curso de tu
pluma aspira,
que sobre las esferas le levanto, 75
aunque
Lucano por tu voz respira,
déjale un rato y, con piadosos
ojos,
a la necesidad de Apolo mira;
que te están
esperando mil despojos
de otros mil atrevidos, que procuran 80
fértiles campos ser, siendo rastrojos.
Y tú,
por quien las Musas aseguran
su partido, don Félix Arias,
siente
que por su gentileza te conjuran
y ruegan que
defiendas desta gente 85
non
sancta
su hermosura, y de Aganipe
y de Hipocrene la inmortal corriente.
¿Consentirás tú, a dicha, participe
del
licor suavísimo un poeta
que al hacer de sus versos sude y
hipe? 90
No lo consentirás, pues tu discreta
vena,
abundante y rica, no permite
cosa que sombra tenga de imperfecta.
«Señor, éste que aquí viene se quite»,
dije a Mercurio, «que es un chacho necio 95
que juega,
y es de sátiras su envite.
Éste sí que
podrás tener en precio,
que es Alonso de Salas Barbadillo,
a quien me inclino y sin medida aprecio.
Éste que
viene aquí, si he de decillo, 100
no hay para qué
le embarques; y así, puedes
borrarle». Dijo el dios:
«Gusto de oíllo».
«Es un cierto rapaz,
que a Ganimedes
quiere imitar, vistiéndose a lo godo;
y
así, aconsejo que sin él te quedes. 105
No lo harás
con éste dese modo,
que es el gran Luis Cabrera, que,
pequeño,
todo lo alcanza, pues lo sabe todo;
es de la
historia conocido dueño,
y en discursos discretos tan
discreto, 110
que a Tácito verás si te le enseño.
Éste que viene es un galán sujeto
de la varia
fortuna a los vaivenes
y del mudable tiempo al duro aprieto:
un
tiempo rico de caducos bienes, 115
y ahora de los firmes e
inmudables
más rico, a tu mandar firme le tienes;
pueden
los altos riscos siempre estables
ser tocados del mar, mas no
movidos
de sus ondas en cursos varïables; 120
ni menos a
la tierra trae rendidos
los altos cedros Bóreas, cuando,
airado,
quiere humillar los más fortalecidos.
Y éste
que vivo ejemplo nos ha dado
desta verdad con tal filosofía,
125
Don Lorenzo Ramírez es de Prado.
Déste que
se le sigue aquí diría
que es Don Antonio de
Monroy, que veo
en él lo que es ingenio y cortesía;
satisfación al más alto deseo 130
puede dar de
valor heroico y ciencia,
pues mil descubro en él y otras
mil creo.
Éste es un caballero de presencia
agradable
y que tiene de Torcato
el alma sin alguna diferencia; 135
de
don Antonio de Paredes trato,
a quien dieron las Musas, sus
amigas,
en tierna edad anciano ingenio y trato.
Éste
que por llevarle te fatigas,
es Don Antonio de Mendoza, y veo 140
cuánto en llevarle al sacro Apolo obligas.
Éste
que de las Musas es recreo,
la gracia y el donaire y la cordura,
que de la discreción lleva el trofeo,
es Pedro de
Morales, propria hechura 145
del gusto cortesano, y es asilo
adonde se repara mi ventura.
Éste, aunque tiene parte
de Zoílo,
es el grande Espinel, que en la guitarra
tiene
la prima y en el raro estilo. 150
Éste que tanto allá
tira la barra
que las cumbres se deja atrás de Pindo,
que
jura, que vocea y que desgarra,
tiene más de poeta que de
lindo,
y es Jusepe de Vargas, cuyo astuto 155
ingenio y rara
condición deslindo.
Éste, a quien pueden dar justo
tributo
la gala y el ingenio que más pueda
ofrecer a
las Musas flor y fruto,
es el famoso Andrés de Balmaseda,
160
de cuyo grave y dulce entendimiento
el magno Apolo
satisfecho queda.
Éste es Enciso, gloria y ornamento
del
Tajo, y claro honor de Manzanares,
que con tal hijo aumenta su
contento. 165
Éste, que es escogido entre millares,
de
Guevara Luis Vélez es el bravo,
que se puede llamar
quitapesares;
es poeta gigante, en quien alabo
el verso
numeroso, el peregrino 170
ingenio, si un Gnatón nos
pinta, o un Davo.
Éste es Don Juan de España, que
es más digno
de alabanzas divinas que de humanas,
pues
en todos sus versos es divino.
Éste, por quien de Luso
están ufanas 175
las Musas, es Silveira, aquel famoso
que
por llevarle con razón te afanas.
Éste que se le
sigue es el curioso
gran don Pedro de Herrera, conocido
por
de ingenio elevado en punto honroso. 180
Éste que de la
cárcel del olvido
sacó otra vez a Proserpina
hermosa,
con que a España y al Dauro ha enriquecido,
verásle, en la contienda rigurosa
que se teme y se
espera en nuestros días 185
(culpa de nuestra edad poco
dichosa),
mostrar de su valor las lozanías;
pero ¿qué
mucho, si es aquéste el docto
y grave don Francisco de
Farías?
Éste, de quien yo fui siempre devoto, 190
oráculo y Apolo de Granada,
y aun deste clima nuestro
y del remoto,
Pedro Rodríguez es. Éste es Tejada,
de altitonantes versos y sonoros,
con majestad en todo
levantada. 195
Éste que brota versos por los poros
y
halla patria y amigos dondequiera,
y tiene en los ajenos sus
tesoros,
es Medinilla, el que la vez primera
cantó el
Romance
de la tumba escura,
200
entre cipreses puestos en hilera.
Éste que en
verdes años se apresura
y corre al sacro lauro, es don
Fernando
Bermúdez, donde vive la cordura.
Éste
es aquel poeta memorando 205
que mostró de su ingenio la
agudeza,
en las selvas de Erífile cantando.
Éste
que la coluna nueva empieza,
con estos dos que con su ser
convienen,
nombrarlos aun lo tengo por bajeza. 210
Miguel
Cejudo y Miguel Sánchez vienen
juntos aquí, ¡oh
par sin par!; en éstos
las sacras Musas fuerte amparo
tienen;
que en los pies de sus versos bien compuestos,
llenos
de erudición rara y dotrina, 215
al ir al grave caso serán
prestos.
Este gran caballero, que se inclina
a la lección
de los poetas buenos,
y al sacro monte con su luz camina,
don
Francisco de Silva es por lo menos; 220
¿qué será
por lo más? ¡Oh edad madura
en verdes años de
cordura llenos!
Don Gabriel Gómez viene aquí;
segura
tiene con él Apolo la vitoria
de la canalla
siempre necia y dura. 225
Para honor de su ingenio, para gloria
de su florida edad, para que admire
siempre de siglo en siglo
su memoria,
en este gran sujeto se retire
y abrevie la
esperanza deste hecho, 230
y Febo al gran Valdés atento
mire.
Verá en él un gallardo y sabio pecho,
un
ingenio sutil y levantado,
con que le deje en todo satisfecho.
Figueroa es estotro, el doctorado, 235
que cantó de
Amarili la costancia
en dulce prosa y verso regalado.
Cuatro
vienen aquí en poca distancia,
con mayúsculas
letras de oro escritos,
que son del alto asumpto la importancia;
240
de tales cuatro, siglos infinitos
durará la
memoria, sustentada
en la alta gravedad de sus escritos;
del
claro Apolo la real morada,
si viniere a caer de su grandeza, 245
será por estos cuatro levantada;
en ellos nos cifró
Naturaleza
el todo de las partes, que son dignas
de gozar
celsitud, que es más que alteza.
Esta verdad, gran conde
de Salinas, 250
bien la acreditas con tus raras obras,
que en
los términos tocan de divinas.
Tú, el de Esquilache
príncipe, que cobras
de día en día crédito
tamaño,
que te adelantas a ti mismo y sobras, 255
serás
escudo fuerte al grave daño
que teme Apolo, con ventajas
tantas,
que no te espere el escuadrón tacaño.
Tú,
conde de Saldaña, que con plantas
tiernas pisas de Pindo
la alta cumbre, 260
y en alas de tu ingenio te levantas,
hacha
has de ser de inestinguible lumbre,
que guíe al sacro
monte al deseoso
de verse en él, sin que la luz deslumbre.
Tú, el de Villamediana, el más famoso 265
de
cuantos entre griegos y latinos
alcanzaron el lauro venturoso,
cruzarás por las sendas y caminos
que al monte guían,
porque más seguros
lleguen a él los simples
peregrinos; 270
a cuya vista destos cuatro muros
de Parnaso,
caerán las arrogancias
de los mancebos, sobre necios,
duros.
¡Oh cuántas y cuán graves
circustancias
dijera destos cuatro, que felices 275
aseguran
de Apolo las ganancias!
Y más, si se les llega el de
Alcañices
marqués insigne, harán (puesto que
hay una
en el mundo no más) cinco fenices;
cada cual
de por sí será coluna 280
que sustente y levante el
idificio
de Febo sobre el cerco de la luna.
Éste,
puesto que acude al grave oficio
en que se ocupa, el lauro [y]
palma lleva,
que Apolo da por honra y beneficio; 285
en esta
ciencia es maravilla nueva,
y en la jurispericia único y
raro:
su nombre es don Francisco de la Cueva.
Éste,
que con Homero le comparo,
es el gran don Rodrigo de Herrera, 290
insigne en letras y en virtudes raro.
Éste que se le
sigue es el de Vera
don Juan, que por su espada y por su pluma
le honran en la quinta y cuarta esfera.
Éste que el
cuerpo y aun el alma bruma 295
de mil, aunque no muestra ser
cristiano,
sus escritos el tiempo no consuma».
Cayóseme
la lista de la mano
en este punto, y dijo el dios: «Con
éstos
que has referido está el negocio llano. 300
Haz que con pies y pensamientos prestos
vengan aquí,
donde aguardando quedo
la fuerza de tan válidos
supuestos».
«Mal podrá Don Francisco de
Quevedo
venir», dije yo entonces ; y él me dijo: 305
«Pues partirme sin él de aquí no puedo.
Ése
es hijo de Apolo, ése es hijo
de Calíope Musa; no
podemos
irnos sin él, y en esto estaré fijo;
es
el flagelo de poetas memos, 310
y echará a puntillazos del
Parnaso
los malos que esperamos y tenemos».
«¡Oh
señor», repliqué, «que tiene el paso
corto
y no llegará en un siglo entero!»
«Deso»,
dijo Mercurio, «no hago caso, 315
que el poeta que fuere
caballero,
sobre una nube entre pardilla y clara
vendrá
muy a su gusto caballero».
«Y el que no»,
pregunté, «¿qué le prepara
Apolo? ¿Qué
carrozas, o qué nubes? 320
¿Qué dromerio, o
alfana en paso rara?»
«Mucho», me respondió,
«mucho te subes
en tus preguntas; calla y obedece».
«Sí haré, pues no es infando lo que jubes».
Esto le respondí, y él me parece 325
que se
turbó algún tanto; y en un punto
el mar se turba,
el viento sopla y crece.
Mi rostro entonces, como el de un
difunto
se debió de poner; y sí haría,
que
soy medroso, a lo que yo barrunto. 330
Vi la noche mezclarse con
el día;
las arenas del hondo mar alzarse
a la región
del aire, entonces fría.
Todos los elementos vi turbarse:
la tierra, el agua, el aire, y aun el fuego 335
vi entre
rompidas nubes azorarse.
Y, en medio deste gran desasosiego,
llovían nubes de poetas llenas
sobre el bajel, que se
anegara luego,
si no acudieran más de mil sirenas 340
a
dar de azotes a la gran borrasca,
que hacía el saltarel
por las entenas.
Una, que ser pensé Juana la Chasca,
de
dilatado vientre y luengo cuello,
pintiparado a aquel de la
tarasca, 345
se llegó a mí, y me dijo: «De un
cabello
deste bajel estaba la esperanza
colgada, a no venir a
socorrello.
Traemos, y no es burla, a la Bonanza,
que estaba
descuidada oyendo atenta 350
los discursos de un cierto Sancho
Panza».
En esto, sosegóse la tormenta,
volvió
tranquilo el mar, serenó el cielo,
que al regañón
el céfiro le ahuyenta.
Volví la vista, y vi en
ligero vuelo 355
una nube romper el aire claro,
de la color
del condensado yelo.
¡Oh maravilla nueva! ¡Oh caso
raro!
Vilo, y he de decillo, aunque se dude
del hecho que por
brújula declaro. 360
Lo que yo pude ver, lo que yo pude
notar fue que la nube, dividida
en dos mitades, a llover
acude.
Quien ha visto la tierra prevenida
con tal disposición
que, cuando llueve 365
(cosa ya averiguada y conocida),
de
cada gota en un instante breve
del polvo se levanta o sapo o
rana,
que a saltos o despacio el paso mueve,
tal se imagine
ver, ¡oh soberana 370
virtud!, de cada gota de la nube
saltar un bulto, aunque con forma humana.
Por no creer esta
verdad estuve
mil veces; pero vila con la vista,
que entonces
clara y sin legañas tuve. 375
Eran aquestos bultos de la
lista
pasada los poetas referidos,
a cuya fuerza no hay quien
la resista.
Unos por hombres buenos conocidos,
otros de rumbo
y hampo, y Dios es Cristo, 380
poquitos bien y muchos mal
vestidos.
Entre ellos parecióme de haber visto
a don
Antonio de Galarza el bravo,
gentilhombre de Apolo y muy
bienquisto.
El bajel se llenó de cabo a cabo, 385
y su
capacidad a nadie niega
copioso asiento, que es lo más que
alabo.
Llovió otra nube al gran Lope de Vega,
poeta
insigne, a cuyo verso o prosa
ninguno le aventaja, ni aun le
llega. 390
Era cosa de ver maravillosa
de los poetas la
apretada enjambre,
en recitar sus versos muy melosa:
éste
muerto de sed, aquél de hambre.
Yo dije, viendo tantos,
con voz alta: 395
«¡Cuerpo de mí con tanta
poetambre!»
Por tantas sobras conoció una falta
Mercurio, y, acudiendo a remedialla,
ligero en la mitad del
bajel salta;
y con una zaranda que allí halla, 400
no
sé si antigua o si de nuevo hecha,
zarandó mil
poetas de gramalla.
Los de capa y espada no desecha,
y déstos
zarandó dos mil y tantos;
que fue de guilla entonces la
cosecha: 405
colábanse los buenos y los santos,
y
quedábanse arriba los granzones,
más duros en sus
versos que los cantos;
y, sin que les valiesen las razones
que
en su disculpa daban, daba luego 410
Mercurio al mar con ellos a
montones.
Entre los arrojados, se oyó un ciego,
que
murmurando entre las ondas iba
de Apolo con un pésete y
reniego.
Un sastre, aunque en sus pies flojos estriba, 415
abriendo con los brazos el camino,
dijo: «¡Sucio
es Apolo, así yo viva!»
Otro, que al parecer iba
mohíno,
con ser un zapatero de obra prima, 420
dijo
dos mil, no un solo desatino.
Trabaja un tundidor, suda y se
anima
por verse a la ribera conducido,
que más la vida
que la honra estima.
El escuadrón nadante, reducido
a
la marina, vuelve a la galera 425
el rostro, con señales
de ofendido;
y [u]no por todos dijo: «Bien pudiera
ese
chocante embajador de Febo
tratarnos bien, y no desta manera.
Mas oigan lo que digo: Yo me atrevo 430
a profanar del monte
la grandeza
con libros nuevos y en estilo nuevo».
Calló
Mercurio, y a poner empieza
con gran curiosidad seis camarines,
dando a la gracia ilustre rancho y pieza. 435
De nuevo
resonaron los clarines;
y así, Mercurio, lleno de
contento,
sin darle mal agüero los delfines,
remos al
agua dio, velas al viento.
Del
Viaje del Parnaso,
capítulo
tercero
Eran
los remos de la real galera
de esdrújulos, y dellos
compelida
se deslizaba por el mar ligera.
Hasta el tope la
vela iba tendida,
hecha de muy delgados pensamientos, 5
de
varios lizos por amor tejida.
Soplaban dulces y amorosos vientos,
todos en popa, y todos se mostraban
al gran vïaje
solamente atentos.
Las sirenas en torno navegaban, 10
dando
empellones al bajel lozano,
con cuya ayuda en vuelo le llevaban.
Semejaban las aguas del mar cano
colchas encarrujadas, y
hacían
azules visos por el verde llano. 15
Todos los
del bajel se entretenían:
unos glosando pies dificultosos,
otros cantaban, otros componían;
otros, de los tenidos
por curiosos,
referían sonetos, muchos hechos 20
a
diferentes casos amorosos;
otros, alfeñicados y deshechos
en puro azúcar, con la voz süave,
de su
melifluidad muy satisfechos,
en tono blando, sosegado y grave, 25
églogas pastorales recitaban,
en quien la gala y la
agudeza cabe;
otros de sus señoras celebraban,
en
dulces versos, de la amada boca
los escrementos que por ella
echaban. 30
Tal hubo a quien amor así le toca,
que
alabó los riñones de su dama
con gusto grande y no
elegancia poca.
Uno cantó que la amorosa llama
en
mitad de las aguas le encendía, 35
y como toro agarrochado
brama.
Desta manera andaba la Poesía
de en uno en
otro, haciendo que hablase
éste latín, aquél
algarabía.
En esto, sesga la galera, vase 40
rompiendo
el mar con tanta ligereza,
que el viento aun no consie[n]te que
la pase;
y, en esto, descubrióse la grandeza
de la
escombrada playa de Valencia,
por arte hermosa y por naturaleza.
45
Hizo luego de sí grata presencia
el gran don Luis
Ferrer, marcado el pecho
de honor y el alma de divina ciencia;
desembarcóse el dios, y fue derecho
a darle cuatro mil
y más abrazos, 50
de su vista y su ayuda satisfecho.
Volvió la vista, y reiteró los lazos
en don
Guillén de Castro, que venía
deseoso de verse en
tales brazos.
Cristóbal de Virués se le seguía,
55
con Pedro de Aguilar, junta famosa
de las que Turia en sus
riberas cría.
No le pudo llegar más valerosa
escuadra al gran Mercurio, ni él pudiera
desearla
mejor ni más honrosa. 60
Luego se descubrió por la
ribera
un tropel de gallardos valencianos,
que a ver venían
la sin par galera;
todos con instrumentos en las manos
de
estilos y librillos de memoria, 65
por bizarría y por
ingenio ufanos,
codiciosos de hallarse en la vitoria,
que ya
tenían por segura y cierta,
de las heces del mundo y de la
escoria.
Pero Mercurio les cerró la puerta, 70
digo,
no consintió que se embarcasen,
y el porqué no lo
dijo, aunque se acierta.
Y fue, porque temió que no se
alzasen,
siendo tantos y tales, con Parnaso,
y nuevo imperio
y mando en él fundasen. 75
En esto, vióse con
brïoso paso
venir al magno Andrés Rey de Artieda,
no
por la edad descaecido o laso;
hicieron todos espaciosa rueda,
y, cogiéndole en medio, le embarcaron, 80
más
rico de valor que de moneda.
Al momento las áncoras
alzaron,
y las velas, ligadas a la entena,
los grumetes
apriesa desataron.
De nuevo por el aire claro suena 85
el son
de los clarines, y de nuevo
vuelve a su oficio cada cual sirena.
Miró el bajel por entre nubes Febo,
y dijo en voz que
pudo ser oída:
«Aquí mi gusto y mi esperanza
llevo». 90
De remos y sirenas impelida,
la galera se
deja atrás el viento,
con milagrosa y próspera
corrida.
Leíase en los rostros el contento
que
llevaban los sabios pasajeros, 95
durable por no ser nada
violento.
Unos por el calor iban en cueros;
otros, por no
tener godescas galas,
en traje se vistieron de romeros.
Hendía
en tanto las neptúneas salas 100
la galera, del modo como
hiende
la grulla el aire con tendidas alas.
En fin, llegamos
donde el mar se estiende
y ensancha y forma el golfo de Narbona,
que de ningunos vientos se defiende. 105
Del gran Mercurio la
cabal persona,
sobre seis resmas de papel sentada,
iba con
cetro y con real corona;
cuando una nube, al parecer preñada,
parió cuatro poetas en crujía, 110
o los llovió
(razón más concertada).
Fue el uno aquél de
quien Apolo fía
su honra: Juan Luis de Casanate,
poeta
insigne de mayor cuantía;
el mismo Apolo de su ingenio
trate, 115
él le alabe, él le premie y recompense,
que el alabarle yo sería dislate.
Al segundo llovido,
el uticense
Catón no le igualó, ni tiene Febo
que
tanto por él mire ni en él piense; 120
del contador
Gaspar de Bar[r]ionuevo,
mal podrá el corto flaco ingenio
mío
loar el suyo así como yo debo.
Llenó
del gran bajel el gran vacío
el gran Francisco de Rioja,
al punto 125
que saltó de la nube en el navío.
A
Cristóbal de Mesa vi allí junto
a los pies de
Mercurio, dando fama
a Apolo, siendo dél propio trasumpto.
A la gavia un grumete se encarama, 130
y dijo a voces: «La
ciudad se muestra
que Génova, del dios Jano, se llama».
«Déjese la ciudad a la siniestra
mano»,
dijo Mercurio; «el bajel vaya,
y siga su derrota por la
diestra». 135
Hacer al Tíber vimos blanca raya
dentro del mar, habiendo ya pasado
la ancha, romana y
peligrosa playa.
De lejos vióse el aire condensado
del
humo que el Estrómbalo vomita, 140
de azufre y llamas y de
horror formado.
Huyen la isla infame, y solicita
el süave
poniente así el viaje,
que lo acorta, lo allana y
facilita.
Vímonos en un punto en el paraje 145
do la
nutriz de Eneas pïadoso
hizo el forzoso y último
pasaje.
Vimos desde allí a poco el más famoso
monte que encierra en sí nuestro emisfero,
más
gallardo a la vista y más hermoso; 150
las cenizas de
Títiro y Sincero
están en él, y puede ser
por esto
nombrado entre los montes por primero.
Luego se
descubrió donde echó el resto
de su poder
Naturaleza, amiga 155
de formar de otros muchos un compuesto.
Viose la pesadumbre sin fatiga
de la bella Parténope,
sentada
a la orilla del mar, que sus pies liga,
de castillos
y torres coronada, 160
por fuerte y por hermosa en igual grado
tenida, conocida y estimada.
Mandóme el del alígero
calzado
que me aprestase y fuese luego a tierra
a dar a los
Lupercios un recado, 165
en que les diese cuenta de la guerra
temida, y que a venir les persuadiese
al duro y fiero asalto,
al ¡cierra, cierra!
«Señor», le
respondí, «si acaso hubiese
otro que la embajada les
llevase, 170
que más grato a los dos hermanos fuese
que
yo no soy, sé bien que negociase
mejor». Dijo
Mercurio: «No te entiendo,
y has de ir antes que el tiempo
más se pase».
«Que no me han de escuchar estoy
temiendo», 175
le repliqué; «y así, el
ir yo no importa,
puesto que en todo obedecer pretendo.
Que
no sé quién me dice y quién me exhorta
que
tienen para mí, a lo que imagino,
la voluntad, como la
vista, corta. 180
Que si esto así no fuera, este camino
con tan pobre recámara no hiciera,
ni diera en un tan
hondo desatino.
Pues si alguna promesa se cumpliera
de
aquellas muchas que al partir me hicieron, 185
lléveme
Dios si entrara en tu galera.
Mucho esperé, si mucho
prometieron,
mas podía ser que ocupaciones nuevas
les
obligue a olvidar lo que dijeron.
Muchos, señor, en la
galera llevas 190
que te podrán sacar el pie del lodo:
parte, y escusa de hacer más pruebas».
«Ninguno»,
dijo, «me hable dese modo,
que si me desembarco y los
embisto,
voto a Dios, que me traiga al Conde y todo. 195
Con
estos dos famosos me enemisto,
que, habiendo levantado a la
Poesía
al buen punto en que está, como se ha visto,
quieren con perezosa tiranía
alzarse, como dicen, a su
mano 200
con la ciencia que a ser divinos guía.
¡Por
el solio de Apolo soberano
juro...! Y no digo más».
Y, ardiendo en ira,
se echó a las barbas una y otra mano,
y prosiguió diciendo: «El dotor Mira, 205
apostaré,
si no lo manda el Conde,
que también en sus puntos se
retira.
Señor galán, parezca: ¿a qué
se asconde?
Pues a fee, por llevarle, si él no gusta,
que
ni le busque, aseche ni le ronde. 210
¿Es esta empresa
acaso tan injusta
que se esquiven de hallar en ella cuantos
tienen conciencia limitada y justa?
¿Carece el cielo
de poetas santos,
puesto que brote a cada paso el suelo 215
poetas, que lo son tantos y tantos?
¿No se oyen sacros
himnos en el cielo?
¿La arpa de David allá no
suena,
causando nuevo acidental consuelo?
¡Fuera
melindres! ¡Ícese la entena, 220
que llegue al
tope!» Y luego obedecido
fue de la chusma, sobre buenas
buena.
Poco tiempo pasó, cuando un rüido
se oyó,
que los oídos atronaba,
y era de perros áspero
ladrido. 225
Mercurio se turbó, la gente estaba
suspensa
al triste son, y en cada pecho
el corazón más
válido temblaba.
En esto descubrióse el corto
estrecho
que Scila y que Caribdis espantosas 230
tan temeroso
con su furia han hecho.
«Estas olas que veis presunt[ü]osas
en visitar las nubes de contino,
y aun de tocar el cielo
codiciosas,
venciólas el prudente peregrino 235
amante
de Calipso, al tiempo cuando
hizo», dijo Mercurio, «este
camino.
Su prudencia nosotros imitando,
echaremos al mar en
qué se ocupen,
en tanto que el bajel pasa volando, 240
que en tanto que ellas tasquen, roan, chupen
el mísero
que al mar ha de entregarse,
seguro estoy que el paso desocupen.
Miren si puede en la galera hallarse
algún poeta
desdichado, acaso, 245
que a las fieras gargantas pueda darse».
Buscáronle y hallaron a Lofraso,
poeta militar, sardo,
que estaba
desmayado a un rincón, marchito y laso;
que
a sus Diez
libros de Fortuna
andaba 250
añadiendo otros diez, y el tiempo escoge
que
más desocupado se mostraba.
Gritó la chusma toda:
«¡Al mar se arroje;
vaya Lofraso al mar sin
resistencia!»
«Por Dios», dijo Mercurio, «que
me enoje. 255
¿Cómo, y no será cargo de
conciencia,
y grande, echar al mar tanta poesía,
puesto
que aquí nos hunda su inclemencia?
Viva Lofraso, en tanto
que dé al día
Apolo luz, y en tanto que los hombres
260
tengan discreta, alegre fantasía.
Tócante a
ti, ¡oh Lofraso!, los renombres
y epítetos de agudo
y de sincero,
y gusto que mi cómitre te nombres».
Esto dijo Mercurio al caballero, 265
el cual en la crujía
en pie se puso
con un rebenque despiadado y fiero.
Creo que
de sus versos le compuso,
y no sé cómo fue, que, en
un momento
(o ya el cielo, o Lofraso lo dispuso), 270
salimos
del estrecho a salvamento,
sin arrojar al mar poeta alguno:
¡tanto del sardo fue el merecimiento!
Mas luego otro
peligro, otro importuno
temor amenazó, si no gritara 275
Mercurio cual jamás gritó ninguno,
diciendo al
timonero: «¡A orza, para,
amáinese de golpe!»
Y todo a un punto
se hizo, y el peligro se repara.
«Estos
montes que veis, que están tan junto, 280
son los que
Acroceraunos son llamados,
de infame nombre, como yo barrunto».
Asieron de los remos los honrados,
los tiernos, los
melifluos, los godescos,
y los de a cantimplora acostumbrados;
285
los fríos los asieron y los frescos;
asiéronlos
también los calurosos,
y los de calzas largas y
greguescos;
del sopraestante daño temerosos,
todos a
una la galera empujan 290
con flacos y con brazos poderosos.
Debajo del bajel se somurmujan
las sirenas, que dél no
se apartaron,
y a sí mismas en fuerzas sobrepujan;
y
en un pequeño espacio la llevaron 295
a vista de Corfú,
y a mano diestra
la isla inexpugnable se dejaron;
y, dando la
galera a la siniestra,
discurría de Grecia las riberas,
adonde el cielo su hermosura muestra. 300
Mostrábanse
las olas lisonjeras,
impeliendo el bajel süavemente,
como
burlando con alegres veras.
Y luego, al parecer por el Oriente
rayando el rubio sol nuestro horizonte 305
con rayas rojas,
hebras de su frente,
gritó un grumete y dijo: «El
monte, el monte;
el monte se descubre donde tiene
su buen
rocín el gran Belorofonte».
Por el monte se arroja,
y a pie viene 310
Apolo a recebirnos. «Yo lo creo»,
dijo Lofraso, «y llega a la Hipocrene.
Yo desde aquí
columbro, miro y veo
que se andan solazando entre unas matas
las
Musas con dulcísimo recreo: 315
unas antiguas son, otras
novatas,
y todas con ligero paso y tardo
andan las cinco en
pie, las cuatro a gatas».
«Si tú tal ves»,
dijo Mercurio, «¡oh sardo
poeta!, que me corten las
orejas, 320
o me tengan los hombres por bastardo.
Dime: ¿por
qué algún tanto no te alejas
de la ignorancia,
pobretón, y adviertes
lo que cantan tus rimas en tus
quejas?
¿Por qué con tus mentiras nos diviertes 325
de recebir a Apolo cual se debe,
por haber mejorado vuestras
suertes?»
En esto, mucho más que el viento leve,
bajó el lucido Apolo a la marina,
a pie, porque en su
carro no se atreve. 330
Quitó los rayos de la faz divina,
mostróse en calzas y en jubón vistoso,
porque
dar gusto a todos determina.
Seguíale detrás un
numeroso
escuadrón de doncellas bailadoras, 335
aunque
pequeñas, de ademán brïoso.
Supe poco después
que estas señoras,
sanas las más, las menos
malparadas,
las del tiempo y del sol eran las Horas:
las
medio rotas eran las menguadas; 340
las sanas, las felices, y con
esto
eran todas en todo apresuradas.
Apolo luego con alegre
gesto
abrazó a los soldados que esperaba
para la alta
ocasión que se ha propuesto; 345
y no de un mismo modo
acariciaba
a todos, porque alguna diferencia
hacía con
los que él más se alegraba;
que a los de señoría
y excelencia
nuevos abrazos dio, razones dijo, 350
en que
guardó decoro y preeminencia.
Entre ellos abrazó a
don Juan de Arguijo,
que no sé en qué, o cómo,
o cuándo hizo
tan áspero viaje y tan prolijo;
Con
él a su deseo satisfizo 355
Apolo, y confirmó su
pensamiento:
mandó, vedó, quitó, hizo y
deshizo.
Hecho, pues, el sin par recebimiento,
do se halló
don Luis de Barahona,
llevado allí por su merecimiento,
360
del siempre verde lauro una corona
le ofrece Apolo en su
intención, y un vaso
del agua de Castalia y de Helicona;
y luego vuelve el majestoso paso,
y el escuadrón
pensado y de repente 365
le sigue por las faldas del Parnaso.
Llegóse, en fin, a la Castalia fuente,
y, en viéndola,
infinitos se arrojaron,
sedientos, al cristal de su corriente:
unos no solamente se hartaron, 370
sino que pies y manos y
otras cosas
algo más indecentes se lavaron;
otros, más
advertidos, las sabrosas
aguas gustaron poco a poco, dando
espacio al gusto, a pausas melindrosas. 375
El bríndez
y el caraos se puso en bando,
porque los más de bruces, y
no a sorbos,
el süave licor fueron gustando;
de ambas
manos hacían vasos corvos
otros, y algunos de la boca al
agua 380
temían de hallar cien mil estorbos.
Poco a
poco la fuente se desagua,
y pasa en los estómagos
bebientes,
y aún no se apaga de su sed la fragua.
Mas
díjoles Apolo: «Otras dos fuentes 385
aún
quedan, Aganipe e Hipocrene,
ambas sabrosas, ambas excelentes;
cada cual de licor dulce y perene,
todas de calidad
aumentativa
del alto ingenio que a gustarlas viene». 390
Beben, y suben por el monte arriba,
por entre palmas y entre
cedros altos
y entre árboles pacíficos de oliva;
de gusto llenos y de angustia faltos,
siguiendo a Apolo el
escuadrón camina, 395
unos a pedicoj, otros a saltos.
Al
pie sentado de una antigua encina,
vi a Alonso de Ledesma,
componiendo
una canción angélica y divina;
conocíle, y a él me fui corriendo 400
con los
brazos abiertos como amigo,
pero no se movió con el
estruendo.
«¿No ves», me dijo Apolo, «que
consigo
no está Ledesma agora? ¿No ves claro
que
está fuera de sí y está conmigo?» 405
A
la sombra de un mirto, al verde amparo,
Jerónimo de Castro
sesteaba,
varón de ingenio peregrino y raro;
un motete
imagino que cantaba
con voz süave; yo quedé admirado
410
de verle allí, porque en Madrid quedaba.
Apolo me
entendió y dijo: «Un soldado
como éste no era
bien que se quedara
entre el ocio y el sueño sepultado.
Yo le truje, y sé cómo, que a mi rara 415
potencia
no la impide otra ninguna,
ni inconviniente alguno la repara».
En esto, se llegaba la oportuna
hora, a mi parecer, de dar
sustento
al estómago pobre, y más si ayuna. 420
Pero no le pasó por pensamiento
a Delio, que el
ejército conduce,
satisfacer al mísero hambriento.
Primero a un jardín rico nos reduce,
donde el poder de
la Naturaleza 425
y el de la industria más campea y luce.
Tuvieron los Hespérides belleza
menor; no le igualaron
los Pensiles
en sitio, en hermosura y en grandeza;
en su
comparación, se muestran viles 430
los de Alcinöo, en
cuyas alabanzas
se han ocupado ingenios bien sotiles.
No
sujeto del tiempo a las mudanzas,
que todo el año
primavera ofrece
frutos en posesión, no en esperanzas, 435
Naturaleza y arte allí parece
andar en competencia, y
está en duda
cuál vence de las dos, cuál más
merece.
Muéstrase balbuciente y casi muda,
si le
alaba, la lengua más experta, 440
de adulación y de
mentir desnuda.
Junto con ser jardín, era una huerta,
un
soto, un bosque, un prado, un valle ameno,
que en todos estos
títulos concierta,
de tanta gracia y hermosura lleno, 445
que una parte del cielo parecía
el todo del bellísimo
terreno.
Alto en el sitio alegre Apolo hacía,
y allí
mandó que todos se sentasen
a tres horas después de
mediodía; 450
y, porque los asientos señalasen
el
ingenio y valor de cada uno,
y unos con otros no se embarazasen,
a despecho y pesar del importuno
ambicioso deseo, les dio
asiento 455
en el sitio y lugar más oportuno.
Llegaban
los laureles casi a ciento,
a cuya sombra y troncos se sentaron
algunos de aquel número contento;
otros los de las
palmas ocuparon; 460
de los mirtos y yedras y los robles
también
varios poetas albergaron.
Puesto que humildes, eran de los nobles
los asientos cual tronos levantados,
porque tú, ¡oh
Envidia!, aquí tu rabia dobles. 465
En fin, primero fueron
ocupados
los troncos de aquel ancho circüito,
para
honrar a poetas dedicados,
antes que yo en el número
infinito
hallase asiento; y así en pie quedéme, 470
despechado, colérico y marchito.
Dije entre mí:
«¿Es posible que se estreme
en perseguirme la
Fortuna airada,
que ofende a muchos y a ninguno teme?»
Y,
volviéndome a Apolo, con turbada 475
lengua le dije lo que
oirá el que gusta
saber, pues la tercera es acabada,
la
cuarta parte desta empresa justa.
Del
Viaje del Parnaso,
capítulo
cuarto
Suele
la indignación componer versos;
pero si el indignado es
algún tonto,
ellos tendrán su todo de perversos.
De mí yo no sé más sino que prompto
me
hallé para decir en tercia rima 5
lo que no dijo el
desterrado a Ponto;
y así le dije a Delio: «No se
estima,
señor, del vulgo vano el que te sigue
y al
árbol sacro del laurel se arrima;
la envidia y la
ignorancia le persigue, 10
y así, envidiado siempre y
perseguido,
el bien que espera por jamás consigue.
Yo
corté con mi ingenio aquel vestido
con que al mundo la
hermosa Galatea
salió para librarse del olvido. 15
Soy por quien La
Confusa,
nada fea,
pareció en los teatros admirable,
si esto a
su fama es justo se le crea.
Yo, con estilo en parte razonable,
he compuesto comedias que en su tiempo 20
tuvieron de lo
grave y de lo afable.
Yo he dado en Don
Quijote
pasatiempo
al pecho melancólico y mohíno,
en
cualquiera sazón, en todo tiempo.
Yo he abierto en mis
Novelas
un camino 25
por do la lengua castellana puede
mostrar con
propiedad un desatino.
Yo soy aquel que en la invención
excede
a muchos; y al que falta en esta parte,
es fuerza que
su fama falta quede. 30
Desde mis tiernos años amé
el arte
dulce de la agradable poësía,
y en ella
procuré siempre agradarte.
Nunca voló la pluma
humilde mía
por la región satírica: bajeza
35
que a infames premios y desgracias guía.
Yo el
soneto compuse que así empieza,
por honra principal de mis
escritos:
Voto
a Dios, que me espanta esta grandeza.
Yo he compuesto romances infinitos, 40
y el de Los
celos
es aquel que estimo,
entre otros que los tengo por malditos.
Por
esto me congojo y me lastimo
de verme solo en pie, sin que se
aplique
árbol que me conceda algún arrimo. 45
Yo
estoy, cual decir suelen, puesto a pique
para dar a la estampa al
gran Pirsiles,
con que mi nombre y obras multiplique.
Yo, en pensamientos
castos y sotiles,
dispuestos en soneto[s] de a docena, 50
he
honrado tres sujetos fregoniles.
También, al par de Filis,
mi Silena
resonó por las selvas, que escucharon
más
de una y otra alegre cantilena,
y en dulces varias rimas se
llevaron 55
mis esperanzas los ligeros vientos,
que en ellos
y en la arena se sembraron.
Tuve, tengo y tendré los
pensamientos,
merced al cielo que a tal bien me inclina,
de
toda adulación libres y esentos. 60
Nunca pongo los pies
por do camina
la mentira, la fraude y el engaño,
de la
santa virtud total rüina.
Con mi corta fortuna no me ensaño,
aunque por verme en pie como me veo, 65
y en tal lugar,
pondero así mi daño.
Con poco me contento, aunque
deseo
mucho». A cuyas razones enojadas,
con estas
blandas respondió Timbreo:
«Vienen las malas suertes
atrasadas, 70
y toman tan de lejos la corriente,
que son
temidas, pero no escusadas.
El bien les viene a algunos de
repente,
a otros poco a poco y sin pensallo,
y el mal no
guarda estilo diferente. 75
El bien que está adquerido,
conservallo
con maña, diligencia y con cordura,
es no
menor virtud que el granjeallo.
Tú mismo te has forjado tu
ventura,
y yo te he visto alguna vez con ella, 80
pero en el
imprudente poco dura.
Mas, si quieres salir de tu querella,
alegre y no confuso, y consolado,
dobla tu capa y siéntate
sobre ella;
que tal vez suele un venturoso estado, 85
cuando
le niega sin razón la suerte,
honrar más merecido
que alcanzado».
«Bien parece, señor, que no se
advierte»,
le respondí, «que yo no tengo
capa».
Él dijo: «Aunque sea así, gusto
de verte. 90
La virtud es un manto con que tapa
y cubre su
indecencia la estrecheza,
que esenta y libre de la envidia
escapa».
Incliné al gran consejo la cabeza;
quedéme
en pie, que no hay asiento bueno 95
si el favor no le labra o la
riqueza.
Alguno murmuró, viéndome ajeno
del
honor que pensó se me debía,
del planeta de luz y
virtud lleno.
En esto pareció que cobró el día
100
un nuevo resplandor, y el aire oyóse
herir de una
dulcísima armonía.
Y, en esto, por un lado
descubrióse
del sitio un escuadrón de ninfas
bellas,
con que infinito el rubio dios holgóse. 105
Venía
en fin y por remate dellas
una resplandeciendo, como hace
el
sol ante la luz de las estrellas;
la mayor hermosura se deshace
ante ella, y ella sola resplandece 110
sobre todas, y alegra
y satisface.
Bien así semejaba cual se ofrece
entre
líquidas perlas y entre rosas
la Aurora que despunta y
amanece;
la rica vestidura, las preciosas 115
joyas que la
adornaban, competían
con las que suelen ser maravillosas.
Las ninfas que al querer suyo asistían,
en el gallardo
brío y bello aspecto,
las artes liberales parecían;
120
todas con amoroso y tierno afecto,
con las ciencias más
claras y escondidas,
le guardaban santísimo respecto;
mostraban que en servirla eran servidas,
y que por su ocasión
de todas gentes 125
en más veneración eran tenidas.
Su influjo y su reflujo las corrientes
del mar y su profundo
le mostraban,
y el ser padre de ríos y de fuentes.
Las
yerbas su virtud la presentaban; 130
los árboles, sus
frutos y sus flores;
las piedras, el valor que en sí
encerraban.
El santo amor, castísimos amores;
la dulce
paz, su quïetud sabrosa;
la guerra amarga, todos sus
rigores. 135
Mostrábasele clara la espaciosa
vía
por donde el sol hace contino
su natural carrera y la forzosa.
La inclinación o fuerza del destino,
y de qué
estrellas consta y se compone, 140
y cómo influye este
planeta o signo,
todo lo sabe, todo lo dispone
la santa y
hermosísima doncella,
que admiración como alegría
pone.
Preguntéle al parlero si en la bella 145
ninfa
alguna deidad se disfrazaba
que fuese justo el adorar en ella;
porque en el rico adorno que mostraba,
y en el gallardo ser
que descubría,
del cielo y no del suelo semejaba. 150
«Descubres», respondió, «tu bobería;
que ha que la tratas infinitos años,
y no conoces que
es la Poësía».
«Siempre la he visto
envuelta en pobres paños»,
le repliqué;
«jamás la vi compuesta 155
con adornos tan ricos y
tamaños;
parece que la he visto descompuesta,
vestida
de color de primavera
en los días de cutio y los de
fiesta».
«Esta, que es la Poesía verdadera,
160
la grave, la discreta, la elegante»,
dijo Mercurio,
«la alta y la sincera,
siempre con vestidura rozagante
se
muestra en cualquier acto que se halla,
cuando a su profesión
es importante. 165
Nunca se inclina o sirve a la canalla
trovadora, maligna y trafalmeja,
que en lo que más
ignora menos calla.
Hay otra falsa, ansiosa, torpe y vieja,
amiga de sonaja y morteruelo, 170
que ni tabanco ni taberna
deja;
no se alza dos ni aun un coto del suelo,
grande amiga
de bodas y bautismos,
larga de manos, corta de cerbelo.
Tómanla
por momentos parasismos; 175
no acierta a pronunciar, y, si
pronuncia,
absurdos hace y forma solecismos.
Baco, donde ella
está, su gusto anuncia,
y ella derrama en coplas el poleo,
con pa y vereda, y el mastranzo y juncia. 180
Pero aquesta
que ves es el aseo,
la [g]ala de los cielos y la tierra,
con
quien tienen las Musas su bureo;
ella abre los secretos y los
cierra,
toca y apunta de cualquiera ciencia 185
la superficie
y lo mejor que encierra.
Mira con más ahínco su
presencia:
verás cifrada en ella la abundancia
de lo
que en bueno tiene la excelencia;
moran con ella en una misma
estancia 190
la divina y moral filosofía,
el estilo
más puro y la elegancia;
puede pintar en la mitad del día
la noche, y en la noche más escura
el alba bella que
las perlas cría; 195
el curso de los ríos apresura,
y le detiene; el pecho a furia incita,
y le reduce luego a
más blandura;
por mitad del rigor se precipita
de las
lucientes armas contrapuestas, 200
y da vitorias y vitorias
quita.
Verás cómo le prestan las florestas
sus
sombras, y sus cantos los pastores,
el mal sus lutos y el placer
sus fiestas,
perlas el Sur, Sabea sus olores, 205
el oro
Tíbar, Hibla su dulzura,
galas Milán y Lusitania
amores.
En fin, ella es la cifra do se apura
lo provechoso,
honesto y deleitable,
partes con quien se aumenta la ventura. 210
Es de ingenio tan vivo y admirable,
que a veces toca en
puntos que suspenden,
por tener no sé qué de
inescrutable.
Alábanse los buenos, y se ofenden
los
malos con su voz, y destos tales 215
unos la adoran, otros no la
entienden.
Son sus obras heroicas inmortales;
las líricas,
süaves de manera
que vuelven en divinas las mortales.
Si
alguna vez se muestra lisonjera, 220
es con tanta elegancia y
artificio,
que no castigo sino premio espera.
Gloria de la
virtud, pena del vicio
son sus acciones, dando al mundo en ellas
de su alto ingenio y su bondad indicio». 225
En esto
estaba, cuando por las bellas
ventanas de jazmines y de rosas
(que Amor estaba, a lo que entiendo, en ellas),
divisé
seis personas religiosas,
al parecer de honroso y grave aspecto,
230
de luengas togas, limpias y pomposas.
Preguntéle a
Mercurio: «¿Por qué efecto
aquéllos no
parecen y se encubren,
y muestran ser personas de respecto?»
A lo que él respondió: «No se descubren, 235
por guardar el decoro al alto estado
que tienen, y así
el rostro todos cubren».
«¿Quién son»,
le repliqué, «si es que te es dado
dicirlo?»
Respondióme: «No, por cierto,
porque Apolo lo tiene
así mandado». 240
«¿No son poetas?»
«Sí». «Pues yo no acierto
a pensar por
qué causa se desprecian
de salir con su ingenio a campo
abierto.
¿Para qué se embobecen y se anecian,
escondiendo el talento que da el cielo 245
a los que más
de ser suyos se precian?
¡Aquí del rey! ¿Qué
es esto? ¿Qué recelo
o celo les impele a no
mostrarse
sin miedo ante la turba vil del suelo?
¿Puede
ninguna ciencia compararse 250
con esta universal de la Poesía,
que límites no tiene do encerrarse?
Pues, siendo esto
verdad, saber querría,
entre los de la carda, cómo
se usa
este miedo, o melindre, o hipocresía. 255
Hace
monseñor versos y rehúsa
que no se sepan, y él
los comunica
con muchos, y a la lengua ajena acusa;
y más
que, siendo buenos, multiplica
la fama su valor, y al dueño
canta 260
con voz de gloria y de alabanza rica.
¿Qué
mucho, pues, si no se le levanta
testimonio a un pontífice
poeta,
que digan que lo es? Por Dios, que espanta.
Por vida
de Lanfusa la discreta, 265
que si no se me dice quién son
estos
togados de bonete y de muceta,
que con trazas y modos
descompuestos
tengo de reducir a behetría
estos tan
sosegados y compuestos». 270
«Por Dios», dijo
Mercurio, «y a fee mía,
que no puedo decirlo, y si
lo digo,
tengo de dar la culpa a tu porfía».
«Dilo,
señor, que desde aquí me obligo
de no decir que tú
me lo dijiste», 275
le dije, «por la fe de buen
amigo».
Él dijo: «No nos cayan en el chiste,
llégate a mí, dirételo al oído,
pero
creo que hay más de los que viste:
aquél que has
visto allí del cuello erguido, 280
lozano, rozagante y de
buen talle,
de honestidad y de valor vestido,
es el doctor
Francisco Sánchez; dalle
puede, cual debe, Apolo la
alabanza,
que pueda sobre el cielo levantalle; 285
y aun a
más su famoso ingenio alcanza,
pues en las verdes hojas de
sus días
nos da de santos frutos esperanza.
Aquél
que en elevadas fantasías
y en éstasis sabrosos se
regala, 290
y tanto imita las acciones mías,
es el
maestro Hortensio, que la gala
se lleva de la más rara
elocuencia
que en las aulas de Atenas se señala;
su
natural ingenio con la ciencia 295
y ciencias aprendidas le
levanta
al grado que le nombra la excelencia.
Aquél de
amarillez marchita y santa,
que le encubre de lauro aquella rama
y aquella hojosa y acopada planta, 300
fray Juan Baptista
Capataz se llama:
descalzo y pobre, pero bien vestido
con el
adorno que le da la fama.
Aquél que del rigor fiero de
olvido
libra su nombre con eterno gozo, 305
y es de Apolo y
las Musas bien querido,
anciano en el ingenio y nunca mozo,
humanista divino, es, según pienso,
el insigne doctor
Andrés del Pozo.
Un licenciado de un ingenio inmenso 310
es aquél, y, aunque en traje mercenario, .
como a
señor le dan las Musas censo;
Ramón se llama,
auxilio necesario
con que Delio se esfuerza y ve rendidas
las
obstinadas fuerzas del contrario. 315
El otro, cuyas sienes ves
ceñidas
con los brazos de Dafne en triunfo honroso,
sus
glorias tiene en Alcalá esculpidas;
en su ilustre teatro
vitorioso
le nombra el cisne, en canto no funesto, 320
siempre
el primero, como a más famoso;
a los donaires suyos echó
el resto
con propriedades al gorrón debidas,
por
haberlos compuesto o descompuesto.
Aquestas seis personas
referidas, 325
como están en divinos puestos puestas,
y
en sacra religión constitüidas,
tienen las alabanzas
por molestas
que les dan por poetas, y holgarían
llevar
la loa sin el nombre a cuestas». 330
«¿Por
qué», le pregunté, «señor, porfían
los tales a escribir y dar noticia
de los versos que paren y
que crían?
También tiene el ingenio su codicia,
y
nunca la alabanza se desprecia 335
que al bueno se le debe de
justicia.
Aquél que de poeta no se precia,
¿para
qué escribe versos y los dice?
¿Por qué
desdeña lo que más aprecia?
Jamás me
contenté ni satisfice 340
de hipócritos melindres:
llanamente
quise alabanzas de lo que bien hice».
«Con
todo, quiere Apolo que esta gente
religiosa se tenga aquí
secreta»,
dijo el dios que presume de elocuente. 345
Oyóse, en esto, el son de una corneta,
y un «¡trapa,
trapa, aparta, afuera, afuera,
que viene un gallardísimo
poeta!»
Volví la vista y vi por la ladera
del
monte un postillón y un caballero 350
correr, como se
dice, a la ligera;
servía el postillón de
pregonero,
mucho más que de guía, a cuyas voces
en
pie se puso el escuadrón entero.
Preguntóme
Mercurio: «¿No conoces 355
quién es este
gallardo, este brïoso?
Imagino que ya le reconoces».
«Bien sé», le respondí, «que es
el famoso
gran don Sancho de Leiva, cuya espada
y pluma harán
a Delio venturoso; 360
venceráse sin duda esta jornada
con tal socorro». Y, en el mismo instante,
cosa que
parecía imaginada,
otro favor no menos importante
para
el caso temido se nos muestra, 365
de ingenio y fuerzas y valor
bastante:
una tropa gentil por la siniestra
parte del monte
se descubre, ¡oh cielos,
que dais de vuestra providencia
muestra!
Aquel discreto Juan de Vasconcelos 370
venía
delante en un caballo bayo,
dando a las musas lusitanas celos.
Tras él, el capitán Pedro Tamayo
venía,
y, aunque enfermo de la gota,
fue al enemigo asombro, fue
desmayo; 375
que por él se vio en fuga y puesto en rota,
que en los dudosos trances de la guerra
su ingenio admira y
su valor se nota.
También llegaron a la rica tierra,
puestos debajo de una blanca seña, 380
por la parte
derecha de la sierra,
otros, de quien tomó luego reseña
Apolo; y era dellos el primero
el joven don Fernando de
Lodeña,
poeta primerizo, insigne empero, 385
en cuyo
ingenio Apolo deposita
sus glorias para el tiempo venidero.
Con
majestad real, con inaudita
pompa llegó, y al pie del
monte para
quien los bienes del monte solicita: 390
el
licenciado fue Juan de Vergara
el que llegó, con quien la
turba ilustre
en sus vecinos miedos se repara,
de Esculapio y
de Apolo gloria y lustre,
si no, dígalo el santo bien
partido, 395
y su fama la misma envidia ilustre.
Con él,
fue con aplauso recebido
el docto Juan Antonio de Herrera,
que
puso en fil el desigual partido.
¡Oh, quién con
lengua en nada lisonjera, 400
sino con puro afecto en grande
exceso,
dos que llegaron alabar pudiera!
Pero no es de mis
hombros este peso:
fueron los que llegaron los famosos,
los
dos maestros Calvo y Valdivieso. 405
Luego se descubrió
por los undosos
llanos del mar una pequeña barca
impelida
de remos presurosos;
llegó, y al punto della desembarca
el gran don Juan de Argote y de Gamboa, 410
en compañía
de don Diego Abarca,
sujetos dignos de incesable loa;
y don
Diego Jiménez y de Anciso
dio un salto a tierra desde la
alta proa.
En estos tres la gala y el aviso 415
cifró
cuanto de gusto en sí contienen,
como su ingenio y obras
dan aviso.
Con Juan López del Valle otros dos vienen
juntos allí, y es Pamonés el uno,
con quien las
Musas ojeriza tienen, 420
porque pone sus pies por do ninguno
los puso, y con sus nuevas fantasías
mucho más
que agradable es importuno.
De lejas tierras por incultas vías
llegó el bravo irlandés don Juan Bateo, 425
Jerjes
nuevo en memoria en nuestros días.
Vuelvo la vista, a
Mantüano veo,
que tiene al gran Velasco por mecenas,
y
ha sido acertadísimo su empleo;
dejarán estos dos
en las ajenas 430
tierras, como en las proprias, dilatados
sus
nombres, que tú, Apolo, así lo ordenas.
Por entre
dos fructíferos collados
(¿habrá quien esto
crea, aunque lo entienda?)
de palmas y laureles coronados, 435
el grave aspecto del abad Maluenda
pareció, dando al
monte luz y gloria
y esperanzas de triunfo en la contienda;
pero, ¿de qué enemigos la vito[r]ia
no
alcanzará un ingenio tan florido 440
y una bondad tan
digna de memoria?
Don Antonio Gentil de Vargas, pido
espacio
para verte, que llegaste
de gala y arte y de valor vestido;
y,
aunque de patria ginovés, mostraste 445
ser en las musas
castellanas docto,
tanto, que al escuadrón todo admiraste.
Desde el indio apartado del remoto
mundo, llegó mi
amigo Montesdoca,
y el que anudó de Arauco el nudo roto;
450
dijo Apolo a los dos: «A entrambos toca
defender
esta vuestra rica estancia
de la canalla de vergüenza poca,
la cual, de error armada y de arrogancia,
quiere canonizar y
dar renombre 455
inmortal y divino a la ignorancia;
que tanto
puede la afición que un hombre
tiene a sí mismo,
que, ignorante siendo,
de buen poeta quiere alcanzar nombre».
En esto, otro milagro, otro estupendo 460
prodigio se
descubre en la marina,
que en pocos versos declarar pretendo.
Una nave a la tierra tan vecina
llegó, que desde el
sitio donde estaba
se ve cuanto hay en ella y determina; 465
de
más de cuatro mil salmas pasaba
(que otros suelen
llamarlas toneladas),
ancho de vientre y de estatura brava:
así
como las naves que cargadas
llegan de la oriental India a Lisboa,
470
que son por las mayores estimadas,
ésta llegó
desde la popa a proa
cubierta de poetas, mercancía
de
quien hay saca en Calicut y en Goa.
Tomóle al rojo dios
alferecía 475
por ver la muchedumbre impertinente
que
en socorro del monte le venía,
y en silencio rogó
devotamente
que el vaso naufragase en un momento
al que
gobierna el húmido tridente. 480
Uno de los del número
hambriento
se puso en esto al borde de la nave,
al parecer
mohíno y malcontento;
y, en voz que ni de tierna ni süave
tenía un solo adárame, gritando 485
dijo, tal
vez colérico y tal grave,
lo que impaciente estuve yo
escuchando,
porque vi sus razones ser saetas
que iban mi alma
y corazón clavando.
«¡Oh tú»,
dijo, «traidor, que los poetas 490
canonizaste de la larga
lista,
por causas y por vías indirectas!
¿Dónde
tenías, magancés, la vista
aguda de tu ingenio,
que, así ciego,
fuiste tan mentiroso coronista? 495
Yo
te confieso, ¡oh bárbaro!, y no niego
que algunos de
los muchos que escogiste
sin que el respeto te forzase o el
ruego,
en el debido punto los pusiste;
pero con los demás,
sin duda alguna, 500
pródigo de alabanzas anduviste.
Has
alzado a los cielos la fortuna
de muchos que en el centro del
olvido,
sin ver la luz del sol ni de la luna,
yacían;
ni llamado ni escogido 505
fue el gran Pastor
de Iberia,
el gran Bernardo
que de la Vega tiene el apellido.
Fuiste envidioso, descuidado y tardo,
y a las Ninfas
de Henares y pastores
como a enemigos les tiraste un dardo; 510
y tienes tú
poetas tan peores
que éstos en tu rebaño, que
imagino
que han de sudar si quieren ser mejores;
que si este
agravio no me turba el tino,
siete trovistas desde aquí
diviso, 515
a quien suelen llamar de torbellino,
con quien la
gala, discreción y aviso
tienen poco que ver, y tú
los pones
dos leguas más allá del Paraíso.
Estas quimeras, estas invenciones 520
tuyas te han de salir
al rostro un día
si más no te mesuras y compones».
Esta amenaza y gran descortesía
mi blando corazón
llenó de miedo
y dio al través con la paciencia
mía. 525
Y, volviéndome a Apolo con denuedo
mayor
del que esperaba de mis años,
con voz turbada y con
semblante acedo
le dije: «Con bien claros desengaños
descubro que el servirte me granjea 530
presentes miedos de
futuros daños.
Haz, ¡oh señor!, que en
público se lea
la lista que Cilenio llevó a España,
porque mi culpa poca aquí se vea.
Si tu deidad en
escoger se engaña, 535
y yo sólo aprobé lo
que él me dijo,
¿por qué este simple contra
mí se ensaña?
Con justa causa y con razón me
aflijo
de ver cómo estos bárbaros se inclinan
a
tenerme en temor duro y prolijo: 540
unos, porque los puse me
abominan;
otros, porque he dejado de ponellos
de darme
pesadumbre determinan.
Yo no sé cómo me avendré
con ellos:
los puestos se lamentan, los no puestos 545
gritan,
yo tiemblo déstos y de aquéllos.
Tú, señor,
que eres dios, dales los puestos
que piden sus ingenios; llama y
nombra
los que fueren más hábiles y prestos.
[Y],
porque el turbio miedo que me asombra 550
no me acabe, acabada
esta contienda,
cúbreme con tu mano y con tu sombra,
o
ponme una señal por do se entienda
que soy hechura tuya y
de tu casa,
y así no habrá ninguno que me ofenda».
555
«Vuelve la vista y mira lo que pasa»,
fue de
Apolo enojado la respuesta,
que ardiendo en ira el corazón
se abrasa.
Volvíla, y vi la más alegre fiesta,
y
la más desdichada y compasiva 560
que el mundo vio, ni aun
la verá cual ésta.
Mas no se espere que yo aquí
la escriba,
sino en la parte quinta, en quien espero
cantar
con voz tan entonada y viva,
que piensen que soy cisne y que me
muero. 565
Del
Viaje del Parnaso,
capítulo
quinto
Oyó
el señor del húmido tridente
las plegarias de
Apolo, y escuchólas
con alma tierna y corazón
clemente;
hizo de ojo y dio del pie a las olas,
y, sin que lo
entendiesen los poetas, 5
en un punto hasta el cielo levantólas;
y él, por ocultas vías y secretas,
se agazapó
debajo del navío,
y usó con él de sus
traidoras tretas.
Hirió con el tridente en lo vacío
10
del buco, y el estómago le llena
de un copioso
corriente amargo río.
Advertido el peligro, al aire suena
una confusa voz, la cual resulta
de otras mil que el temor
forma y la pena; 15
poco a poco el bajel pobre se oculta
en
las entrañas del cerúleo y cano
vientre, que tantas
ánimas sepulta.
Suben los llantos por el aire vano
de
aquellos miserables, que suspiran 20
por ver su irreparable fin
cercano;
trepan y suben por las jarcias, miran
cuál
del navío es el lugar más alto,
y en él
muchos se apiñan y retiran.
La confusión, el miedo,
el sobresalto 25
les turba los sentidos, que imaginan
que
desta a la otra vida es grande el salto;
con ningún medio
ni remedio atinan;
pero, creyendo dilatar su muerte,
algún
tanto a nadar se determinan; 30
saltan muchos al mar de aquella
suerte,
que al charco de la orilla saltan ranas
cuando el
miedo o el rüido las advierte.
Hienden las olas, del
romperse canas,
menudean las piernas y los brazos, 35
aunque
enfermos están y ellas no sanas;
y, en medio de tan
grandes embarazos,
la vista ponen en la amada orilla,
deseosos
de darla mil abrazos.
Y sé yo bien que la fatal cuadrilla,
40
antes que allí, holgara de hallarse
en el Compás
famoso de Sevilla;
que no tienen por gusto el ahogarse
(discreta
gente al parecer en esto),
pero valióles poco el
esforzarse; 45
que el padre de las aguas echó el resto
de
su rigor, mostrándose en su carro
con rostro airado y
ademán funesto.
Cuatro delfines, cada cual bizarro,
con
cuerdas hechas de tejidas ovas 50
le tiraban con furia y con
desgarro.
Las ninfas en sus húmidas alcobas
sienten tu
rabia, ¡oh vengativo nume!,
y de sus rostros la color les
robas.
El nadante poeta que presume 55
llegar a la ribera
defendida,
sus ayes pierde y su tesón consume;
que su
corta carrera es impedida
de las agudas puntas del tridente,
entonces fiero y áspero homicida. 60
¿Quién
ha visto muchacho diligente
que en goloso a sí mesmo
sobrepuja
(que no hay comparación más conveniente),
picar en el sombrero la granuja,
que el hallazgo le puso
allí, o la sisa, 65
con punta alfileresca, o ya de aguja?
Pues no con menor gana o menor prisa,
poetas ensartaba el
nume airado
con gusto infame y con dudosa risa.
En carro de
cristal venía sentado, 70
la barba luenga y llena de
marisco,
con dos gruesas lampreas coronado;
hacían de
sus barbas firme aprisco
la almeja, el morsillón, pulpo y
cangrejo,
cual le suelen hacer en peña o risco. 75
Era
de aspecto venerable y viejo;
de verde, azul y plata era el
vestido,
robusto al parecer y de buen rejo,
aunque, como
enojado, denegrido
se mostraba en el rostro, que la saña
80
así turba el color como el sentido.
Airado, contra
aquéllos más se ensaña
que nadan más,
y sáleles al paso,
juzgando a gloria tan cobarde hazaña.
En esto (¡oh nuevo y milagroso caso, 85
digno de que se
cuente poco a poco
y con los versos de Torcato Taso!
Hasta
aquí no he invocado, ahora invoco
vuestro favor, ¡oh
Musas !, necesario
para los altos puntos en que toco; 90
descerrajad vuestro más rico almario,
y el aliento me
dad que el caso pide,
no humilde, no ratero ni ordinario),
las
nubes hiende, el aire pisa y mide
la hermosa Venus Acidalia, y
baja 95
del cielo, que ninguno se lo impide.
Traía
vestida de pardilla raja
una gran saya entera, hecha al uso,
que
le dice muy bien, cuadra y encaja;
luto que por su Adonis se le
puso 100
luego que el gran colmillo del berraco
a atravesar
sus ingles se dispuso.
A fe que si el mocito fuera maco,
que
él guardara la cara al colmilludo,
que dio a su vida y su
belleza saco. 105
¡Oh valiente garzón, más
que sesudo!,
¿cómo, estando avisado, tu mal tomas,
entrando en trance tan horrendo y crudo?
En esto, las
mansísimas palomas
que el carro de la diosa conducían
110
por el llano del mar y por las lomas,
por unas y otras
partes discurrían,
hasta que con Neptuno se encontraron,
que era lo que buscaban y querían.
Los dioses, que se
ven, se respetaron, 1I 5
y, haciendo sus zalemas a lo moro,
de
verse juntos en estremo holgaron.
Guardáronse real grave
decoro,
y procuró Ciprinia en aquel punto
mostrar de
su belleza el gran tesoro: 120
ensanchó el verdugado, y
dióle el punto
con ciertos puntapiés, que fueron
coces
para el dios, que las vio y quedó difunto.
Un
poeta, llamado don Quincoces,
andaba semivivo en las saladas 125
ondas, dando gemidos y no voces;
con todo, dijo en mal
articuladas
palabras: «¡Oh señora, la de Pafo,
y de las otras dos islas nombradas,
muévate a
compasión el verme gafo 130
de pies y manos, y que ya me
ahogo
en otras linfas que las del garrafo.
Aquí será
mi pira, aquí mi rogo,
aquí será Quincoces
sepultado,
que tuvo en su crianza pedagogo!» 135
Esto
dijo el mezquino; esto escuchado
fue de la diosa con ternura
tanta,
que volvió a componer el verdugado;
y luego en
pie y piadosa se levanta,
y, poniendo los ojos en el viejo, 140
desembudó la voz de la garganta,
y, con cierto desdén
y sobrecejo,
entre enojada y grave y dulce, dijo
lo que al
húmido dios tuvo perplejo;
y, aunque no fue su razonar
prolijo, 145
todavía le trujo a la memoria
hermano de
quién era y de quién hijo;
representóle cuán
pequeña gloria
era llevar de aquellos miserables
el
triunfo infausto y la crüel vitoria. 150
Él dijo: «Si
los hados inmudables
no hubieran dado la fatal sentencia
destos
en su ignorancia siempre estables,
una brizna no más de tu
presencia
que viera yo, bellísima señora, 155
fuera de mi rigor la resistencia.
Mas ya no puede ser, que ya
la hora
llegó donde mi blanda y mansa mano
ha de
mostrar que es dura y vencedora;
que éstos, de proceder
siempre inhumano, 160
en sus versos han dicho cien mil veces:
«azotando las aguas del mar cano...»
«Ni
azotado ni viejo me pareces»,
replicó Venus. Y él
le dijo a ella:
«Puesto que me enamoras, no enterneces; 165
que de tal modo la fatal estrella
influye destos tristes, que
no puedo
dar felice despacho a tu querella;
del querer de los
hados sólo un dedo
no me puede apartar, ya tú lo
sabes: 170
ellos han de acabar, y ha de ser cedo».
«Primero acabarás que los acabes»,
le
respondió madama, la que tiene
de tantas voluntades puerta
y llaves;
«que, aunque el hado feroz su muerte ordene, 175
el modo no ha de ser a tu contento,
que muchas muertes el
morir contiene».
Turbóse en esto el líquido
elemento,
de nuevo renovóse la tormenta,
sopló
más vivo y más apriesa el viento; 180
la hambrienta
mesnada, y no sedienta,
se rinde al huracán recién
venido
y, por más no penar, muere contenta.
¡Oh
raro caso y por jamás oído
ni visto ! ¡Oh
nuevas y admirables trazas 185
de la gran reina obedecida en
Nido!:
en un instante, el mar de calabazas
se vio cuajado,
algunas tan potentes,
que pasaban de dos y aun de tres brazas;
también hinchados odres y valientes, 190
sin deshacer
del mar la blanca espuma,
nadaban de mil talles diferentes.
Esta
trasmutación fue hecha, en suma,
por Venus, de los
lánguidos poetas,
porque Neptuno hundirlos no presuma; 195
el cual le pidió a Febo sus saetas,
cuya arma,
arrojadiza desde aparte,
a Venus defraudara de sus tretas.
Negóselas Apolo; y veis dó parte
enojado el
vejón, con su tridente 200
pensándolos pasar de
parte a parte.
Mas éste se resbala, aquél no siente
la herida, y dando esguince se desliza,
y él queda de
la cólera impaciente.
En esto Bóreas su furor
atiza, 205
y lleva antecogida la manada,
que con la de los
Cerdas simboliza.
Pidióselo la diosa, aficionada
a que
vivan poetas zarabandos
de aquellos de la seta almidonada; 210
de aquellos blancos, tiernos, dulces, blandos,
de los que por
momentos se dividen
en varias setas y en contrarios bandos;
los
contrapuestos vientos se comiden
a complacer la bella rogadora,
215
y con un solo aliento la mar miden,
llevando a la pïara
gruñidora
en calabazas y odres convertida,
a los
reinos contrarios del Aurora.
Desta dulce semilla referida, 220
España, verdad cierta, tanto abunda,
que es por ella
estimada y conocida;
que, aunque en armas y en letras es fecunda
más que cuantas provincias tiene el suelo,
su gusto en
parte en tal semilla funda. 225
Después desta mudanza que
hizo el cielo,
o Venus, o quien fuese, que no importa
guardar
puntualidad como yo suelo,
no veo calabaza, o luenga o corta,
que no imagine que es algún poeta 230
que allí
se estrecha, encubre, encoge, acorta.
Pues, ¿qué
cuando veo un cuero? ¡Oh mal discreta
y vana fantasía,
así engañada,
que a tanta liviandad estás
sujeta!:
pienso que el piezgo de la boca atada 235
es la faz
del poeta, transformado
en aquella figura mal hinchada;
y
cuando encuentro algún poeta honrado
(digo poeta firme y
valedero,
hombre vestido bien y bien calzado), 240
luego se
me figura ver un cuero,
o alguna calabaza, y desta suerte
entre
contrarios pensamientos muero.
Y no sé si lo yerre o si lo
acierte
en que a las calabazas y a los cueros 245
y a los
poetas trate de una suerte.
Cernícalos que son
lagartijeros,
no esperen de gozar las preeminencias
que gozan
gavilanes no pecheros.
Puestas en paz, pues, ya las diferencias
250
de Delio, y los poetas transformados
en tan vanas y
huecas apariencias,
los mares y los vientos sosegados,
sumergióse Neptuno malcontento
en sus palacios de
cristal labrados. 255
Las mansísimas aves por el viento
volaron, y a la bella Ciprïana
pusieron en su reino a
salvamento.
Y, en señal que del triunfo quedó ufana
(lo que hasta allí nadie acabó con ella), 260
del
luto se quitó la saboyana,
quedando en cuezo, tan briosa y
bella,
que se supo después que Marte anduvo
todo aquel
día y otros dos tras ella.
Todo el cual tiempo, el
escuadrón estuvo 265
mirando atento la fatal rüina
que la canalla transformada tuvo;
y, viendo despejada la
marina,
Apolo, del socorro mal venido,
de dar fin al gran
caso determina. 270
Pero en aquel instante un gran rüido
se
oyó, con que la turba se alboroza
y pone vista alerta y
presto oído;
y era quien le formaba una carroza
rica,
sobre la cual venía sentado 275
el grave don Lorenzo de
Mendoza,
de su felice ingenio acompañado,
de su mucho
valor y cortesía,
joyas inestimables, adornado.
Pedro
Juan de Rejaule le seguía 280
en otro coche, insigne
valenciano
y grande defensor de la poesía.
Sentado
viene a su derecha mano
Juan de Solís, mancebo generoso,
de raro ingenio, en verdes años cano. 285
Y Juan de
Carvajal, doctor famoso,
les hace tercio, y no por ser pesado
dejan de hacer su curso presuroso,
porque al divino ingenio,
al levantado
valor de aquestos tres que el coche encierra, 290
no hay impedirle monte ni collado.
Pasan volando la empinada
sierra,
las nubes tocan, llegan casi al cielo,
y alegres
pisan la famosa tierra.
Con este mismo honroso y grave celo, 295
Bartolomé de Mola y Gabriel Laso
llegaron a tocar del
monte el suelo.
Honra las altas cimas de Parnaso
don Diego,
que de Silva tiene el nombre,
y por ellas alegre tiende el paso.
300
A cuyo ingenio y sin igual renombre
toda ciencia se
inclina y le obedece,
y le levanta a ser más que de
hombre.
Dilátanse las sombras y descrece
el día,
y de la noche el negro manto 305
guarnecido de estrellas aparece;
y el escuadrón, que había esperado tanto
en
pie, se rinde al sueño perezoso
de hambre y sed, y de
mortal quebranto.
Apolo, entonces poco luminoso, 310
dando
hasta los antípodas un brinco,
siguió su occidental
curso forzoso;
pero primero licenció a los cinco
poetas
titulados, a su ruego,
que lo pidieron con estraño ahínco,
315
por parecerles risa, burla y juego
empresas semejantes; y
así, Apolo
condecendió con sus deseos luego;
que
es el galán de Dafne único y solo
en usar cortesía
sobre cuantos 320
descubre el nuestro y el contrario polo.
Del
lóbrego lugar de los espantos
sacó su hisopo el
lánguido Morfeo,
con que ha rendido y embocado a tantos;
y del licor que dicen que es leteo, 325
que mana de la fuente
del olvido,
los párpados bañó a todos arreo.
El más hambriento se quedó dormido;
dos cosas
repugnantes, hambre y sueño,
privilegio a poetas
concedido. 330
Yo quedé, en fin, dormido como un leño,
llena la fantasía de mil cosas,
que de contallas mi
palabra empeño,
por más que sean en sí
dificultosas.
Del
Viaje del Parnaso,
capítulo
sexto
De
una de tres causas los ensueños
se causan, o los sueños,
que este nombre
les dan los que del bien hablar son dueños;
primera, de las cosas de que el hombre
trata más de
ordinario; la segunda 5
quiere la medicina que se nombre
del
humor que en nosotros más abunda;
toca en revelaciones la
tercera,
que en nu[e]stro bien más que las dos redunda.
Dormí, y soñé, y el sueño la primera
10
causa le dio principio suficiente
a mezclar el ahíto
y la dentera.
Sueña el enfermo, a quien la fiebre ardiente
abrasa las entrañas, que en la boca
tiene de las que
ha visto alguna fuente, 15
y el labio al fugitivo cristal toca,
y el dormido consuelo imaginado
crece el deseo, y no la sed
apoca.
Pelea el valentísimo soldado
dormido casi al
modo que despierto 20
se mostró en el combate fiero
armado.
Acude el tierno amante a su concierto,
y en la
imaginación, dormido, llega,
sin padecer borrasca, a dulce
puerto.
El corazón el avariento entrega 25
en la mitad
del sueño a su tesoro,
que el alma en todo tiempo no le
niega.
Yo, que siempre guardé el común decoro
en
las cosas dormidas y despiertas,
pues no soy troglodita ni soy
moro, 30
de par en par del alma abrí las puertas,
y
dejé entrar al sueño por los ojos
con premisas de
gloria y gusto ciertas.
Gocé durmiendo cuatro mil despojos
(que los conté sin que faltase alguno) 35
de gustos
que acudieron a manojos;
el tiempo, la ocasión, el
oportuno
lugar correspondían al efecto,
juntos y por
sí solo cada uno.
Dos horas dormí y más a lo
discreto, 40
sin que imaginaciones ni vapores
el celebro
tuviesen inquïeto;
la suelta fantasía entre mil
flores
me puso de un pradillo, que exhalaba
de Pancaya y
Sabea los olores; 45
el agradable sitio se llevaba
tras sí
la vista, que, durmiendo, viva
mucho más que despierta se
mostraba.
Palpable vi..., mas no sé si lo escriba,
que
a las cosas que tienen de imposibles 50
siempre mi pluma se ha
mostrado esquiva;
las que tienen vislumbre de posibles,
de
dulces, de süaves y de ciertas,
esplican mis borrones
apacibles.
Nunca a disparidad abre las puertas 55
mi corto
ingenio, y hállalas contino
de par en par la consonancia
abiertas.
¿Cómo pueda agradar un desatino,
si
no es que de propósito se hace,
mostrándole el
donaire su camino? 60
Que entonces la mentira satisface
cuando
verdad parece y está escrita
con gracia, que al discreto y
simple aplace.
Digo, volviendo al cuento, que infinita
gente
vi discurrir por aquel llano, 65
con algazara placentera y grita;
con hábito decente y cortesano
algunos, a quien dio la
hipocresía
vestido pobre, pero limpio y sano;
otros,
de la color que tiene el día 70
cuando la luz primera se
aparece
entre las trenzas de la Aurora fría.
La
varïada primavera ofrece
de sus varias colores la
abundancia,
con que a la vista el gusto alegre crece; 75
la
prodigalidad, la exorbitancia
campean juntas por el verde prado
con galas que descubren su ignorancia.
En un trono, del suelo
levantado,
do el arte a la materia se adelanta, 80
puesto que
de oro y de marfil labrado,
una doncella vi, desde la planta
del
pie hasta la cabeza así adornada,
que el verla admira y el
oírla encanta.
Estaba en él con majestad sentada,
85
giganta al parecer en la estatura,
pero, aunque grande,
bien proporcionada;
parecía mayor su hermosura
mirada
desde lejos, y no tanto
si de cerca se ve su compostura. 90
Lleno de admiración, colmo de espanto,
puse en ella
los ojos, y vi en ella
lo que en mis versos desmayados canto.
Yo
no sabré afirmar si era doncella,
aunque he dicho que sí,
que en estos casos 95
la vista más aguda se atropella:
son, por la mayor parte, siempre escasos
de razón los
juïcios maliciosos
en juzgar rotos los enteros vasos.
Altaneros sus ojos y amorosos 100
se mostraban con cierta
mansedumbre,
que los hacía en todo estremo hermosos;
ora
fuese artificio, ora costumbre,
los rayos de su luz tal vez
crecían,
y tal vez daban encogida lumbre. 105
Dos
ninfas a sus lados asistían,
de tan gentil donaire y
apariencia,
que, miradas, las almas suspendían;
de la
del alto trono en la presencia
desplegaban sus labios en razones
110
ricas en suavidad, pobres en ciencia;
levantaban al cielo
sus blasones,
que estaban, por ser pocos o ningunos,
escritos
del olvido en los borrones;
al dulce murmurar, al oportuno 115
razonar de las dos, la del asiento
que en belleza jamás
le igualó alguno,
luego se puso en pie, y en un momento,
me pareció que dio con la cabeza
más allá
de las nubes, y no miento; 120
y no perdió por esto su
belleza;
antes, mientras más grande, se mostraba
igual
su perfección a su grandeza;
los brazos de tal modo
dilataba,
que de do nace a donde muere el día 125
los
opuestos estremos alcanzaba;
la enfermedad llamada hidropesía
así le hincha el vientre, que parece
que todo el mar
caber en él podía;
al modo destas partes, así
crece 130
toda su compostura; y no por esto,
cual dije, su
hermosura desfallece.
Yo, atónito, esperaba ver el resto
de tan grande prodigio, y diera un dedo
por saber la verdad
segura y presto. 135
Uno, y no sabré quién, bien
claro y quedo
al oído me habló, y me dijo: «Espera,
que yo decirte lo que quieres puedo.
Ésta que vees,
que crece de manera
que apenas tiene ya lugar do quepa, 140
y
aspira en la grandeza a ser primera;
ésta que por las
nubes sube y trepa
hasta llegar al cerco de la luna
(puesto
que el modo de subir no sepa),
es la que, confiada en su fortuna,
145
piensa tener de la inconstante rueda
el eje quedo y sin
mudanza alguna.
Ésta que no halla mal que le suceda,
ni
le teme, atrevida y arrogante,
pródiga siempre, venturosa
y leda, 150
es la que con disignio extravagante
dio en crecer
poco a poco hasta ponerse,
cual ves, en estatura de gigante.
No
deja de crecer por no atreverse
a emprender las hazañas
más notables, 155
adonde puedan sus estremos verse.
¿No
has oído decir los memorables
arcos, anfiteatros, templos,
baños,
termas, pórticos, muros admirables,
que,
a pesar y despecho de los años, 160
aún duran sus
reliquias y entereza,
haciendo al tiempo y a la muerte engaños?»
«Yo», respondí por mí, «ninguna
pieza
de esas que has dicho, dejo de tenella
clavada y
remachada en la cabeza: 165
tengo el sepulcro de la viuda bella
y el Coloso de Rodas allí junto,
y la lanterna que
sirvió de estrella.
Pero vengamos de quién es al
punto
ésta, que lo deseo». «Haráse
luego», 170
me respondió la voz en bajo punto.
Y
prosiguió diciendo: «A no estar ciego,
hubieras
visto ya quién es la dama;
pero, en fin, tienes el ingenio
lego.
Ésta que hasta los cielos se encarama, 175
preñada,
sin saber cómo, del viento,
es hija del Deseo y de la
Fama.
Ésta fue la ocasión y el instrumento,
el
todo y parte de que el mundo viese
no siete maravillas, sino
ciento. 180
(Corto número es ciento; aunque dijese
cien
mil y más millones, no imagines
que en la cuenta del
número excediese).
Ésta condujo a memorables fines
edificios que asientan en la tierra 185
y tocan de las nubes
los confines.
Ésta tal vez ha levantado guerra
donde
la paz süave reposaba,
que en límites estrechos no se
encierra.
Cuando Mucio en las llamas abrasaba 190
el atrevido
fuerte brazo y fiero,
ésta el incendio horrible resfriaba;
ésta arrojó al romano caballero
en el abismo de
la ardiente cueva,
de limpio armado y de luciente acero; 195
ésta tal vez con maravilla nueva,
de su ambiciosa
condición llevada,
mil imposibles atrevida prueba.
Desde
la ardiente Libia hasta la helada
Citia, lleva la fama su
memoria, 200
en grandïosas obras dilatada.
En fin, ella
es la altiva Vanagloria,
que en aquellas hazañas se
entremete
que llevan de los siglos la vitoria.
Ella misma a
sí misma se promete 205
triunfos y gustos, sin tener asida
a la calva Ocasión por el copete.
Su natural sustento,
su bebida,
es aire, y así crece en un instante
tanto,
que no hay medida a su medida. 210
Aquellas dos del plácido
semblante
que tiene a sus dos lados, son aquellas
que sirven
a su máquina de Atlante.
Su delicada voz, sus luces
bellas,
su humildad aparente, y las lozanas 215
razones, que
el amor se cifra en ellas,
las hacen más divinas que no
humanas,
y son (con paz escucha y con paciencia)
la Adulación
y la Mentira, hermanas.
Éstas están contino en su
presencia, 220
palabras ministrándola al oído
que
tienen de prudentes apariencia.
Y ella, cual ciega del mejor
sentido,
no ve que entre las flores de aquel gusto
el áspid
ponzoñoso está escondido. 225
Y así,
arrojada con deseo injusto,
en cristalino vaso prueba y bebe
el
veneno mortal, sin ningún susto.
Quien más presume
de advertido, pr[u]ebe
a dejarse adular, verá cuán
presto 230
pasa su gloria como el viento leve».
Esto
escuché, y en escuchando aquesto,
dio un estampido tal la
Gloria vana,
que dio a mi sueño fin dulce y molesto.
Y
en esto descubrióse la mañana, 235
vertiendo perlas
y esparciendo flores,
lozana en vista y en virtud lozana:
los
dulces pequeñuelos ruiseñores,
con cantos no
aprendidos, le decían,
enamorados della, mil amores; 240
los silgueros el canto repetían,
y las diestras
calandrias entonaban
la música que todos componían.
Unos del escuadrón priesa se daban
porque no los
hallase el dios del día 245
en los forzosos actos en que
estaban.
Y luego se asomó su señoría,
con
una cara de tudesco roja,
por los balcones de la Aurora fría,
en parte gorda, en parte flaca y floja, 250
como quien teme
el esperado trance
donde verse vencido se le antoja.
En
propio toledano y buen romance
les dio los buenos días
cortésmente,
y luego se aprestó al forzoso lance;
255
y encima de un peñasco puesto enfrente
del
escuadrón, con voz sonora y grave
esta oración les
hizo de repente:
«¡Oh espíritus felices, donde
cabe
la gala del decir, la sutileza 260
de la ciencia más
docta que se sabe;
donde en su propia natural belleza
asiste
la hermosa Poesía
entera de los pies a la cabeza!
No
consintáis, por vida vuestra y mía 265
(mirad con
qué llaneza Apolo os habla),
que triunfe esta canalla que
porfía.
Esta canalla, digo, que se endiabla,
que, por
darles calor su muchedumbre,
ya su ruina, o ya la nuestra
entabla. 270
Vosotros, de mis ojos gloria y lumbre,
faroles
do mi luz de asiento mora,
ya por naturaleza o por costumbre,
¿habéis de consentir que esta embaidora,
hipócrita
gentalla se me atreva, 275
de tantas necedades inventora?
Haced
famosa y memorable prueba
de vuestro gran valor en este hecho,
que a su castigo y vuestra gloria os lleva.
De justa
indignación armad el pecho, 280
acometed intrépidos
la turba,
ociosa, vagamunda y sin provecho.
No se os dé
nada, no se os dé una burba
(moneda berberisca, vil y
baja)
de aquesta gente que la paz nos turba. 285
El son de
más de una templada caja,
y el del pífaro triste, y
la trompeta,
que la cólera sube y flema abaja,
así
os incite con virtud secreta,
que despierte los ánimos
dormidos 290
en la fación que tanto nos aprieta.
Ya
retumba, ya llega a mis oídos
del escuadrón
contrario el rumor grande,
formado de confusos alaridos;
ya
es menester, sin que os lo ruegue o mande, 295
que cada cual,
como guerrero experto,
sin que por su capricho se desmande,
la
orden guarde y militar concierto,
y acuda a su deber como
valiente
hasta quedar o vencedor o muerto. 300
En esto, por
la parte de poniente
pareció el escuadrón casi
infinito
de la bárbara, ciega y pobre gente.
Alzan los
nuestros al momento un grito
alegre, y no medroso; y gritan:
«¡Arma!» 305
«¡Arma!» resuena
todo aquel distrito;
y, aunque mueran, correr quieren al arma.
Del
Viaje del Parnaso,
capítulo
sétimo
Tú,
belígera musa, tú, que tienes
la voz de bronce y de
metal la lengua,
cuando a cantar del fiero Marte vienes;
tú,
por quien se aniquila siempre y mengua
el gran género
humano; tú, que puedes 5
sacar mi pluma de ignorancia y
mengua;
tú, mano rota y larga de mercedes,
digo en
hacellas, una aquí te pido,
que no hará que menos
rica quedes.
La soberbia y maldad, el atrevido 10
intento de
una gente malmirada,
ya se descubre con mortal ruïdo.
Dame
una voz al caso acomodada,
una sutil y bien cortada pluma,
no
de afición ni de pasión llevada, 15
para que pueda
referir en suma,
con purísimo y nuevo sentimiento,
con
verdad clara y entereza suma,
el contrapuesto y desigual intento
de uno y otro escuadrón, que, ardiendo en ira, 20
sus
banderas descoge al vago viento.
El del bando católico,
que mira
al falso y grande al pie del monte puesto,
que de
subir al alta cumbre aspira;
con paso largo y ademán
compuesto, 25
todo el monte coronan, y se ponen
a la furia,
que en loca ha echado el resto;
las ventajas tantean, y disponen
los ánimos valientes al asalto,
en quien su gloria y
su venganza ponen; 30
de rabia lleno y de paciencia falto,
Apolo
su bellísimo estandarte
mandó al momento levantar
en alto;
arbolóle un marqués, que el proprio Marte
su brïosa presencia representa 35
naturalmente, sin
industria y arte;
poeta celebérrimo y de cuenta,
por
quien y en quien Apolo soberano
su gloria y gusto y su valor
aumenta.
Era la insinia un cisne hermoso y cano, 40
tan al
vivo pintado, que dijeras
la voz despide alegre al aire vano;
siguen al estandarte sus banderas,
de gallardos alféreces
llevadas,
honrosas por no estar todas enteras. 45
Las cajas a
lo bélico templadas
al mílite más tardo
vuelven presto,
de voces de metal acompañadas.
Jerónimo
de Mora llegó en esto,
pintor excelentísimo y
poeta: 50
Apeles y Virgilio en un supuesto;
y con la
autoridad de una jineta
(que de ser capitán le daba
nombre)
al caso acude y a la turba aprieta.
Y, porque más
se turbe y más se asombre, 55
el enemigo desigual y fiero,
llegó el gran Biedma, de inmortal renombre;
y con él
Gaspar de Ávila, primero
secuaz de Apolo, a cuyo verso y
pluma
Iciar puede envidiar, temer Sincero. 60
Llegó
Juan de Meztanza, cifra y suma
de tanta erudición, donaire
y gala,
que no hay muerte ni edad que la consuma.
Apolo le
arrancó de Guatimala,
y le trujo en su ayuda para ofensa
65
de la canalla en todo estremo mala.
Hacer milagros en el
trance piensa
Cepeda, y acompáñale Mejía,
poetas dignos de alabanza inmensa.
Clarísimo esplendor
de Andalucía 70
y de la Mancha, el sin igual Galindo
llegó con majestad y bizarría.
De la alta
cumbre del famoso Pindo
bajaron tres bizarros lusitanos,
a
quien mis alabanzas todas rindo, 75
con prestos pies y con
valientes manos,
con Fernando Correa de la Cerda,
pisó
Rodríguez Lobo monte y llanos;
y porque Febo su razón
no pierda,
el grande don Antonio de Ataíde 80
Ilegó
con furia alborotada y cuerda.
Las fuerzas del contrario ajusta y
mide
con las suyas Apolo, y determina
dar la batalla, y la
batalla pide.
El ronco son de más de una bocina, 85
instrumento de caza y de la guerra,
de Febo a los oídos
se avecina;
tiembla debajo de los pies la tierra
de infinitos
poetas oprimida,
que dan asalto a la sagrada sierra. 90
El
fiero general de la atrevida
gente, que trae un cuervo en su
estandarte,
es Arbolánchez, muso por la vida.
Puestos
estaban en la baja parte
y en la cima del monte, frente a frente,
95
los campos, de quien tiembla el mismo Marte,
cuando una al
parecer discreta gente
del católico bando al enemigo
se
pasó, como en número de veinte.
Yo con los ojos su
carrera sigo, 100
y, viendo el paradero de su intento,
con
voz turbada al sacro Apolo digo:
«¿Qué
prodigio es aquéste? ¿Qué portento?
O, por
mejor decir: ¿Qué mal agüero,
que así
me corta el brío y el aliento? 105
Aquel tránsfuga
que partió primero,
no sólo por poeta le tenía,
pero también por bravo churrullero;
aquel ligero que
tras él corría,
en mil corrillos en Madrid le he
visto 110
tiernamente hablar en la poesía;
aquel
tercero que partió tan listo,
por satírico, necio y
por pesado
sé que de todos fue siempre malquisto.
No
puedo imaginar cómo ha llevado 115
Mercurio estos poetas
en su lista».
«Yo fui», respondió Apolo,
«el engañado;
que de su ingenio la primera vista
indicios descubrió que serían buenos
para
facilitar esta conquista». 120
«Señor»,
repliqué yo, «creí que ajenos
eran de las
deidades los engaños;
digo, engañarse en poco más
ni menos;
la prudencia, que nace de los años
y tiene
por maestra la esperiencia, 125
es la deidad que advierte destos
daños».
Apolo respondió: «Por mi
conciencia,
que no te entiendo», algo turbado y triste
por
ver de aquellos veinte la insolencia.
Tú, sardo militar,
Lofraso, fuiste 130
uno de aquellos bárbaros corrientes
que del contrario el número creciste.
Mas no por esta
mengua los valientes
del escuadrón católico
temieron,
poetas madrigados y excelentes; 135
antes, tanto
coraje concibieron
contra los fugitivos corredores,
que riza
en ellos y matanza hicieron.
¡Oh falsos y malditos
trovadores,
que pasáis plaza de poetas sabios, 140
siendo
la hez de los que son peores:
entre la lengua, paladar y labios
anda contino vuestra poesía,
haciendo a la virtud cien
mil agravios!
Poetas de atrevida hipocresía, 145
esperad,
que de vuestro acabamiento
ya se ha llegado el temeroso día.
De las confusas voces el concento
confuso por el aire
resonaba,
de espesas nubes condensando el viento. I50
Por la
falda del monte gateaba
una tropa poética, aspirando
a
la cumbre, que bien guardada estaba;
hacían hincapié
de cuando en cuando,
y con hondas de estallo y con ballestas 155
iban libros enteros disparando;
no del plomo encendido las
funestas
balas pudieran ser dañosas tanto,
ni al
disparar pudieran ser más prestas.
Un libro mucho más
duro que un canto 160
a Jusepe de Vargas dio en las sienes,
causándole terror, grima y espanto.
Gritó, y
dijo a un soneto: «Tú, que vienes
de satírica
pluma disparado,
¿por qué el infame curso no
detienes?» 165
Y, cual perro con piedras irritado,
que
deja al que las tira y va tras ellas,
cual si fueran la causa del
pecado,
entre los dedos de sus manos bellas
hizo pedazos al
soneto altivo, 170
que amenazaba al sol y a las estrellas.
Y
díjole Cilenio: «¡Oh rayo vivo
donde la justa
indignación se muestra
en un grado y valor superlativo,
la espada toma en la temida diestra, 175
y arrójate
valiente y temerario
por esta parte, que el peligro adiestra!»
En esto, del tamaño de un breviario
volando un libro
por el aire vino,
de prosa y verso, que arrojó el
contrario; 180
de verso y prosa el puro desatino
nos dio a
entender que de Arbolanches eran
las Habidas,
pesadas de contino.
Unas Rimas
llegaron que pudieran
desbaratar el escuadrón cristiano
185
si acaso vez segunda se imprimieran.
Dióle a
Mercurio en la derecha mano
una sátira antigua licenciosa,
de estilo agudo, pero no muy sano.
De una intricada y mal
compuesta prosa, 190
de un asumpto sin jugo y sin donaire,
cuatro novelas disparó Pedrosa.
Silbando recio y
desgarrando el aire,
otro libro llegó de Rimas
solas,
hechas al parecer como al desgaire. 195
Viólas
Apolo, y dijo, cuando viólas:
«Dios perdone a su
autor, y a mí me guarde
de algunas Rimas
sueltas españolas».
Llegó el Pastor
de Iberia,
aunque algo tarde,
y derribó catorce de los nuestros 200
haciendo de su ingenio y fuerza alarde;
pero dos valerosos,
dos maestros,
dos lumbreras de Apolo, dos soldados,
únicos
en hablar y en obrar diestros,
del monte puestos en opuestos
lados, 205
tanto apretaron a la turbamulta,
que volvieron
atrás los encumbrados.
Es Gregorio de Angulo el que
sepulta
la canalla, y con él Pedro de Soto,
de
prodigioso ingenio y vena culta. 210
Doctor aquél, estotro
único y docto
licenciado, de Apolo ambos secuaces,
con
raras obras y ánimo devoto.
Las dos contrarias indignadas
haces
ya miden las espadas, ya se cierran, 215
duras en su
tesón y pertinaces;
con los dientes se muerden, y se
aferran
con las garras, las fieras imitando,
que toda pïedad
de sí destierran.
Haldeando venía y trasudando 220
el autor de La
Pícara Justina,
capellán lego del contrario bando;
y cual si fuera de
una culebrina,
disparó de sus manos su librazo,
que
fue de nuestro campo la rüina. 225
Al buen Tomás
Gracián mancó de un brazo,
a Medinilla derribó
una muela
y le llevó de un muslo un gran pedazo.
Una
despierta nuestra centinela
gritó: «¡Todos
abajen la cabeza, 230
que dispara el contrario otra novela!»
Dos pelearon una larga pieza,
y el uno al otro con instancia
loca,
de un envión, con arte y con destreza,
seis
seguidillas le encajó en la boca, 235
con que le hizo
vomitar el alma,
que salió libre de su estrecha roca.
De
la furia el ardor, del sol la calma
tenía en duda de una y
otra parte
la vencedora y pretendida palma. 240
Del cuervo,
en esto, el lóbrego estandarte
cede al del cisne, porque
vino al suelo,
pasado el corazón de parte a parte;
su
alférez, que era un andaluz mozuelo,
trovador repentista,
que subía 245
con la soberbia más allá del
cielo;
helósele la sangre que tenía;
murióse,
cuando vio que muerto estaba,
la turba, pertinaz en su porfía.
Puesto que ausente el gran Lupercio estaba, 250
con un solo
soneto suyo hizo
lo que de su grandeza se esperaba:
descuadernó,
desencajó, deshizo
del opuesto escuadrón catorce
hileras,
dos crïollos mató, hirió un mestizo.
255
De sus sabrosas burlas y sus veras
el magno cordobés
un cartapacio
disparó, y aterró cuatro banderas.
Daba ya indicios de cansado y lacio
el brío de la
bárbara canalla, 260
peleando más flojo y más
despacio;
mas renovóse la fatal batalla,
mezclándose
los unos con los otros;
ni vale arnés, ni presta dura
malla.
Cinco melifluos sobre cinco potros 265
llegaron, y
embistieron por un lado,
y lleváronse cinco de nosotros;
cada cual como moro atavïado,
con más letras y
cifras que una carta
de príncipe enemigo y recatado. 270
De romances moriscos una sarta,
cual si fuera de balas
enramadas,
llega con furia y con malicia harta;
y, a no estar
dos escuadras avisadas
de las nuestras, del recio tiro y presto
275
era fuerza quedar desbaratadas.
Quiso Apolo, indignado,
echar el resto
de su poder y de su fuerza sola,
y dar al
enemigo fin molesto,
y una sacra canción, donde acrisola
280
su ingenio, gala, estilo y bizarría
Bartolomé
Leonardo de Argensola,
cual si fuera un petarte, Apolo envía
adonde está el tesón más apretado,
más
dura y más furiosa la porfia. 285
Cuando
me paro a contemplar mi estado,
comienza la canción que Apolo pone
en el lugar más
noble y levantado.
Todo lo mira, todo lo dispone
con ojos de
Argos; manda, quita y veda, 290
y del contrario a todo ardid se
opone.
Tan mezclados están, que no hay quien pueda
discernir cuál es malo o cuál es bueno,
cuál
es garcilasista o timoneda.
Pero un mancebo, de ignorancia ajeno,
295
grande escudriñador de toda historia,
rayo en la
pluma y en la voz un trueno,
llegó, tan rica el alma de
memoria,
de sana voluntad y entendimiento,
que fue de Febo y
de las Musas gloria; 300
con éste aceleróse el
vencimiento,
porque supo decir: «Éste merece
gloria, pero aquél no, sino tormento».
Y, como
ya con distinción parece
el justo y el injusto
combatiente, 305
el gusto al peso de la pena crece.
Tú,
Pedro Mantüano el excelente,
fuiste quien distinguió
de la confusa
máquina el que es cobarde del valiente.
Julián de Almendárez no rehúsa, 310
puesto
que llegó tarde, en dar socorro
al rubio Delio con su
ilustre musa.
Por las rucias que peino, que me corro
de ver
que las comedias endiabladas
por divinas se pongan en el corro;
315
y, a pesar de las limpias y atildadas
del cómico
mejor de nuestra Hesperia,
quieren ser conocidas y pagadas.
Mas
no ganaron mucho en esta feria,
porque es discreto el vulgo de la
Corte, 320
aunque le toca la común miseria.
De llano
no le deis, dadle de corte,
estancias polifemas, al poeta
que
no os tuviere por su guía y norte.
Inimitables sois, y a
la discreta 325
gala que descubrís en lo escondido,
toda
elegancia puede estar sujeta.
Con estas municiones el partido
nuestro se mejoró de tal manera,
que el contrario se
tuvo por vencido. 330
Cayó su presunción soberbia y
fiera,
derrúmbanse del monte abajo cuantos
presumieron
subir por la ladera.
La voz prolija de sus roncos cantos
el
mal suceso con rigor la vuelve 335
en interrotos y funestos
llantos.
Tal hubo, que cayendo se resuelve
de asirse de una
zarza o cabrahígo,
y en llanto, a lo de Ovidio, se
disuelve.
Cuatro se arracimaron a un quejigo 340
como
enjambre de abejas desmandada,
y le estimaron por el lauro amigo.
Otra cuadrilla, virgen por la espada,
y adúltera de
lengua, dio la cura
a sus pies, de su vida almidonada. 345
Bartolomé llamado de Segura
el toque casi fue del
vencimiento:
tal es su ingenio y tal es su cordura.
Resonó
en esto por el vago viento
la voz de la vitoria, repetida 350
del número escogido en claro acento.
La miserable, la
fatal caída,
de las Musas del limpio Tagarete
fue
largos siglos con dolor plañida;
a la parte del llanto,
¡ay me!, se mete 355
Zapardïel, famoso por su pesca,
sin que un pequeño instante se quïete.
La voz de
la vitoria se refresca;
«¡vitoria!» suena aquí
y allí, vitoria
adquirida por nuestra soldadesca, 360
que
canta alegre la alcanzada gloria.
Del
Viaje del Parnaso,
capítulo
octavo
Al
caer de la máquina excesiva
del escuadrón poético
arrogante
que en su no vista muchedumbre estriba,
un poeta,
mancebo y estudiante,
dijo: «Caí, paciencia; que
algún día 5
será la nuestra, mi valor
mediante.
De nuevo afilaré la espada mía,
digo
mi pluma, y cortaré de suerte
que dé nueva
excelencia a la porfía;
que ofrece la comedia, si se
advierte, 10
largo campo al ingenio, donde pueda
librar su
nombre del olvido y muerte.
Fue desto ejemplo Juan de Timoneda,
que, con sólo imprimir, se hizo eterno,
las comedias
del gran Lope de Rueda. 15
Cinco vuelcos daré en el propio
infierno
por hacer recitar una que tengo
nombrada El
gran bastardo de Salerno».
¡Guarda, Apolo, que baja (guarte, Rengo)
el golpe de la
mano más gallarda 20
que ha visto el tiempo en su discurso
luengo!
En esto, el claro son de una bastarda
alas pone en
los pies de la vencida
gente del mundo perezosa y tarda;
con
la esperanza del vencer perdida, 25
no hay quien no atienda con
ligero paso,
si no a la honra, a conservar la vida.
Desde las
altas cumbres de Parnaso,
de un salto uno se puso en Guadarrama,
nuevo, no visto y verdadero caso; 30
y al mismo paso la
parlera Fama
cundió del vencimiento la alta nueva,
desde
el claro Caístro hasta Jarama.
Lloró la gran
vitoria el turbio Esgueva,
Pisuerga la rió, rióla
Tajo, 35
que en vez de arena granos de oro lleva.
Del
cansancio, del polvo y del trabajo
las rubicundas hebras de
Timbreo,
del color se pararon de oro bajo;
pero, viendo
cumplido su deseo, 40
al son de la guitarra mercuriesca
hizo
de la Gallarda un gran paseo,
y de Castalia en la corriente
fresca
el rostro se lavó, y quedó luciente
como
de acero la segur turquesca. 45
Pulióse luego, y adornó
su frente
de majestad mezclada con dulzura,
indicios claros
del placer que siente.
Las reinas de la humana hermosura
salieron de do estaban retiradas 50
mientras duraba la
contienda dura;
del árbol siempre verde coro[na]das,
y
en medio la divina Poesía,
todas de nuevas galas
adornadas.
Melpómene, Tersícore y Talía, 55
Polimnia, Urania, Erato, Euterpe y Clío,
y Calíope,
hermosa en demasía,
muestran ufanas su destreza y brío,
tejiendo una entricada y nueva danza
al dulce son de un
instrumento mío. 60
Mío, no dije bien; mentí
a la usanza
de aquel que dice propios los ajenos
versos que
son más dignos de alabanza.
Los anchos prados y los campos
llenos
están de las escuadras vencedoras 65
(que
siempre van a más y nunca a menos),
esperando de ver de
sus mejoras
el colmo con los premios merecidos
por el sudor y
aprieto de seis horas,
piensan ser los llamados escogidos, 70
todos a premios de grandeza aspiran,
tiénense en más
de lo que son tenidos;
ni a calidades ni a riquezas miran:
a
su ingenio se atiene cada uno,
y si hay cuatro que acierten, mil
deliran. 75
Mas Febo, que no quiere que ninguno
quede quejoso
dél, mandó a la Aurora
que vaya y coja in
tempore oportuno,
de las faldas floríferas de Flora
cuatro tabaques de
purpúreas rosas 80
y seis de perlas de las que ella llora;
y de las nueve por estremo hermosas
las coronas pidió,
y al darlas ellas
en nada se mostraron perezosas.
Tres, a mi
parecer, de las más bellas 85
a Parténope sé
que se enviaron,
y fue Mercurio el que partió con ellas;
tres sujetos las otras coronaron,
allí en el mesmo
monte peregrinos,
con que su patria y nombre eternizaron; 90
tres cupieron a España, y tres divinos
poetas se
adornaron la cabeza,
de tanta gloria justamente dignos.
La
Envidia, monstruo de naturaleza,
maldita y carcomida, ardiendo en
saña, 95
a murmurar del sacro don empieza.
Dijo:
«¿Será posible que en España
haya
nueve poetas laureados?
Alta es de Apolo, pero simple hazaña».
Los demás de la turba, defraudados 100
del esperado
premio, repetían
los himnos de la Envidia mal cantados;
todos por laureados se tenían
en su imaginación,
antes del trance,
y al cielo quejas de su agravio envían.
105
Pero ciertos poetas de romance,
del generoso premio hacer
esperan,
a despecho de Febo, presto alcance;
otros, aunque
latinos, desesperan
de tocar del laurel sólo una hoja, 110
aunque del caso en la demanda mueran.
Véngase menos el
que más se enoja,
y alguno se tocó sienes y frente,
que de estar coronado se le antoja.
Pero todo deseo
impertinente 115
Apolo resfrió, premiando a cuantos
poetas tuvo el escuadrón valiente;
de rosas, de
jazmines y amarantos
Flora le presentó cinco cestones,
y
la Aurora, de perlas, otros tantos; 120
éstos fueron,
lector dulce, los dones
que Delio repartió con larga mano
entre los poetísimos varones,
quedando alegre cada
cual y ufano
con un puño de perlas y una rosa, 125
estimando el premio sobrehumano.
Y porque fuese más
maravillosa
la fiesta y regocijo que se hacía
por la
vitoria insigne y prodigiosa,
la buena, la importante Poesía
130
mandó traer la bestia cuya pata
abrió la
fuente de Castalia fría;
cubierta de finísima
escarlata,
un lacayo la trujo en un instante,
tascando un
freno de bruñida plata. 135
Envidiarle pudiera Rocinante
al gran Pegaso de presencia brava,
y aun B[r]illadoro, el del
señor de Anglante.
Con no sé cuántas alas
adornaba
manos y pies, indicio manifiesto 140
que en ligereza
al viento aventajaba;
y, por mostrar cuán ágil y
cuán presto
era, se alzó del suelo cuatro picas,
con un denuedo y ademán compuesto.
Tú, que me
escuchas, si el oído aplicas 145
al dulce cuento deste
gran Vïaje,
cosas nuevas oirás de gusto ricas.
Era del bel trotón
todo el herraje
de durísima plata diamantina,
que no
recibe del pisar ultraje; 150
de la color que llaman columbina
de raso en una funda trae la cola,
que, suelta, con el suelo
se avecina;
del color del carmín o de amapola
eran sus
clines, y su cola gruesa, 155
ellas solas al mundo, y ella sola.
Tal vez anda despacio, y tal apriesa,
vuela tal vez, y tal
hace corvetas,
tal quiere relinchar, y luego cesa.
Nueva
felicidad de los poetas: 160
uno sus escrementos recogía
en dos de cuero grandes barjuletas.
Pregunté para qué
lo tal hacía.
Respondióme Cilenio a lo bellaco,
con no sé qué vislumbres de ironía: 165
«Esto que se recoge es el tabaco,
que a los váguidos
sirve de cabeza
de algún poeta de celebro flaco;
Urania
de tal modo lo adereza,
que, puesto a las narices del doliente,
170
cobra salud y vuelve a su entereza».
Un poco
entonces arrugué la frente,
ascos haciendo del remedio
estraño,
tan de los ordinarios diferente.
«Recibes»,
dijo Apolo, «amigo, engaño» 175
(leyóme
el pensamiento). «Este remedio
de los váguidos cura
y sana el daño.
No come este rocín lo que en asedio
duro y penoso comen los soldados,
que están entre la
muerte y hambre en medio; 180
son deste tal los piensos regalados
ámbar y almizcle entre algodones puesto,
y bebe del
rocío de los prados;
tal vez le damos de almidón un
cesto,
tal de algarrobas, con que el vientre llena, 185
y no
se estriñe ni se va por esto».
«Sea», le
respondí, «muy norabuena;
tieso estoy de celebro por
ahora,
vág[u]ido alguno no me causa pena».
La
nuestra, en esto, universal señora, 190
digo la Poesía
verdadera,
que con Timbreo y con las Musas mora,
en vestido
subcinto, a la ligera,
el monte discurrió y abrazó
a todos,
hermosa sobremodo y placentera. 195
«¡Oh
sangre vencedora de los godos!»,
dijo, «de aquí
adelante ser tratada
con más süaves y discretos modos
espero ser, y siempre [r]espectada
del ignorante vulgo, que
no alcanza 200
que, puesto que soy pobre, soy honrada.
Las
riquezas os dejo en esperanza,
pero no en posesión, premio
seguro
que al reino aspira de la inmensa holganza.
Por la
belleza deste monte os juro 205
que quisiera al más mínimo
entregalle
un privilegio de cien mil de juro.
Mas no produce
minas este valle;
aguas sí, salutíferas y buenas,
y monas que de cisnes tienen talle. 210
Volved a ver, ¡oh
amigos!, las arenas
del aurífero Tajo en paz segura
y
en dulces horas de pesar ajenas.
Que esta inaudita hazaña
os asegura
eterno nombre en tanto que dé Febo 215
al
mundo aliento y luz serena y pura».
¡Oh maravilla
nueva, oh caso nuevo,
digno de admiración que cause
espanto,
cuya estrañeza me admiró de nuevo!
Morfeo, el dios del sueño, por encanto 220
allí
se apareció, cuya corona
era de ramos de beleño
santo.
Flojísimo de brío y de persona,
de la
Pereza torpe acompañado,
que no le deja a vísperas
ni a nona; 225
traía al Silencio a su derecho lado,
el
Descuido al siniestro, y el vestido
era de blanda lana fabricado.
De las aguas que llaman del olvido
traía un gran
caldero, y de un hisopo 230
venía como aposta prevenido.
Asía a los poetas por el hopo,
y, aunque el caso los
rostros les volvía
en color encendida de piropo,
él
nos bañaba con el agua fría, 235
causándonos
un sueño de tal suerte,
que dormimos un día y otro
día.
Tal es la fuerza del licor, tan fuerte
es de las
aguas la virtud, que pueden
competir con los fueros de la muerte.
240
Hace el ingenio alguna vez que queden
las verdades sin
crédito ninguno,
por ver que a toda contingencia exceden.
Al despertar del sueño así importuno,
ni vi
monte ni monta, dios ni diosa, 245
ni de tanto poeta vide alguno.
Por cierto, estraña y nunca vista cosa:
despabilé
la vista, y parecióme
verme en medio de una ciudad famosa.
Admiración y grima el caso diome; 250
torné a
mirar, porque el temor o engaño
no de mi buen discurso el
paso tome.
Y díjeme a mí mismo: «No me
engaño;
esta ciudad es Nápoles la ilustre,
que
yo pisé sus rúas más de un año; 255
de
Italia gloria, y aun del mundo lustre,
pues de cuantas ciudades
él encierra,
ninguna puede haber que así le
ilustre:
apacible en la paz, dura en la guerra,
madre de la
abundancia y la nobleza, 260
de elíseos campos y agradable
sierra.
Si váguidos no tengo de cabeza,
paréceme
que está mudada, en parte,
de sitio, aunque en aumento de
belleza.
¿Qué teatro es aquél, donde reparte
265
con él cuanto contiene de hermosura
la gala, la
grandeza, industria y arte?
Sin duda, el sueño en mis
palpebras dura,
porque éste es edificio imaginado,
que
excede a toda humana compostura». 270
Llegóse en
esto a mí disimulado
un mi amigo, llamado Promontorio,
mancebo en días, pero gran soldado.
Creció la
admiración viendo notorio
y palpable que en Nápoles
estaba, 275
espanto a los pasados acesorio.
Mi amigo
tiernamente me abrazaba,
y, con tenerme entre sus brazos, dijo
que del estar yo allí mucho dudaba;
llamóme
padre, y yo llaméle hijo; 280
quedó con esto la
verdad en punto,
que aquí puede llamarse punto fijo.
Díjome Promontorio: «Yo barrunto,
padre, que
algún gran caso a vuestras canas
las trae tan lejos, ya
semidifunto». 285
«En mis horas más frescas y
tempranas
esta tierra habité, hijo», le dije,
«con
fuerzas más brïosas y lozanas.
Pero la Voluntad, que
a todos rige,
digo el querer del cielo, me ha traído 290
a parte que me alegra más que aflige».
Dijera
más, sino que un gran rüido
de pífaros,
clarines y tambores
me azoró el alma y alegró el
oído;
volví la vista al son, vi los mayores 295
aparatos de fiesta que vio Roma
en sus felices tiempos y
mejores.
Dijo mi amigo: «Aquél que ves que asoma
por aquella montaña contrahecha,
cuyo brío al
de Marte oprime y doma, 300
es un alto sujeto que deshecha
tiene
a la Envidia en rabia, porque pisa
de la virtud la senda más
derecha;
de gravedad y condición tan lisa,
que
suspende y alegra a un mesmo instan[te], 305
y con su aviso al
mismo aviso avisa.
Mas quiero, antes que pases adelante
en
ver lo que verás, si estás atento,
darte del caso
relación bastante.
Será Don Juan de Tasis de mi
cuento 310
principio, por que sea memorable,
y lleguen mis
palabras a mi intento.
Este varón, en liberal notable,
que una mediana villa le hace conde,
siendo rey en sus obras
admirable; 315
éste, que sus haberes nunca esconde,
pues
siempre las reparte o las derrama,
ya sepa adónde, o ya no
sepa adónde;
éste, a quien tiene tan en fil la fama
puesta la alteza de su nombre claro, 320
que liberal y
pródigo le llama,
quiso, pródigo aquí y allí
no avaro,
primer mantenedor ser de un torneo
que a fiestas
sobrehumanas le comparo.
Responden sus grandezas al deseo 325
que tiene de mostrarse alegre, viendo
de España y
Francia el regio himineo;
y éste que escuchas, duro,
alegre estruendo,
es señal que el torneo se comienza,
que
admira por lo rico y estupendo. 330
Arquímedes el grande
se averg[ü]enza
de ver que este teatro milagroso
su
ingenio apoque y a sus trazas venza.
Digo, pues, que el mancebo
generoso
que allí deciende, de encarnado y plata, 335
sobre todo mortal curso brïoso,
es el conde de Lemos,
que dilata
su fama con sus obras por el mundo,
y que lleguen
al cielo en tierra trata;
y, aunque sale el primero, es el
segundo 340
mantenedor, y en buena cortesía
esta
ventaja califico y fundo.
El duque de Nocera, luz y guía
del arte militar, es el tercero
mantenedor deste festivo día.
345
El cuarto, que pudiera ser primero,
es de Santelmo el
fuerte castellano,
que al mesmo Marte en el valor prefiero.
El
quinto es otro Eneas el troyano,
Arrociolo, que gana en ser
valiente 350
al que fue verdadero, por la mano».
El
gran concurso y número de gente
estorbó que
adelante prosiguiese
la comenzada relación prudente;
por
esto le pedí que me pusiese 355
adonde sin ningún
impedimento
el gran progreso de las fiestas viese;
porque
luego me vino al pensamiento
de ponerlas en verso numeroso,
favorecido del febeo aliento. 360
Hízolo así, y
yo vi lo que no oso
pensar, no que decir, que aquí se
acorta
la lengua y el ingenio más curioso.
Que se pase
en silencio es lo que importa,
y que la admiración supla
esta falta, 365
el mesmo grandïoso caso exhorta,
puesto
que después supe que con alta
magnífica elegancia y
milagrosa,
donde ni sobra punto ni le falta,
el curioso Don
Juan de Oquina en prosa 370
la puso y dio a la estampa para
gloria
de nuestra edad, por esto venturosa.
Ni en fabulosa o
verdadera historia
se halla que otras fiestas hayan sido
ni
puedan ser más dignas de memoria. 375
Desde allí, y
no sé cómo, fui traído
adonde vi al gran
duque de Pastrana
mil parabienes dar de bienvenido,
y que la
fama, en la verdad ufana,
contaba que agradó con su
presencia 380
y con su cortesía sobrehumana;
que fue
nuevo Alejandro en la excelencia
del dar, que satisfizo a todo
cuanto
puede mostrar real magnificencia.
Colmo de admiración,
lleno de espanto, 385
entré en Madrid en traje de romero,
que es granjería el parecer ser santo;
y desde lejos
me quitó el sombrero
el famoso Acevedo, y dijo: «A
Dio,
voi siate il ben venuto, cavaliero. 390
So parlar
zenoese, & tusco anch'io».
Y respondí: «La
vostra signoria
sia la ben trovata, patron mio».
Topé
a Luis Vélez, lustre y alegría
y discreción
del trato cortesano, 395
y abracéle en la calle a
mediodía.
El pecho, el alma, el corazón, la mano
di a Pedro de Morales, y un abrazo,
y alegre recebí a
Justiniano.
Al volver de una esquina sentí un brazo 400
que el cuello me ceñía, miré cúyo,
y
más que gusto me causó embarazo,
por ser uno de
aquellos (no rehúyo
decirlo) que al contrario se pasaron,
llevados del cobarde intento suyo; 405
otros dos al soslayo
se llegaron,
y con la risa falsa del conejo
y con muchas
zalemas me hablaron.
Yo, socarrón; yo, poetón ya
viejo,
volvíles a lo tierno las saludes, 410
sin
mostrar mal talante o sobrecejo.
No dudes, ¡oh lector
caro!, no dudes,
sino que suele el disimulo a veces
servir de
aumento a las demás virtudes;
dínoslo tú,
David, que, aunque pareces 415
loco en poder de Aquís, de
tu cordura,
fingiendo el loco, la grandeza ofreces.
Dejélos,
esperando coyuntura
y ocasión más secreta para
dalles
vejamen de su miedo o su locura. 420
Si encontraba
poetas por las calles,
me ponía a pensar si eran de
aquellos
huidos, y pasaba sin hablalles.
Poníanseme
yertos los cabellos
de temor no encontrase algún poeta,
425
de tantos que no pude conocellos,
que, con puñal
buido o con secreta
almarada me hiciese un abujero
que fuese
al corazón por vía recta,
aunque no es éste
el premio que yo espero 430
de la fama que a tantos he adquerido
con alma grata y corazón sincero.
Un cierto mancebito
cuellierg[u]ido,
en profesión poeta, y en el traje
a
mil leguas por godo conocido, 435
lleno de presunción y de
coraje
me dijo: «Bien sé yo, señor Cervantes,
que puedo ser poeta, aunque soy paje.
Cargastes de poetas
ignorantes,
y dejástesme a mí, que ver deseo 440
del Parnaso las fuentes elegantes.
Que caducáis sin
duda alguna creo.
¿Creo? No digo bien; mejor diría
que toco esta verdad y que la veo».
Otro, que, al
parecer, de argentería, 445
de nácar, de cristal,
de perlas y oro
sus infinitos versos componía,
me
dijo, bravo cual corrido toro:
«No sé yo para qué
nadie me puso
en lista con tan bárbaro decoro». 450
«Así el discreto Apolo lo dispuso»,
a los
dos respondí, «y en este hecho,
de ignorancia o
malicia no me acuso».
Fuime con esto, y, lleno de despecho,
busqué mi antigua y lóbrega posada, 455
y
arrojéme molido sobre el lecho;
que cansa, cuando es
larga, una jornada.
ADJUNTA
AL
PARNASO
Algunos días estuve reparándome de tan largo viaje, al cabo de los cuales salí a ver y a ser visto, y a recebir parabienes de mis amigos y malas vistas de mis enemigos; que, puesto que pienso que no tengo ninguno, todavía no me aseguro de la común suerte.
Sucedió, pues, que, saliendo una mañana del monesterio de Atocha, se llegó a mí un mancebo, al parecer de veinte y cuatro años, poco más o menos, todo limpio, todo aseado y todo crujiendo gorgaranes; pero con un cuello tan grande y tan almidonado, que creí que para llevarle fueran menester los hombros de otro Adlante. Hijos deste cuello eran dos puños chatos, que, comenzando de las muñecas, subían y trepaban por las canillas del brazo arriba, que parecía que iban a dar asalto a las barbas. No he visto yo yedra tan codiciosa de subir desde el pie de la muralla donde se arrima hasta las almenas, como el ahínco que llevaban estos puños a ir a darse de puñadas con los codos. Finalmente, la exorbitancia del cuello y puños era tal, que en el cuello se escondía y sepultaba el rostro y en los puños los brazos.
Digo, pues, que el tal mancebo se llegó a mí, y con voz grave y reposada me dijo:
¿Es, por ventura, vuesa merced el señor Miguel de Cervantes Saavedra, el que ha pocos días que vino del Parnaso?
A esta pregunta creo, sin duda, que perdí la color del rostro, porque en un instante imaginé y dije entre mí: «¿Si es éste alguno de los poetas que puse o dejé de poner en mi Viaje, y viene ahora a darme el pago que él se imagina se me debe?» Pero, sacando fuerzas de flaqueza, le respondí:
Yo, señor, soy el mesmo que vuesa merced dice; ¿qué es lo que se me manda?
Él, luego en oyendo esto, abrió los brazos y me los echó al cuello, y sin duda me besara en la frente si la grandeza del cuello no lo impidiera, y díjome:
Vuesa merced, señor Cervantes, me tenga por su servidor y por su amigo, porque ha muchos días que le soy muy aficionado, así por sus obras como por la fama de su apacible condición.
Oyendo lo cual, respiré, y los esp[í]ritus, que andaban alborotados, se sosegaron; y, abrazándole yo también, con recato de no ahajarle el cuello, le dije:
Yo no conozco a vuesa merced si no es para servirle; pero por las muestras bien se me trasluce que vuesa merced es muy discreto y muy principal: calidades que obligan a tener en veneración a la persona que las tiene.
Con estas pasamos otras corteses razones, y anduvieron por alto los ofreci-mientos, y, de lance en lance, me dijo:
Vuesa merced sabrá, señor Cervantes, que yo, por la gracia de Apolo, soy poeta, o lo menos deseo serlo, y mi nombre es Pancracio de Roncesvalles.
Miguel. Nunca tal creyera, si vuesa merced no me lo hubiera dicho por su mesma boca.
Pancracio. Pues, ¿por qué no lo creyera vuesa merced?
Miguel. Porque los poetas por maravilla andan tan atildados como vuesa merced, y es la causa que, como son de ingenio tan altaneros y remontados, antes atienden a las cosas del espíritu que a las del cuerpo.
Yo, señor dijo él, soy mozo, soy rico y soy enamorado; partes que deshacen en mí la flojedad que infunde la poesía. Por la mocedad, tengo brío; con la riqueza, con qué mostrarle; y con el amor, con qué no parecer descuidado.
Las tres partes del camino le dije yo se tiene vuesa merced andadas para llegar a ser buen poeta.
Pancracio. ¿Cuáles son?
Miguel. La de la riqueza y la del amor. Porque los partos de los partos de la persona rica y enamorada son asombros de la avaricia y estímulos de la liberalidad, y en el poeta pobre la mitad de sus divinos partos y pensamientos se los llevan los cuidados de buscar el ordinario sustento. Pero dígame vuesa merced, por su vida: ¿de qué suerte de menestra poética gasta o gusta más?
A lo que respondió:
No entiendo eso de menestra poética.
Miguel. Quiero decir que a qué género de poesía es vuesa merced más inclinado: ¿al lírico, al heroico o al cómico?
A todos estilos me amaño respondió él; pero en el que más me ocupo es en el cómico.
Miguel. Desa manera, habrá vuesa merced compuesto algunas comedias.
Pancracio. Muchas; pero sola una se ha representado.
Miguel. ¿Pareció bien?
Pancracio. Al vulgo, no.
Miguel. ¿Y a los discretos?
Pancracio. Tampoco.
Miguel. ¿La causa?
Pancracio. La causa fue que la achacaron que era larga en los razonamientos, no muy pura en los versos y desmayada en la invención.
Tachas son esas respondí yo que pudieran hacer parecer mal a las del mesmo Plauto.
Y más dijo él, que no pudieron juzgalla, porque no la dejaron acabar, según la gritaron. Con todo esto, la echó el autor para otro día; pero, porfiar que porfiar, cinco personas vinieron apenas.
Créame vuesa merced dije yo que las comedias tienen días, como algunas mujeres hermosas; y que esto de acertarlas bien va tanto en la ventura como en el ingenio: comedia he visto yo apedreada en Madrid que la han laureado en Toledo, y no por esta primer desgracia deje vuesa merced de proseguir en componerlas, que podrá ser que, cuando menos lo piense, acierte con alguna que le dé crédito y dineros.
De los dineros no hago caso respondió él: más preciaría la fama que cuanto hay. Porque es cosa de grandísimo gusto y de no menos importancia ver salir mucha gente de la comedia, todos contentos, y estar el poeta que la compuso a la puerta del teatro recibiendo parabienes de todos.
Sus descuentos tienen esas alegrías le dije yo; que tal vez suele ser la comedia tan pésima, que no hay quien alce los ojos a mirar al poeta, ni aun él para cuatro calles del coliseo, ni aun los alzan los que la recitaron, avergonzados y corridos de haberse engañado y escogídola por buena.
¿Y vuesa merced, señor Cervantes dijo él, ha sido aficionado a la carátula? ¿Ha compuesto alguna comedia?
Sí dije yo, muchas; y, a no ser mías, me parecieran dignas de alabanza, como lo fueron Los tratos de Argel, La Numancia, La gran turquesca, La batalla naval, La Jerusalem, La Amaranta o la del mayo, El bosque amoroso, La única y La bizarra Arsinda, y otras muchas de que no me acuerdo. Mas la que yo más estimo y de la que más me precio fue y es de una llamada La confusa, la cual, con paz sea dicho de cuantas comedias de capa y espada hasta hoy se han representado, bien puede tener lugar señalado por buena entre las mejores.
Pancracio. ¿Y agora tiene vuesa merced algunas?
Miguel. Seis tengo, con otros seis entremeses.
Pancracio. Pues, ¿por qué no se representan?
Miguel. Porque ni los autores me buscan, ni yo los voy a buscar a ellos.
Pancracio. No deben de saber que vuesa merced las tiene.
Miguel. Sí saben; pero, como tienen sus poetas paniaguados y les va bien con ellos, no buscan pan de trastrigo. Pero yo pienso darlas a la estampa, para que se vea de espacio lo que pasa apriesa y se disimula, o no se entiende, cuando las representan. Y las comedias tienen sus sazones y tiempos, como los cantares.
Aquí llegábamos con nuestra plática, cuando Pancracio puso la mano en el seno y sacó dél una carta con su cubierta, y, besándola, me la puso en la mano. Leí el sobrescrito y vi que decía desta manera:
A Miguel de Cervantes Saavedra,
en la calle de las Huertas, frontero de las casas donde
solía vivir el príncipe de Marruecos, en Madrid.
Al porte, medio real, digo, diecisiete maravedís.
Escandalizóme el porte, y de la declaración del medio real, digo diecisiete; y, volviéndosela, le dije:
Estando yo en Valladolid, llevaron una carta a mi casa para mí, con un real de porte; recibióla y pagó el porte una sobrina mía, que nunca ella le pagara; pero diome por disculpa que muchas veces me había oído decir que en tres cosas era bien gastado el dinero: en dar limosna, en pagar al buen médico y en el porte de las cartas, ora sean de amigos o de enemigos; que las de los amigos avisan, y de las de los enemigos se puede tomar algún indicio de sus pensamientos. Diéronmela, y venía en ella un soneto malo, desmayado, sin garbo ni agudeza alguna, diciendo mal de Don Quijote; y de lo que me pesó fue del real, y propuse desde entonces de no tomar carta con porte. Así que, si vuesa merced le quiere llevar desta, bien se la puede volver; que yo sé que no me puede importar tanto como el medio real que se me pide.
Riose muy de gana el señor Roncesvalles, y díjome:
Aunque soy poeta, no soy tan mísero que me aficionen diez y siete maravedís. Advierta vuesa merced, señor Cervantes, que esta carta por lo menos es del mesmo Apolo: él la escribió no ha veinte días en el Parnaso, y me la dio para que a vuesa merced la diese. Vuesa merced la lea, que yo sé que le ha de dar gusto.
Haré lo que vuesa merced me manda respondí yo, pero quiero que, antes de leerla, vuesa merced me la haga de decirme cómo, cuándo y a qué fue al Parnaso.
Y él respondió:
Cómo fui, fue por mar, y en una fragata que yo y otros diez poetas fletamos en Barcelona; cuándo fui, fue seis días después de la batalla que se dio entre los buenos y los malos poetas; a qué fui, fue a hallarme en ella, por obligarme a ello la profesión mía.
A buen seguro dije yo que fueron vuesas mercedes bien recebidos del señor Apolo.
Pancracio. Sí fuimos, aunque le hallamos muy ocupado a él y a las señoras Piérides, arando y sembrando de sal todo aquel término del campo donde se dio la batalla. Preguntéle para qué se hacía aquello, y respondióme que, así como de los dientes de la serpiente de Cadmo habían nacido hombres armados, y de cada cabeza cortada de la Hidra que mató Hércules habían renacido otras siete, y de las gotas de la sangre de la cabeza de Medusa se había llenado de serpientes toda la Libia, de la mesma manera, de la sangre podrida de los malos poetas que en aquel sitio habían sido muertos comenzaban a nacer, del tamaño de ratones, otros poetillas rateros, que llevaban camino de henchir toda la tierra de aquella mala simiente; y que por esto se araba aquel lugar y se sembraba de sal, como si fuera casa de traidores.
En oyendo esto, abrí luego la carta y vi que decía:
APOLO DÉLFICO
A MIGUEL DE CERVANTES SAAVEDRA
SALUD
El señor Pancracio Roncesvalles, llevador desta, dirá a vuesa merced, señor Miguel de Cervantes, en qué me halló ocupado el día que llegó a verme con sus amigos. Y yo digo que estoy muy quejoso de la descortesía que conmigo se usó en partirse vuesa merced deste monte sin despedirse de mí ni de mis hijas, sabiendo cuánto le soy aficionado, y las Musas por el consiguiente; pero si se me da por disculpa que le llevó el deseo de ver a su mecenas el gran conde de Lemos, en las fiestas famosas de Nápoles, yo la acepto y le perdono.
Después que vuesa merced partió deste lugar, me han sucedido muchas desgracias y me he visto en grandes aprietos, especialmente por consumir y acabar los poetas que iban naciendo de la sangre de los malos que aquí murieron; aunque ya, gracias al cielo y a mi industria, este daño está remediado.
No sé si del ruido de la batalla o del vapor que arrojó de sí la tierra empapada en la sangre de los contrarios, me han dado unos váguidos de cabeza, que verdaderamente me tienen como tonto, y no acierto a escribir cosa que sea de gusto ni de provecho; así, si vuesa merced viere por allá que algunos poetas, aunque sean de los más famosos, escriben y componen impertinencias y cosas de poco fruto, no los culpe ni los tenga en menos, sino que disimule con ellos; que, pues yo, que soy el padre y el inventor de la poesía, deliro y parezco mentecato, no es mucho que lo parezcan ellos.
Envío a vuesa merced unos privilegios, ordenanzas y advertimientos tocantes a los poetas; vuesa merced los haga guardar y cumplir al pie de la letra, que para todo ello doy a vuesa merced mi poder cumplido, cuanto de derecho se requiere.
Entre los poetas que aquí vinieron con el señor Pancracio Roncesvalles, se quejaron algunos de que no iban en la lista de los que Mercurio llevó a España, y que así, vuesa merced no los había puesto en su Viaje. Yo les dije que la culpa era mía y no de vuesa merced; pero que el remedio deste daño estaba en que procurasen ellos ser famosos por sus obras, que ellas por sí mismas les darían fama y claro renombre, sin andar mendigando ajenas alabanzas.
De mano en mano, si se ofreciere ocasión de mensajero, iré enviando más privilegios y avisando de lo que en este monte pasare. Vuesa merced haga lo mesmo, avisándome de su salud y de la de todos los amigos.
Al famoso Vincente Espinel dará vuesa merced mis encomiendas, como a uno de los más antiguos y verdaderos amigos que yo tengo.
Si don Francisco de Quevedo no hubiere partido para venir a Sicilia, donde le esperan, tóquele vuesa merced la mano, y dígale que no deje de llegar a verme, pues estaremos tan cerca; que cuando aquí vino, por la súbita partida, no tuve lugar de hablarle.
Si vuesa merced encontrare por allá algún tránsfuga de los veinte que se pasaron al bando contrario, no les diga nada, ni los aflija; que harta mala ventura tienen, pues son como demonios, que se llevan la pena y la confusión con ellos mesmos doquiera que vayan.
Vuesa merced tenga cuenta con su salud, y mire por sí, y guárdese de mí, especialmente en los caniculares; que, aunque le soy amigo, en tales días no va en mi mano, ni miro en obligaciones ni en amistades.
Al señor Pancracio Roncesvalles téngale vuesa merced por amigo, y comuníquelo; y pues es rico, no se le dé nada que sea mal poeta.
Y con esto, nuestro Señor guarde a vuesa merced como puede y yo deseo.
Del Parnaso, a 22 de julio, el día que me calzo las espuelas para subirme sobre la Canícula, 1614.
Servidor de vuesa merced,
Apolo Lúcido.
En acabando la carta, vi que en un papel aparte venía escrito:
Privilegios, ordenanzas y advertencias
que Apolo envía a los poetas
españoles
Es el primero, que algunos poetas sean conocidos tanto por el desaliño de sus personas como por la fama de sus versos.
Ítem, que si algún poeta dijere que es pobre, sea luego creído por su simple palabra, sin otro juramento o averiguación alguna.
Ordénase que todo poeta sea de blanda y de suave condición, y que no mire en puntos, aunque los traiga sueltos en sus medias.
Ítem, que si algún poeta llegare a casa de algún su amigo o conocido, y estuvieren comiendo, y le convidare, que, aunque él jure que ya ha comido, no se le crea en ninguna manera, sino que le hagan comer por fuerza, que en tal caso no se le hará muy grande.
Ítem, que el más pobre poeta del mundo, como no sea de los Adanes y Matusalenes, pueda decir que es enamorado, aunque no lo esté, y poner el nombre a su dama como más le viniere a cuento: ora llamándola Amarili, ora Anarda, ora Clori, ora Filis, ora Fílida, o ya Juana Téllez, o como más gustare, sin que desto se le pueda pedir ni pida razón alguna.
Ítem, se ordena que todo poeta, de cualquiera calidad y condición que sea, sea tenido y le tengan por hijodalgo, en razón del generoso ejercicio en que se ocupa, como son tenidos por cristianos viejos los niños que llaman de la piedra.
Ítem, se advierte que ningún poeta sea osado de escribir versos en alabanzas de príncipes y señores, por ser mi intención y advertida voluntad que la lisonja ni la adulación no atraviesen los umbrales de mi casa.
Ítem, que todo poeta cómico que felizmente hubiere sacado a luz tres comedias, pueda entrar sin pagar en los teatros, si ya no fuere la limosna de la segunda puerta, y aun esta, si pudiere ser, la escuse.
Ítem, se advierte que si algún poeta quisiere dar a la estampa algún libro que él hubiere compuesto, no se dé a entender que por dirigirle a algún monarca el tal libro ha de ser estimado, porque si él no es bueno, no le adobará la dirección, aunque sea hecha al prior de Guadalupe.
Ítem, se advierte que todo poeta no se desprecie de decir que lo es; que si fuere bueno, será digno de alabanza; y si malo, no faltará quien lo alabe; que cuando nace la escoba, etc.
Ítem, que todo buen poeta pueda disponer de mí y de lo que hay en el cielo a su beneplácito; conviene a saber: que los rayos de mi cabellera los pueda trasladar y aplicar a los cabellos de su dama, y hacer dos soles sus ojos, que conmigo serán tres, y así andará el mundo más alumbrado; y de las estrellas, signos y planetas puede servirse de modo que, cuando menos lo piense, la tenga hecha una esfera celeste.
Ítem, que todo poeta a quien sus versos le hubieren dado a entender que lo es, se estime y tenga en mucho, ateniéndose a aquel refrán: "Ruin sea el que por ruin se tiene".
Ítem, se ordena que ningún poeta grave haga corrillo en lugares públicos recitando sus versos; que los que son buenos, en las aulas de Atenas se habían de recitar, que no en las plazas.
Ítem, se da por aviso particular que si alguna madre tuviere hijos pequeñuelos traviesos y llorones, los pueda amenazar y espantar con el coco, diciéndoles: «Guardaos, niños, que viene el poeta fulano, que os echará con sus malos versos en la sima de Cabra o en el pozo Airón».
Ítem, que los días de ayuno no se entienda que los ha quebrantado el poeta que aquella mañana se ha comido las uñas al hacer de sus versos.
Ítem, se ordena que todo poeta que diere en ser espadachín, valentón y arrojado, por aquella parte de la valentía se le desagüe y vaya la fama que podía alcanzar por sus buenos versos.
Ítem, se advierte que no ha de ser tenido por ladrón el poeta que hurtare algún verso ajeno y le encajare entre los suyos, como no sea todo el concepto y toda la copla entera, que en tal caso tan ladrón es como Caco.
Ítem, que todo buen poeta, aunque no haya compuesto poema heroico, ni sacado al teatro del mundo obras grandes, con cualesquiera, aunque sean pocas, pueda alcanzar renombre de divino, como le alcanzaron Garcilaso de la Vega, Francisco de Figueroa, el capitán Francisco de Aldana y Hernando de Herrera.
Ítem, se da aviso que si algún poeta fuere favorecido de algún príncipe, ni le visite a menudo ni le pida nada, sino déjese llevar de la corriente de su ventura; que el que tiene providencia de sustentar las sabandijas de la tierra y los gusarapos del agua, la tendrá de alimentar a un poeta, por sabandija que sea.
En suma, estos fueron los privilegios, advertencias y ordenanzas que Apolo me envió y el señor Pancracio de Roncesvalles me trujo, con quien quedé en mucha amistad; y los dos quedamos de concierto de despachar un propio con la respuesta al señor Apolo, con las nuevas desta Corte. Daráse noticia del día, para que todos sus aficionados le escriban.